Por Juan Ignacio Francisco Battisto*
Pasaron doscientos años de aquella histórica gesta en la que los padres de la patria sellaron de puño y letra la independencia de las Provincias Unidas del Sur. Es esta fecha la que nos reúne y obliga, como juventud bicentenaria, a pensar, actualizar y reafirmar los valores de aquellos héroes nacionales para lograr la trascendencia de su obra. Son dos siglos los que nos separan de esos sucesos. Pero la distancia es meramente temporal, no así conceptual. Ante la embestida neocolonial, las banderas de la independencia prevalecen y flamean más que nunca.
Aquel 9 de julio, en aquella casona de Tucumán que conoció la aurora de nuestra nacionalidad; se invocó a Dios en nombre de un pueblo que anhelaba su libertad. Protestando al cielo, a las naciones y a los hombres de todo el globo la justicia y los derechos que le habían sido despojados. Denunciaban, sin temor a las repercusiones, los violentos vínculos coloniales con la metrópoli que limitaban la libertad popular y sofocaban la grandeza nacional. Pero la mera declaración de los derechos políticos no fue suficiente para su cumplimiento pleno.
Tuvieron que pasar cien años más para que un coronel retomara los conceptos revolucionarios que erigieron nuestra independencia. Fue Juan Perón quien remarcó la necesidad inequívoca de una segunda independencia reafirmante de las banderas iniciáticas de nuestra patria: La independencia económica. Tal independencia supone la supresión de los vínculos dominadores, no solo políticos, sino también económicos, que nos atan a capitales foráneos. La proclama económica nace como complementación de la política. No puede existir una sin la otra. Fiel ejercicio de sinergia para la consolidación de una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.
Reposa y corresponde en el ejercicio político nacional y popular traducir ambas actas de independencia del plano conceptual al material, tal como los precursores de estas. Al fin y al cabo, hablar de independencia es hablar de nuestros recursos naturales, humanos y tecnológicos. Es hablar de soberanía política y económica en la explotación y desarrollo sustentable de nuestra energía, de nuestros ríos, de nuestros campos, de nuestras máquinas y de cada uno de los recursos que brotan de esta rica tierra. La independencia de capitales foráneos como condición necesaria para lograr la capacidad soberana de desarrollo justo y sustentable, consolidando así el bienestar colectivo.
Identificar que la independencia no es solo un fin, sino también el medio que construye la grandeza nacional y el bienestar social es fundamental. Eso comprendieron y eso motivó a nuestros héroes y heroínas de la patria que, en la pugna irreductible contra la adversidad, los dones ancestrales de siempre, los vencieron vaciando de significado material el concepto de independencia. Sin bases económicas no puede haber bienestar social y menos aún sin las bases políticas que aseguren nuestra condición de país libre y soberano. El hecho de depender económica o políticamente de potencias extranjeras es excluyente con el engrandecimiento de la patria y la felicidad de su pueblo; lo más valioso que ella tiene.
Abanderados de estas luchas hemos de ser la juventud bicentenaria. Cumplir con nuestro deber histórico es hacer valer el legado de nuestros héroes. Reafirmando los valores que dieron paso a la independencia política y económica para hacerlas efectivas una vez más. No sostenerlas como máximas abstractas, sino como medios para lograr la felicidad popular y la grandeza nacional en una patria justa, libre y soberana.
*Juan Ignacio Francisco Battiston – Estudiante secundario y militante peronista en San Fernando.