EXPERIENCIA VIAJE: Europa

“19 días y 500 noches”

Esto decía el cantante y poeta español Joaquín Sabina refiriéndose a lo que le llevó olvidarse de una amante ocasional, pero bien podría trasladarse esta frase al viaje (España mediante) que acabo de realizar desde el 22 de mayo al 10 de junio de 2019, exactamente 19 días y, hasta ahora, 84 noches. 

Parece una frase hecha, pero cuando algunos dicen que viajar es la mejor inversión no se equivocan;  viajar no es solo trasladarse física y mentalmente de un lugar a otro, sino que es también salirse de una rutina establecida. Se trata de una suspensión de hábitos diarios: desde no tomarte el subte para ir al trabajo hasta usar una marca nueva de dentífrico para cepillarse los dientes; y estas pequeñas cosas son las que hacen más mágico el viajar.

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Estar en modo viaje produce una ampliación de miradas y pensamientos;  compartir experiencias con personas que se educaron y vivieron bajo otros contextos sociales, políticos y económicos; enajenarse, alienarse por un rato, “salir a respirar”; perder o ganar horas del día; vestir de pantalón corto y remera en un aeropuerto y de campera y bufanda en otro, o viceversa.
Y también uno desarrolla nuevas y peculiares habilidades como hacerse entender en otros idiomas, encontrar la salida correcta en los “aeropuertos shoppings” y comprimir el equipaje en un TETRIS textil para no pasarse de los benditos 23 kilos. Por todo esto es que hay que obligarse a viajar, como decía el poeta Costantin Kavafis en “ITACA”:
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias… Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!-a puertos nunca vistos antes…”

Eso sí, lo que no se produce en un viaje de estas características es descansar. Particularmente, tenía un itinerario variado, de pocos días (nunca es suficiente para Europa) y con mucho por hacer, “lo más posible en poco tiempo”, típico de sudamericano que cruza el océano. Check in, salida el 22 de mayo de Ezeiza a Madrid, en un vuelo con escala breve en Roma (breve pero suficiente para despertar los instintos capitalistas frente a las increíbles puestas de escena de las vidrieras de las marcas de lujo). El itinerario continua por Cádiz, Prado del Rey, vuelta a Madrid por unos días,  Lisboa, de nuevo Madrid, Londres, otra vez Madrid y una tarde completa en la “bella” Roma; check out,  Buenos Aires el 10 de junio de 2019.
Todos los viajes tienen alguna particularidad, en mi caso radicó en que, por primerísima  vez, tuve la fortuna, en todos los destinos, de estar alojado en casa de amigos y/o conocidos. Ni hotel, ni hostel, ni ARBN, ni COUCH SURFING, ni banco de plaza; no, esta vez, casas de gente amiga, anfitriones, hosts locales que me recibieron con el mejor afecto y lo cual me permitió sentirme un poco más lugareño en esos lugares que visité (cosa que no me cuesta nada, ya que soy de esos que, por ejemplo, se van a Madrid por tres días y ya dicen “vale” en cada oración).
Tampoco me cuesta relacionarme con quienes me hospedan ya que, tal como en los viajes suele suceder, a quien no conoces demasiado se termina transformando en tu persona de confianza y “casi” familia durante el tiempo que dura tu estadía.  Se produce una convivencia con los dueños de casa que te permite descubrir sus costumbres, a sus amigos, escuchar “tips” que no salen en guías de turismo, observar heladeras con productos y alimentos envasados de primera calidad y, lo más importante,  recibir recomendaciones que te ayudan a “VIVIR” la ciudad, en vez de “RECORRERLA”.

Cenar un cabrito al romero criado en el campo de uno de los pueblos blancos;  charlar en la cocina del bar de mi amiga mientras se develan los secretos de la receta de la mejor tarta de zanahoria de todo Madrid, despertar en una especie de Casa-Museo de Arte en Lisboa, andar en monopatín eléctrico por las calles céntricas de Londres,  darte el gusto y el permiso de perderte por las callecitas no turísticas. Estas son algunas de las ventajas de tener amigos “en cada puerto”.
El hecho de descubrir nuevos lugares y experiencias nos produce el deseo desenfrenado de querer capturar esos momentos y paisajes que tanto nos impresionan. Así es que recurrimos a nuestros celulares: sacamos fotos, hacemos videos, buscamos los mejores efectos, nos ponemos filtros de pieles jóvenes y rozagantes y, por supuesto, realizamos su posterior publicación en las redes.
Nos toma esa extraña sensación entre querer contar y mostrar lo que uno está viviendo y, a la vez, encontrar una forma de sentirse acompañado. Ante tanto cambio y a la distancia los “likes” de nuestros seguidores, amigos y familiares serían como la confirmación que lo que estamos haciendo está bien. Nuestras publicaciones al estilo “Marley por el Mundo” nos permiten ir adelantándoles a los nuestros los lugares que visitamos y así evitar, a la vuelta, la típica reunión con el muestreo de 342 fotos de paisajes que significan muchísimo para el que viajó pero muy poca cosa para el que lo observa desde afuera. En este sentido Instagram es como una versión evolucionada del revelado del rollo Fuji de 24 o 36 fotos de antaño.
Una gran coincidencia que observo que se produce entre los viajeros es que siempre se desea tener más tiempo para recorrer y estar en cada lugar, sin embargo lo positivo que tienen los plazos cortos es que uno se va de la ciudad antes de que nos muestre su peor parte; conocemos lo mejor de ellas: lo pintoresco, lo diferente, los nuevos sabores. Es como sucede con las películas románticas en donde siempre muestran el lado positivo de los personajes: como se conocen, el noviazgo, el casamiento y no mucho más. No vemos el día después a la noche de bodas, ni las peleas de las convivencia, nos quedamos con la mejor parte y por eso queremos volver a verlas, lo mismo pasa con los viajes.

Viajar es un estado de suspensión, un paréntesis virtual, un pacto donde nos permitimos quedar excluidos de la cotidianidad, por eso apliqué al máximo el consejo de una gran amiga: “el que convierte no se divierte”. Me cambié el chip del celular y el de la cabeza y solo hablaba y pensaba en Euros, como si fuera un idioma nuevo.
Capítulo aparte el de jugar con los significados de las palabras en español, que significan una cosa en nuestro país y una grosería en el primer mundo. Esta estupidez, aunque nos cueste creerlo, sigue causando una gracia natural inexplicable.
Entonces, el viajar se vuelve una experiencia tan potente que tan solo 19 días (del 22 de mayo al 10 de junio) producen recuerdos inolvidables  por 84 noches, 500 noches o las del resto de nuestros días.

Por Martin Piñol – actor y director artístico @martinpinolok
martin@escenica.com.ar