¿Adiós cursiva?

Por Sebastián Plut *

Los niños aprenden más palabras por una máquina que por la voz humana”.
Bifo Berardi

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Introducción

Si como muchos sospechan, la letra cursiva está en vías de extinción, hallamos allí un punto de partida para reflexiones diversas, un evento para desplegar nuestros interrogantes. Solo así, pensando, evitaremos caer en las posiciones tan frecuentes ante los cambios: ponernos trágicos y nostálgicos por lo que se pierde o mirar con indiferencia y restarle toda importancia.

Si los niños no aprenden la cursiva o presentan dificultades, la pregunta será, por ejemplo, hacia quienes enseñan, si han desistido de esas lecciones (y por qué) o, tal vez, si sus métodos naufragan (y también habrá un porqué).

La letra cursiva es una forma particular de la letra manuscrita, pero entonces: actualmente, ¿cuánto escribimos a mano y cuánto hemos reemplazado ese acto por la escritura por medio de teclados (computadoras, teléfonos, tablets)? Posiblemente, a futuro nos encontremos incluso con la pérdida del tipeo, cuando se generalice el uso de programas que transformen automáticamente la voz en escritura. La incidencia de la tecnología, entonces, nos interroga por la relación entre lo nuevo y el valor de las tradiciones: ¿qué tanto debemos conservar la tradición por la cursiva?

Por lo pronto, con el uso del teclado resultan notorias las transformaciones del lenguaje escrito, entre las que podemos mencionar tres: los recurrentes errores de tipeo sin corrección, la sustitución de palabras por formas nuevas (por ejemplo, escribir “tmb” en lugar de “también”, “Abz” por “Abrazo”, “dnd” por donde, etc.) y, por último, la función que cumple el corrector automático (es decir, la sustitución del saber ortográfico propio por el de un algoritmo).

Por otro lado, previamente aludí a que se trataría de un problema o dificultad, y aquí también es preciso abrir las preguntas: ¿es necesario para el desarrollo psíquico el aprendizaje y uso de la cursiva? ¿Se crea un déficit significativo en razón de la ausencia de esa forma manuscrita?

En suma, hablemos de causas o de efectos, de la función de los adultos y/o de la tecnología, debemos prestar atención a dos aspectos centrales: por un lado, la motricidad necesaria para la letra manuscrita y, por otro lado, el rasgo específico de la cursiva y que no se presenta en la letra de imprenta (manuscrita o tipeada): que las letras están enlazadas entre sí.

El debate

No fue difícil encontrar el debate entre defensores de la cursiva y adalides del teclado. Aclaremos que, entre los primeros, no siempre está claro si su alegato es en favor de la cursiva o, más ampliamente, de la letra manuscrita.

En este grupo argumentan que escribir a mano no solo permite alejarse un rato de las pantallas, sino que también favorece el aprendizaje y la memoria. Asimismo, sostienen que el papel contiene información más compleja desde el punto de vista espacial (por la permanencia y la presencia de trazos irregulares), mientras que la pantalla es más uniforme y desaparece al apagar la computadora. Por último, señalan que escribir a mano requiere de una mayor habilidad de la motricidad fina y ayuda en la coordinación visomotora (ojo-mano).

Entre los que dicen adiós a la letra manuscrita pisan fuerte los finlandeses, quienes consideran que la cursiva solo es de uso escolar y de difícil aprendizaje, al tiempo que la imprenta es más rápida y dominar la mecanografía resultará de mayor utilidad.

La controversia también se centró en el desarrollo de los estilos singulares: los cursivistas advierten con horror que el trazo personal y la estética caligráfica quedarán sustituidos por la uniformidad de la imprenta, y los anticursivistas proponen que el propio estilo se expresará en las palabras y las formas retóricas.

Apuntes sobre la escritura

Antes nos preguntamos por el valor de la tradición, en este caso la que comenzó con la creación de Aldo Manuzio en el siglo XV, quien, al parecer, ideó la cursiva para economizar espacio. El interrogante reúne dos dimensiones siempre entrelazadas: el valor de la escritura en la cultura y su significación para el sujeto. Recordemos que Ferreiro y Teberosky destacaron la similitud entre la evolución infantil de la escritura y la historia de la escritura en la humanidad.

Por su parte, Maldavsky entendía que existe algún nexo entre la conquista de formas cada vez más sofisticadas de la escritura y la complejización de las estructuras sociales. En ese sentido, afirmó que la escritura constituye una herramienta esencial (más que las armas) para el sostén del andamiaje político-institucional.

Freud articuló la palabra -sobre todo escrita- con la dimensión de la ausencia en una doble vertiente: la ausencia de la cosa y la del sujeto que escribe. Asimismo, consideró que la escritura consiste en una progresiva apropiación de la palabra oída. De modo esquemático, la secuencia progresa desde la palabra oída a la palabra hablada y, luego, de la lectura a la escritura. Es decir, tanto la posibilidad de proferir palabras como de escribirlas comienzan con percepciones (auditiva y visual) y requieren del desarrollo de motricidades específicas (oral y manual). En suma, la escritura surge como efecto de la lectura, solo posible por una actividad descompositiva, analítica.

Respecto de la relación con la palabra oída, entonces, la escritura silábica fue posible a partir de la progresiva conciencia de las características fragmentarias de los componentes sonoros de las frases (palabras, sílabas, fonemas). Es decir, consistió en una conquista de la descomposición silábica, lo cual sigue la premisa freudiana que considera a la unidad como anterior a la diversidad.

En ese proceso de adquisición de la escritura se pierde una parte de los rasgos individuales debido a los tipos fijos, consensuales, rasgos que se trasladarán a los recursos estilísticos.

Por último, recordemos que Freud comparó el sueño con la escritura jeroglífica, figural, lo cual nos conduce a localizar la escritura tal como la conocemos en el terreno del preconciente. Dicho de otro modo, si el inconciente se escribe en jeroglífico, ¿existe la cursiva en ese sector anímico?

La tecnología

No parece posible dejar de lado la participación de la tecnología en nuestras vidas, la de los niños, adolescentes y adultos: los niños ejecutan menos juegos motrices, realizan menos dibujos y más juegos computarizados; todos escribimos más con los teclados que en forma manuscrita; muchos se van acostumbrando, incluso, a leer libros digitales; en lugar de ir al cine miramos series en casa y en lugar de salir a cenar pedimos comida por una aplicación. Hace más de 30 años, en 1991, Maldavsky se preguntó si “la escritura computacional no pone de manifiesto otra lógica, otras modalidades de obtención y transmisión del poder, cuya sofisticación permite abarcar un ámbito interplanetario” (Procesos y estructuras vinculares).

Debo decir que no soy un detractor de la tecnología, sobre todo porque resalto, primero, su presencia inevitable y, luego, por su indudable utilidad, que no requiere de mayor explicación.

Sin embargo, destacar ambos rasgos (inevitabilidad y utilidad) no impide pensar los problemas que introduce la tecnología, de los cuales quiero mencionar solo unos pocos. Por un lado, y dada su casi omnipresencia en nuestras vidas, ¿genera algún aprendizaje? No me refiero a los programadores o profesionales de la informática, sino a quienes solo somos usuarios. En efecto, dominar cada programa o aplicación suele requerir prestar atención a unas pocas instrucciones y, rápidamente, ya podemos utilizarla.

En este sentido, tal vez uno de los problemas sea que la tecnología solo introduce facilidades, soluciones, pero casi ninguna exigencia. La pregunta que nos surge, entonces, es: ¿cuál es la cualidad del estímulo de aquello que percibimos en las pantallas? Juegos, aplicaciones, redes sociales o portales de diverso tipo se esfuerzan por ejercer un irresistible poder de atracción, que el sujeto no abandone la pantalla. Los algoritmos se diseñan con ese fin, por lo cual los aparatos proveen estímulos cuya función es adhesiva pero que, de nuevo, no constituyen una exigencia de trabajo psíquico. En los teléfonos celulares, por caso, alcanza solo con deslizar un dedo.

En esa misma línea, inadvertidamente vamos delegando en la tecnología un conjunto de funciones psíquicas, por ejemplo, la decisión sobre nuestra atención, nuestra voluntad y la memoria. Recientemente una persona se olvidó de una reunión. Más tarde explicó: “Me olvidé, lo que pasó es que no tenía cerca el celular” (que, por medio de una notificación, le recordaría la cita).

Por último, y de especial relevancia para nuestra preocupación sobre la escritura, tal vez merezca un análisis más detenido el tipo de motricidad en juego. En la letra manuscrita parece tener importancia la motricidad manual, la mano como conjunto, un movimiento en que los dedos se reúnen (prensión) para desplegar con habilidad una serie de trazos. En cambio, la motricidad requerida por el tipeo es la digital, la de los dedos, cada uno orientado hacia una serie de teclas.

¿Adiós cursiva?

A partir de preguntarnos por las razones que estarían promoviendo la supresión de la letra cursiva manuscrita, nos vimos llevados a recorrer diversos tópicos. Es cierto que tuvimos que ser breves en nuestra exposición, pese a lo cual pudimos localizar la significativa función de las manos, la vista, el oído y la voz.

En función de lo expuesto sobre el abandono del empeño caligráfico ¿debemos asumir la inminente pérdida de la cursiva como un caso más de la inevitable caducidad de lo bello? Y también, el reemplazo de la letra manuscrita por el teclado ¿redundará en un mayor cuidado de la sintaxis o a la inversa?

Agreguemos, la necesidad de estar on line todo el tiempo, ¿no expresa, acaso, que la escritura pueda perder su relación con la dimensión de la ausencia? Pensemos, por ejemplo, en la ofendida frase “me clavó el visto” para reprochar que, al escribir y enviar un mensaje, el otro no respondió de inmediato. Claro que la presencia física podrá coincidir, a su vez, con la ausencia psíquica.

Ya señalamos en otra ocasión (1) que la era digital parece imponer la anulación o la sofocación de la freudiana pulsión de aferrar. En el universo de objetos que hoy tenemos disponibles, muchos de ellos parecen asimilarse en el hecho de no requerir nuestra necesidad de aferrar. Más bien, nos exigen abandonarla. Ya no solo no agarramos sino que ni siquiera apretamos botones. A la inversa, en la escritura en cursiva una letra se aferra a otra, en la letra manuscrita la mano aferra el lápiz, pero en la pantalla los dedos solo tocan, sin enlazarse entre sí.

La pasividad, pues, parece ser el índice epocal: percibir sin conciencia ni atención, motricidades de menor complejidad, mayor uniformidad y menor belleza, presente constante sin recuerdos ni duelos, y dispersión en lugar de lazos. La pregunta, entonces, se impone: ¿el desenlace será un progreso en la espiritualidad o apenas resultará en destrucción cultural? Ante tanta uniformidad, la premisa freudiana nos autoriza la esperanza: la unidad anticipa la diversidad.

* Por Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.

(1) Plut, S.; “Aferrarnos”, Norte Online, https://norteonline.com.ar/aferrarnos/, 1 de noviembre de 2022.