Frenar el desarrollo inmobiliario es condenar a Tigre a la pobreza

Por Matias Casaretto

En los últimos tiempos se ha instalado la idea de “detener los desarrollos inmobiliarios” en Tigre, como si crecer fuese un problema. Nada más lejos de la realidad.

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Gracias al planeamiento urbano impulsado en la década del ’90 por Ricardo Ubieto, Tigre dejó de ser una zona marginal para transformarse en uno de los municipios más prósperos y con el presupuesto más alto de la Provincia de Buenos Aires.

Ese crecimiento fue posible gracias a los desarrollos inmobiliarios planificados que generaron trabajo, infraestructura, comercios y una red de servicios, que hoy, disfrutan todos los vecinos. Incluso quienes no viven dentro de los barrios privados.

Cuando hay desarrollo inmobiliario, hay empleo para miles de personas de todos los diversos rubros: albañiles, plomeros, electricistas, arquitectos, ingenieros, transportistas, corralones, pintores, jardineros, personal de mantenimiento, gastronómicos, profesionales de la salud y comerciantes.

Cada obra moviliza la economía de todo el distrito.

Por el contrario, si se frena el desarrollo, se corta la cadena de trabajo.

Sin obras nuevas, se detiene la venta de materiales, se pierden empleos, se reduce la recaudación y se paraliza el consumo local.

Un municipio que no crece, se empobrece.

No hay término medio: o se genera progreso o se genera pobreza.

El desarrollo inmobiliario responsable no es un lujo: es la base del bienestar y la inclusión social.

Negar eso es negar la realidad económica que sostiene a Tigre desde hace más de 30 años.

Por eso, frenar el desarrollo no es proteger a Tigre. Es condenarlo a retroceder, a perder inversión, empleo y oportunidades.

El verdadero camino es seguir creciendo con planificación, equilibrio y visión de futuro.

Tigre nació para avanzar, no para detenerse.