Los brotes del vecino

Por Sebastián Plut *

Peace in the neighborhood
helping each other out”
Paul McCartney

brickel

Así como las vivencias de amor y odio que transcurren en las rutas constituyen el género road movie y, aquel que designamos “de juicios”, nos entusiasma con abogados de distinto nivel de agudeza que entrecruzan argumentos, hay un género que de pleno derecho podría denominarse “vecinos”, una de cuyas subcategorías podrá ser “jardines”. Por caso, en cine recordamos la película El hombre de al lado, en la que la colocación de una ventana detona las hostilidades recíprocas. De la literatura, quizá más prolífica, viene a nuestra memoria el maravilloso cuento “Pequeños propietarios”, que Roberto Arlt escribió en 1933.

Desde luego, aunque no es patrimonio exclusivo de esa zona compuesta de medianeras y cercos, la conciencia del otro, con sus dificultades e intensidades, se despabila en esa intersubjetividad singular, la de los vecinos. Humedades, sombras, ruidos y alturas son algunos de los motivos por los que se recurre a los digestos municipales.

En estos días, en teatro podemos ver Jardines salvajes, la nueva obra dirigida y adaptada por Ricardo Hornos. Aquí no se trata, como en el relato de Arlt, de la envidia y la frustración surgidas de las respectivas miserias y que enciende los deseos más mortíferos de Joaquín y Cosme. Más bien, se reúnen y confrontan, entre dos matrimonios (Carlos Portaluppi y Viviana Puerta, Nazareno Casero y Micaela Vázquez), sus diferencias generacionales y sus estéticas, entre las que no faltan otras desemejanzas, como las preferencias gastronómicas y sus divergentes programas de una vida sana.

Recuerdo ahora lo que escribí en el prólogo de mi último libro, Fragmentos y fronteras de la vida psíquica: Parecidas bifurcaciones sentimos en las fronteras: ¿dividen o juntan? ¿abren paso o lo obstruyen? ¿razones de la guerra o de acuerdos de paz? Cada uno de estos interrogantes puede encontrar una respuesta diferente si reemplazamos la ‘o’ disyuntiva por una ‘y’ conjuntiva”.

Señalar, ahora, la potencia metafórica de los jardines resulta casi una obviedad, pues allí se figuran filosofías, tradiciones, esperanzas, ritmos; en suma, un caleidoscopio al que apelamos para hablar de las familias, las comunidades o la cultura.

Pero volvamos a la obra de Hornos. Habría más para decir que lo que esta nota permite sobre la secuencia de escenas hasta su desenlace, sobre la caracterización singular de cada uno de los cuatro personajes, los diálogos de cada acto, etc. Del conjunto, entonces, quiero centrarme en dos aspectos.

Por un lado, el valor que el jardín tiene sobre todo para cada uno de los personajes masculinos. Mientras para el de mayor edad (Portaluppi) es una solución tranquilizante de su antiguo y crónico estrés, para el más joven (Casero) pretende ser una pieza de exhibición -y lustre- ante sus potenciales inversores. No se trata, únicamente, del peso y del sentido del pasado para uno y del futuro para el otro. Más bien, nos hace reflexionar sobre el valor de lo íntimo, ya sea como espacio para hallar la calma o, por el contrario, como zona desde la cual jerarquizar el lucimiento en el ardor de la ambición.

Y si hablamos de la capacidad evocativa de los jardines, quizá el pretencioso joven sienta amenazada su imagen por el refrán que dice “el pasto siempre es más verde en la casa del vecino”. En cambio, quien solo aspira a encontrar alivio en su jardín, tal vez tenga en mente a Cándido, el pesimista personaje de Voltaire, que pensaba “hay que cultivar nuestro jardín”, sin mayores esperanzas, ya, de cambiar el mundo.

Por otro lado, Jardines salvajes presenta, también como metáfora pero no solo, la dedicación a los retoños, florales y humanos. Quizá, aquí la ecuación se invierte, y mientras la joven pareja espera con entusiasmo la llegada de su primer hijo, el matrimonio de más edad vive con una vergüenza apenas disimulada la homosexualidad de su hijo que, no se sabe, si les dará un nieto.

El guion, junto a la expresividad de los cuatro actores, posee y combina fragmentos de humor y de tensión, a los que se suman segmentos de reflexión sobre nuestra época. La obra, entonces, abre la posibilidad de miradas superpuestas, sobre el paso del tiempo, los proyectos, las costumbres, los códigos de intercambio, etc. De todas las posibilidades, una de ellas sugiere pensar los efectos de un puñado de sentimientos, de la gama de la humillación y la vergüenza ya que, de sus destinos, de cómo los procesemos, luego resultarán diferentes consecuencias, en la vida singular, familiar y colectiva. En efecto, piedad o resentimiento, solidaridad o egoísmo, comprensión o intolerancia, se expresarán en acciones y discursos cuyos efectos no pasarán inadvertidos. Al fin y al cabo, como afirma Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego, “más verdes son los campos en el enunciado que lo dice, que en su verdor objetivo”.

*Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.