Los incorregibles y la autocrítica

Por Sebastián Plut *

Todos recordamos lo que dijo Borges sobre los peronistas: no son ni buenos, ni malos, son incorregibles. Lo que no está claro, es si se trató de una crítica o de un elogio, sobre todo porque la frase provino de un escritor que nunca dejaba de corregir sus propios textos.

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Hay dos preguntas o, mejor dicho, dos grupos de preguntas que nos venimos planteando: por un lado, de qué se trata el voto a Milei (sus motivos, su composición, su consistencia, etc.). Por otro lado, cuál es la autocrítica referida al gobierno saliente y, quizá, al peronismo en general. En rigor, ambas preguntas podrían ser una sola, por lo menos para quienes razonan que el primer interrogante se responde por vía del segundo.

Haciendo una excesiva simplificación de mucho de lo que se ha explicado se diría: el gobierno de Alberto Fernández fue muy malo, la gente está enojada y, en consecuencia, votó un cambio.

El cambio elegido está vez no fue el macrismo (aunque el gabinete desmiente ese rechazo), ni tampoco las fuerzas de izquierda. 

Si tantos argentinos deseaban un verdadero cambio, ¿por qué no votaron masivamente a Miriam Bregman? Seguro hay varias razones, pero plantearnos la pregunta alcanza para relativizar el carácter genuino del presunto cambio.

Por mi parte sostengo que no conviene condensar los dos interrogantes del inicio en uno solo. En efecto, sin duda hay una profunda autocrítica que se impone, no obstante no estoy seguro que allí encontremos la respuesta al porqué del 55% que votó a Milei. 

También es posible poner en cuestión el prefijo “auto” para la crítica necesaria. No sé si todos, pero muchos de los que votamos al gobierno que acaba de finalizar, lo hemos cuestionado tempranamente. Hemos señalado sus oscilaciones, la falta de respuestas y soluciones a numerosos problemas, especialmente a las enormes dificultades económicas (inflación, pérdida de poder adquisitivo, etc.). Estas críticas, no obstante, no deben olvidar la situación que dejó el gobierno de Macri en materia de endeudamiento, destrucción de la industria y del empleo, y un largo etcétera. 

En todo caso, si deseamos entender el 55%, conviene partir de una premisa y una pregunta. La premisa es que aquella cifra está compuesta por una heterogeneidad que no admite una respuesta única. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿todo lo que Milei propuso como plan de gobierno, es decir, lo que la gente votó, se enlaza coherentemente con los contenidos que hallaremos en la autocritica?

Mi opinión es que no hay tal enlace, no hay un nexo consistente, lo que podría formularse así: los problemas no resueltos por el gobierno de A. Fernández no serán resueltos con el plan de gobierno propuesto por Milei.

Nuevamente, eso no elimina la necesaria autocrítica, sino que despeja los problemas y permite localizarlos de manera, esperamos, más acertada. De hecho, tampoco nos recostamos en argumentos que, siendo válidos, pueden tener algo de autocomplaciente: el avance de la ultraderecha en el mundo y la seguidilla de pandemia-sequía-guerra.

Asimismo, si retomamos el diálogo entre la autocrítica y el voto a Milei, conviene matizar la evaluación con tres datos mínimos: en primer lugar, cada elección es definida no tanto por los núcleos duros de cada sector político sino por un 15% (aproximadamente) que es sumamente volátil en sus preferencias. En segundo lugar, podemos recordar que cuando CFK terminó su segundo mandato, la situación era tanto mejor que la actual y aun así Mauricio Macri ganó las elecciones. Por último, que pese al mal gobierno de Alberto Fernández y la poca pasión que suscitaba el candidato Sergio Massa, el peronismo obtuvo un 45% de los votos, que no es un número menor.

Pienso, entonces, que nuestra autocrítica puede desdoblarse: por un lado, la ya mencionada sobre los escasos logros del gobierno que concluyó su mandato hace pocos días y que, a mi juicio, poco explica sobre el triunfo de Milei. Por otro lado, quizá sí haya otro sector de la autocrítica que resulte más esclarecedor: si Milei ganó no fue porque el Estado no haya dado respuestas satisfactorias estos últimos cuatro años, sino porque no supimos (o no pudimos) crear conciencia sobre la relevancia del Estado. Es decir, los problemas existentes se resuelven con mejor Estado y no con menor Estado.

¿Por qué no considerar, además, el rol de los sindicatos? ¿No encontraremos allí, por ejemplo, una falta severa en cuanto a lo que significa la transmisión de derechos y de su defensa? ¿No hemos abandonado, hace ya tiempo, la concepción del trabajo como lugar donde se desarrolla lo central de los antagonismos? ¿No se crea, en esa ausencia, parte de la crisis de la representatividad? Muchos votantes de Milei dijeron que lo votaron porque “no va a hacer lo que dice”, de lo cual también inferimos un problema de representación, al elegir a un presidente que, en consecuencia, no los representa.

Ya hemos dicho que haber votado a un candidato de ultraderecha no significa, sin más, que el 55% está compuesto de una masa de fascistas. Eso es así. Pero eso nos crea aun otro problema a resolver, por la legitimidad que tiene Milei, al menos de inicio. En efecto, si no son todos fascistas, si se han equivocado, si son indiferentes, si no entienden lo que votaron, lo que resulta es que nos queda perturbado nuestro sentimiento de injusticia, ya que con todo el espanto que nos provoca el gobierno que comienza ahora, ¿cuánto o cómo responsabilizar a sus votantes? Esto es, si sus votantes, suponemos, en poco tiempo deberán hacer su autocrítica, ¿cuál es la relación entre voto y responsabilidad?

Puedo agregar algo más. Si nos quedamos como toda razón en que la gente está enojada con Alberto Fernández y por eso votó a Milei, no solo estaremos estableciendo una relación causal entre dos hechos que por más ciertos que sean no tienen tal relación, sino que estaremos perdiendo de vista un proceso de destrucción cultural de larga data que comenzó con la dictadura, continuó con la hiperinflación, siguió con el menemismo y luego el corralito, para desembocar, hace ocho años, en el macrismo. Sin duda, si estudiamos los efectos en la subjetividad de todos esos procesos históricos, hallaremos una más acertada explicación del porqué tantos ciudadanos eligieron a un candidato que prometió solamente destrucción.

Más aun, si solo nos quedamos dándonos latigazos por el fallido gobierno de Alberto Fernández, estaremos haciendo de la autocrítica nada más que un autoflagelo, mientras la ultraderecha convence a las mayorías de las bondades de un sacrificio suicida. Y no solo eso, si allí nos quedamos, dejaremos de ser incorregibles.

  • * Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.