Las mujeres de los barrios populares, desigualdad y sobrecarga

Por Vanina Pignata*

Las mujeres de los barrios populares se enfrentan a una realidad marcada por la desigualdad de género y la sobrecarga en las tareas de cuidado que se ven agravadas por las condiciones habitacionales y urbanas informales, precarias y deficitarias en las que viven la mayoría de ellas. La falta de acceso a servicios básicos adecuados y la violencia en sus trayectorias de vida complican aún más su situación, dificultando su inserción en el mercado laboral y reforzando la desigualdad estructural que enfrentan.

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La feminización de la pobreza en estos contextos se explica, en parte, por el acceso más limitado a la educación para las mujeres, los estereotipos de género que reproducen desigualdades en el ámbito laboral, la brecha salarial y, especialmente, por las grandes responsabilidades del trabajo doméstico que recaen sobre ellas.

En el caso de las mujeres que forman parte de procesos organizativos de economía popular, la situación se complica aún más, ya que realizan una triple jornada laboral. Además de trabajar en la unidad productiva, lo que a menudo implica muchas horas, también deben ocuparse de las tareas de cuidado en sus hogares y participar en las actividades del movimiento en el que están organizadas.

Es importante destacar que las mujeres de la economía popular no satisfacen sus necesidades económicas de manera individual, sino que sus ingresos están influenciados por las necesidades de los grupos a los que pertenecen, incluso más allá de sus familiares directos. Por lo tanto, las tareas de cuidado no se limitan al ámbito doméstico, sino que las fronteras entre el hogar y los hogares vecinos pueden difuminarse.

El cuidado de niños y niñas del barrio, la preparación de alimentos en comedores, la participación en espacios de alfabetización, la promoción de la salud y la organización de actividades culturales y recreativas son parte del entramado comunitario de los barrios vulnerables. En este contexto, las mujeres juegan un papel fundamental, ya que las relaciones de proximidad que establecen son clave para garantizar redes que permitan el acceso a derechos básicos como la alimentación, la educación y la salud.

La distribución desigual de las responsabilidades de cuidado tienen un fuerte impacto en la participación de las mujeres en el ámbito laboral remunerado y en su capacidad para realizar otras actividades, como participar en actividades recreativas, educativas o culturales. Esta situación no solo es un mandato social que limita sus oportunidades, sino que también moldea sus subjetividades y expectativas en relación con sus proyectos personales y profesionales.

*Vanina Pignata – Concejal Tigre