“Ayuda Social”, un puente hacia la Justicia Social

El 26 de noviembre de 2007, la Asamblea General declara que, a partir de su sexagésimo tercer período de sesiones, el 20 de febrero de cada año se celebrará el Día Mundial de la Justicia Social (A/RES/62/10).

La Asamblea General reconoce que el desarrollo social y la justicia social son indispensables para la consecución y el mantenimiento de la paz y la seguridad en las naciones y entre ellas, y que, a su vez, el desarrollo social y la justicia social no pueden alcanzarse si no hay paz y seguridad o si no se respetan todos los derechos humanos y las libertades fundamentales.

Esto nos lleva a reflexionar sobre la Justicia Social. Un término sobre el que podríamos decir existe ya casi un consenso a nivel “ético”: son muy pocos los que aún se atreverían, como ocurría en el pasado, a negar este verdadero “Derecho Humano”, esta indiscutible necesidad de cada país y del conjunto de la Humanidad.

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El debate, entonces, se traslada al terreno del “como”. Y es aquí donde debemos recurrir, tanto a los antecedentes históricos y teóricos, como a las prácticas necesarias para hacerla realidad en nuestro tiempo, y a los errores que podrían cometerse.

El concepto de Justicia Social ha significado inclusión e integración en el sistema de los sectores sociales eternamente excluidos, la defensa y garantía de la denominada ciudadanía completa que implica el acceso a los derechos políticos, sociales y económicos a través de la Cultura del Trabajo, la Educación Integral, la jerarquización de la Salud Pública, Vivienda Digna, permanente Lucha contra la Pobreza, garantizando a través del Estado una profunda red de contención social, por intermedio de políticas sociales no sólo asistencialistas sino también a través del fortalecimiento de una Sociedad Civil organizada solidariamente por intermedio de sus organizaciones libres. Hay nuevas demandas: la seguridad pública, los derechos identitarios, el desempleo, la profunda desigualdad.

Esta última es el signo de nuestra época. En un mundo en condiciones tecnológicas de producir todo lo necesario para el bienestar general, la riqueza se concentra en pocas manos, mientras miles de millones viven una existencia a niveles de subsistencia o pobreza.

En lo estrictamente “económico”, recordemos a Den Xiao Ping: “no importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones”. Los fenómenos económicos actuales, fruto de una cambiante, irregular y caótica situación mundial, no requieren sistemas, sino reclaman soluciones concretas adaptadas a cada situación particular.

Decía Aristóteles: “llamamos Justo a lo que produce y protege la felicidad y sus elementos en la comunidad política”. Y agregaba el estagirita: “… la Justicia nos parece a menudo ser la mejor de las virtudes… en la Justicia está toda virtud en compendio… Es perfecta porque el que la posee puede practicar la virtud en relación a otro, y no sólo para el mismo, porque muchos pueden practicar la virtud en sus propios asuntos, pero no en relación con otro… Y esto nos lleva a “lo justo político, o sea lo justo entre los asociados para la suficiencia de la vida, y que son libres e iguales”.

En un fallo de la Corte Suprema Argentina podemos leer: “El objetivo preeminente de la Constitución, según expresa su preámbulo, es lograr el bienestar general, , lo cual significa decir la Justicia en su más alta expresión, esto es, la Justicia Social, cuyo contenido actual consiste en ordenar la actividad intersubjetiva de los miembros de la comunidad y los recursos que ésta cuenta con vistas a lograr que todos y cada uno de sus miembros participen de los bienes materiales y espirituales de la civilización…”

Bienestar general. Si. Porque no se trata de la “dignidad de la pobreza”, sino de que no haya pobres. Sin caer en el consumismo desenfrenado que destruye la economía y la naturaleza. Pero tampoco creyendo en la fantasía del “derrame”, teoría según la cual la riqueza debe concentrarse para después derramarse al conjunto. El famoso “hay que agrandar la torta primero, para agrandar la suma de comensales después”, generalmente la opinión de los que comen seguro y primero que nadie y discuten si después convidan a otros. Ni en la distopía similar, consistente en forjar primero la grandeza del país, y querían decir concretamente del Estado, para que posteriormente los habitantes puedan gozar de los elementos indispensables para la vida moderna. Si, señores, todos tenemos derecho a comprarnos un televisor LED o a tomarnos unas vacaciones, aquí y ahora.

¿Cómo se construye esto? ¿Repartiendo alimentos o haciendo ollas populares?  Seguro que no. Esto es lo indispensable en situaciones de crisis, es lo que se llamaba “ayuda social”, un puente hacia la Justicia Social. Para lograr esta última, TRABAJO DECENTE; DIGNO. El trabajo es un derecho, que crea la dignidad del hombre, y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume. Gobernar es crear trabajo.

Sabemos que la cuarta revolución industrial, el avance impresionante de la tecnología, unido a a las consecuencias económicas y sociales de la pandemia que padece el mundo, reconfigurará el mundo del trabajo. Desaparecerán oficios, está en nosotros, en nuestra creatividad, que sean reemplazados por otros. Y que lo sean para mejor, con labores que exijan mayor capacitación, nuevas habilidades, oficios menos automatizados y mejor pagos.

Es absolutamente posible si nos ponemos de acuerdo que hay que “igualar hacia arriba”, no hacia abajo. Si entendemos, tratando de limitar las expectativas respecto a sus alcances, que la finalidad de la política es la búsqueda de cierta justicia. Porque ya tuvimos suficientes experiencias negativas acerca de los intentos de generar “el paraíso en la tierra”, la sociedad perfecta. Ya, entre otros, George Orwell, en “1984”, dijo todo lo que había que decir al respecto. Como dice el gran Zygmunt Bauman en su libro “Comunidad”, “puede que lo mejor sea enemigo de lo bueno, pero sin ninguna duda lo “perfecto” es un enemigo mortal de ambos”.

Solidaridad es una palabra clave. Por medio de la solidaridad cada uno contribuye a que el otro realice los fines que le son propios, respetando su autonomía. Esta relación es recíproca. Recordemos que el principio espiritual de los griegos no es el individualismo, sino el humanismo. Para Platón, la consecución paulatina de la verdadera naturaleza humana, la areté, es posible por la educación del alma en aquello que la hace saludable, es decir, la Justicia.

Expresaba Albert Einstein que el vínculo que ha unido a los judíos durante miles de años es el ideal democrático de Justicia Social, ligado a la concepción de ayuda mutua. Este es el origen de la Tzadaká, vocablo en hebreo cuyo uso se identifica con acciones solidarias y que proviene de la raíz tzedek, que significa justicia. Según los mandatos judaicos la acción de ayuda a quien lo necesita se considera más cercana al restablecimiento de una situación justa, que a una obra de caridad.

Aquí aparece otro concepto liminar, la equidad. Decía José Gervasio Artigas en el Reglamento Provisorio de Tierras, allá por 1815: “los más infelices serán los más privilegiados.” Lo equitativo es en verdad justo, pero no según la ley, sino que es un enderezamiento de lo justo legal… esta es la naturaleza de lo equitativo: ser una rectificación de la ley en la parte en que esta es deficiente por su carácter general. Desde el liberalismo, podemos tomar la idea de John Rawls en torno de la justicia. “Existe, por un lado, la justicia como valor o virtud ideal, en cierta forma inalcanzable. Ella, siempre nos llamará desde el horizonte. Existe, por el otro, la equidad, (que Rawls no llama justice, sino fairness), que es la justicia realizable, posible, en cada etapa histórica.”

Para lograr esto, hay que afirmarse en la primacía de la política. Porque se trata de integración, y esta es una tarea esencialmente política. Las clases sociales son conceptos meramente descriptivos pero de ningún modo explicativos. Si las relaciones de producción son el elemento más importante para explicar las clases sociales, entonces las clases sociales no sirven para explicar los procesos históricos, porque los procesos históricos no pueden ser explicados a partir de las relaciones de producción sino a partir de la práctica política. Hay que impulsar estrategia de acción social contrarias a la lucha de clases, creyendo que el progreso social motorizado por el progreso individual y colectivo no debe mendigar ni asesinar para alcanzar sus fines.

No podemos dejar de recurrir al Papa Francisco, quien en su Encíclica Fratelli Tutti nos dice: Él (San Francisco de Asís) no hacía la guerra dialéctica imponiendo doctrinas, sino que comunicaba el amor de Dios. Había entendido que «Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16). De ese modo fue un padre fecundo que despertó el sueño de una sociedad fraterna, porque «sólo el hombre que acepta acercarse a otros seres en su movimiento propio, no para retenerlos en el suyo, sino para ayudarles a ser más ellos mismos, se hace realmente padre».4 En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos.

También expresa: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos».

Por ello, para generar una humanidad con Justicia Social, hay que restablecer la armonía entre el progreso material y los valores espirituales. El individualismo egoísta ciego para los intereses y las necesidades comunes, provista de una irrefrenable ambición, generalmente material, conduce a que la convivencia sea imposible. El colectivismo ha demostrado llevar a la pasiva impersonalidad. Por ello, conciliando ambas posturas extremas, la base de ese colectivismo debe ser de signo individualista, potenciando la libertad y la creatividad de cada persona, unida a los otros comunitariamente. Si debemos predicar y realizar un evangelio de justicia y de progreso, es preciso que fundemos su verificación en la superación individual como premisa de la superación colectiva.

Abandonemos las vetustas antinomias, las grietas, y volvamos al concepto de armonía, a la realización del yo en el nosotros. Un mundo, ya no solo nuestro Pueblo, hambriento de Justicia Social espera que lo hagamos.

Por Lic. Ernesto Jorge Tenenbaum – Fundación “Comunidad Organizada”