Por Sebastián Plut (*)
I. Hace unos días recordé aquello que Erasmo de Rotterdam dice en Elogio de la locura: “Si un monarca es víctima de cualquier pasión funesta, esta, por haber hecho presa en quien tan alto está, se contagia enseguida al pueblo”. Sé que la evoqué al escuchar a Javier Milei en la cadena nacional en la que, presuntamente, expuso el presupuesto para 2025. Lo que no me era tan claro fue porqué el camino de mis pensamientos luego me condujo hacia otra asociación no buscada, en este caso, la frase “el amor vence al odio”. Posiblemente, traer hacia mi conciencia ambos enunciados, haya sido una forma espontánea de proteger mi propia subjetividad, una forma de resistencia singular ante la voz y las palabras del presidente de la Nación.
El primer paso, entonces, fue desviar mi atención y encontrar una señal, una advertencia sobre el riesgo del contagio afectivo. A continuación, conjeturo, debí necesitar una referencia que me permitiera oponer alguna defensa a ese contagio, defensa que contenía dos transformaciones: del tipo de afecto (de la pasión funesta al amor) y de la propia posición (de la posición pasiva por ser inoculado a la posición activa de amar).
Hasta allí, desde luego, solo se trata de la autopreservación de mi intimidad, como dije, una resistencia singular, sin alcance colectivo. Sin embargo, esto último no desmiente la importancia de lo anterior. Que las transformaciones políticas requieran acciones colectivas, cuerpos y afectos conjugados y pensamientos compartidos, no impide que en aquel continuo de deslindes borrosos entre lo individual y lo social, cada uno también requiera discernir en sí mismo el estado en el que se encuentra.
II. “El amor vence al odio” es un sintagma que tiene las virtudes de una consigna política, por lo que puede en sí misma sintetizar, y los defectos de una frase que deviene en eslogan, y, en consecuencia, transformarse en una expresión banal. En ambos casos puede tener el valor de ligar las subjetividades individuales, ya sea en el reconocimiento de una tradición común, ya sea en la superficialidad de cierta euforia transitoria.
Aquella frase, en efecto, ha sido objeto de múltiples críticas; incluso, y dado que a mí mismo me resulta convocante, yo también me he cuestionado sobre su validez. Sin duda, dependiendo de su uso, puede no ser muy difícil rebatirla, sobre todo si uno supone que representa una posición ingenua frente a los adversarios, o si uno cree que la expresión instruye para una entrega sacrificial. Del mismo modo, creer que el amor vence al odio se revelará como ilusión si, por un lado, imaginamos que alcanza únicamente con el amor y, por otro lado, si creemos que se tratará de una derrota definitiva, que el odio no resurgirá.
Pero si descartamos todas esas opciones interpretativas, ¿queda anulada la consigna? Pienso que no, sencillamente porque sostener la capacidad de amar es, precisamente, una forma de oponerse a la inoculación de las pasiones funestas y es, además, un factor de cohesión grupal. Si se quiere, uno ama para no transformarse en un odiador y para no deslizarse hacia la solitaria indiferencia. Al fin y al cabo, odio e indiferencia, potencial o activamente, perviven en todos nosotros y es el amor el afecto que resiste a su emergencia.
III. Milei exhibe un discurso violento y sus seguidores lo reproducen. Todo eso es evidente y resulta agobiante escucharlos o leerlos. ¿Pero qué características tiene su agresividad? Como punto de partida conviene reunir una serie de rasgos del discurso de Milei. En primer lugar, es palmaria su desarticulación sintáctica, su dificultad para construir oraciones coherentes y organizadas (la presencia de muletillas como “o sea, digamos” es uno de los ejemplos más notorios). Esta perturbación se enlaza con otras dos características: la estereotipia de sus frases (su repetición y fijeza) y la imposibilidad de dialogar (no responde a lo que le preguntan, nunca sigue una idea de su interlocutor, ofrece respuestas furiosas, etc.). Su discurso, a su vez, es esencialmente de corte económico, aunque se compone de frases abstractas (que resultan caóticas, incomprensibles y carentes de conexión con la realidad) y números, cual si esos números fueran lo único que percibe en la realidad. Agreguemos que, para presentar esos números, Milei suele recurrir a exageraciones cuyo único fin es crear impacto en quienes lo escuchan. Tales exageraciones pueden referir a los datos sobre el gobierno anterior (17.000% de inflación) pero también a sí mismo (el ajuste más grande de la historia). Finalmente, reiteradamente expone frases obscenas, en una extraña mezcla se violencia y sexualidad (el Estado como pedófilo, pegar un baile morboso, gesticulaciones sobre la masturbación, degenerados fiscales, culo, etc.).
IV. Es posible incorporar en esta enumeración otros dos elementos de su discurso. Uno de ellos es su persistente referencia a los animales y a lo no humano. Además del conocido apego que tiene a sus perros, se autodenominó un topo (del Estado) y en sus actos suele recordar que él vino a “despertar leones”. Asimismo, a quienes piensan diferente, además de las agresiones verbales de contenido sexual, les ha dicho “mandriles” y hasta difundió un video en el que describe a la oposición como si fueran zombies afectados por un virus.
Mi hipótesis es que, pese al aparente cariño que tiene por sus perros, él no humaniza a los animales sino que en ese proceso él mismo se animaliza, lo cual se verifica en la figura del topo (para sí mismo) y en la de los leones (para sus seguidores). Agreguemos que los topos son animales que no utilizan la visión ni tienen pabellón auditivo. En cuanto a los leones, creemos, cobra importancia el verbo “despertar”, lo cual es una referencia al estado de sopor. En suma, la animalidad (entendida como irracionalidad, ausencia de pensamiento, vínculos no regidos por criterios humanos, etc.) es lo que puebla el mundo de Milei.
El segundo elemento es una frase que expresó ante una periodista: “No tengo por qué lidiar con las emociones. Yo hablo de números. No de emociones. No puedo lidiar con las emociones”.
VI. ¿De qué se trata, entonces, el odio que ostenta Milei? Si tenemos en cuenta, como decía Freud, que el primer opuesto del amor no es el odio sino la indiferencia, es en esta última condición que debemos buscar la respuesta. Que el mundo exterior y los otros resulten indiferentes supone la percepción de un contexto no diferenciado y no significativo, tal como sucede cuando, como expresa el propio Milei, solo piensa en números. Allí no existen vidas, afectos, vínculos, necesidades, ni deseos, sino únicamente cantidades, que en tanto tales no cobran diferencia ni cualidad.
Algo similar ocurre cuando Milei insulta a los “comunistas”. Por un lado, no logra ni un diálogo ni una reflexión, sino solo discurso violento. Por otro lado, no llama comunistas a los marxistas sino a todos aquellos que piensan diferente. En síntesis, violencia e indiferenciación.
Podemos conjeturar, entonces, que el odio de Milei no es únicamente la expresión de su aversión a una ideología, sino que es la reacción frente a la exigencia de salir de su indiferencia, de su retracción. Es lo único que logra desplegar cuando el contexto lo convoca a desarrollar vínculos empáticos.
Milei da discursos, es decir, habla solo, o bien mantiene diálogos ficticios con “periodistas” que lo entrevistan. De hecho, allí se observa que ni siquiera son entrevistas en las que, como muchas veces sucede, los periodistas evitan poner en cuestión al presidente, sino que son conversaciones absolutamente falsas, en las que apenas podría decirse que hay un intercambio, son encuentros caracterizados por un apego desconectado.
VII. De su historia personal sabemos que de niño fue brutalmente golpeado y denigrado por su padre. También se ha dicho que no ha tenido vínculos amistosos y que el mote de “loco” se lo adjudicaron hace muchos años.
Su historia, entonces, no es únicamente la de un sujeto que vivió el dolor por los golpes, la soledad y la incomprensión, sino, sobre todo, la de quien ha tenido que desestimar ese dolor, ha debido dejar de sentirlo. Acaso por eso afirmó “no puedo lidiar con las emociones”.
Posiblemente allí se encuentre el origen de su odio, que no es sino un odio contra el sentir y contra la realidad misma, a la que no puede dejar de percibir como golpes y que, en consecuencia, le exige retraerse cuanto pueda; es un odio que le impide investir con atención al mundo y a los otros, y solo puede registrar sus propios procesos orgánicos, desde donde, quizá, emergen sus invectivas sexualizadas.
VIII. Su violencia, entonces, sumada a su exhibicionismo, su sadismo y su despotismo, aunque no dejan de tener severas consecuencias, no son más que la fachada que encubre un rasgo aun más grave para la población: su extrema indiferencia.
Conocemos su profundo rechazo a la justicia social, el intenso aborrecimiento que le despierta la premisa “donde hay una necesidad, nace un derecho”, así como su necesidad de reprimir las manifestaciones de jubilados, trabajadores, estudiantes, etc. Todo eso, pues, tiene una razón: su odio se detona ante las expresiones que lo convocan a prestar atención, a reconocer la realidad, a despertar del sopor. Milei, en cambio, solo puede despertar leones, no a las conciencias, ni a los sujetos.
IX. Para concluir, volvamos a la cadena nacional referida al inicio. Según se informó posteriormente, a esa hora se produjo una suerte de apagón televisivo. La conclusión, entonces, fue que gran parte de la población manifestaba de ese modo su rechazo a Milei. Efectivamente, esa es una posibilidad, que el enojo haya encontrado así una vía de expresión. Sin embargo, no conviene descartar que se trate aun de otro efecto, del contagio de otra pasión funesta y que Milei ya haya logrado inocular con su indiferencia a esa gran parte de la población
* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.