Memoria y Reflexión

A 45 años del último golpe cívico militar, hacemos Memoria como sociedad, en un tiempo complejo que nos invita a reflexionar sobre los desafíos del presente, entre la construcción de sentido y el acecho de un futuro incierto.

   Fue la más grande tragedia sufrida por nuestro país en toda su historia. El inicio de la noche más larga y cruel. Es por eso que cada 24 de marzo conmemoramos el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia y decimos presente desde las luchas diarias que no admiten el olvido en la conciencia de la inmensa mayoría de los argentinos.

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En un contexto adverso que no escapa a lo que ocurre en la realidad global a raíz de la pandemia de covid-19, será la segunda vez consecutiva que no ocuparemos las calles para movilizarnos como ya es costumbre, recordando el 24 de marzo de 1976, cuando dio comienzo el genocidio —una bisagra en la historia nacional—, como lo fue el exterminio de un amplio grupo social de parte del Estado y sus fuerzas represivas. Las consecuencias fueron gravísimas (y aún perduran; no sanaron por completo). Entre otras calamidades, el terrorismo de Estado se ocupó de destruir con saña los lazos sociales, de articulación básica como necesita una sociedad, y de perseguir ideas y valores que fueron reprimidos con vejación cotidiana.

La Memoria no descansa

Entendida no solo como la recopilación de hechos historicos o el listado de una sucesión de procesos, sino más bien como la construcción que una sociedad genera para representarse, la Memoria nos constituye. Es la manera en que edificamos la representación del pasado y sus procesos sociales, que tiene consecuencias en el presente y en el futuro que proyectamos. Esa representación citada cumple un rol fundamental.

A su vez, la Memoria, como tal, no permanece inmóvil o cristalizada. Va resignificándose. Es la sociedad la que va decidiendo cuáles son los valores que pretende rescatar y defender. En tanto no existe una sola Memoria homogénea sino muchas Memorias, plurales y diversas en sus diferentes voces, ocurre allí la disputa por el sentido del pasado. En una sociedad democrática, es lo característico y lo que permite reflexionar a partir de asumir, todos y cada uno, la responsabilidad ciudadana.

Recorrido y presente 

Con avances y retrocesos, a partir del Juicio a las Juntas Militares —aquel largo viaje al corazón de las tinieblas— y tras años de intensa lucha del movimiento de derechos humanos en busca de reparación, verdad y justicia, aconteció la última década. A partir de 2003 hubo muy importantes progresos en la Justicia ordinaria, condenando a centenares de genocidas. Desde diciembre de 2015, el nuevo gobierno volvió atrás esos avances, desmanteló áreas clave de investigación y reinstaló sutilmente, desde el discurso oficial, la “teoría de los dos demonios”. En esos cuatro años (2015 a 2019) hubo un notorio y alarmante retroceso intencional en las causas que investigan en especial la participación civil empresaria, cómplice (socios, mejor) del baño de sangre desatado por la última dictadura.

Sin embargo, hay una larga historia de lucha, resistencia y tenacidad de un pueblo que jamás permitirá el olvido. Hay 30 mil desaparecidos, miles de exiliados, presos y fusilados. Hay hermanxs que aún se buscan, e hijxs y nietxs que recuperaron su derecho a la identidad. Hay Abuelas que persisten y Madres que siguen dando vueltas a la Plaza. Porque aún hay sueños sin resignar. Somos un país que lucha, que reclama por más derechos a conquistar.

 Porque el futuro nos espera para volver a construir utopías y esperanzas, comprometidos día a día en el imborrable trabajo de la Memoria.

No nos han vencido.

Por Héctor Rodríguez – Periodista – Autor de “Crónicas de la Memoria” (Hernández Editores, 2020)

hector.rodriguez2@gmail.com