La bandera no se iza sola

Por Constanza Darchez*

Cada 20 de junio recordamos a Manuel Belgrano. Pero si lo hacemos con honestidad, deberíamos recordar que no fue un político de escritorio ni un burócrata de ocasión. Fue un tipo incómodo para su tiempo, rebelde, disruptivo. El creador de la bandera argentina fue, ante todo, un hombre libre. Y como todo hombre libre, pagó un precio por serlo: incomprendido por muchos, despreciado por otros, murió pobre, con la dignidad intacta y la bandera izada.

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Cuando Belgrano levantó por primera vez el celeste y blanco a orillas del Paraná, no estaba cumpliendo con una formalidad. Estaba desafiando al poder establecido. Todavía no se había declarado la independencia. Usar una bandera propia era un acto de rebeldía, una forma de decir: no respondemos más a coronas, virreyes ni dueños de la verdad. Fue una señal clara de que el país que imaginaban no era una prolongación del viejo orden, sino algo completamente nuevo.

Pero con el tiempo, la historia se domesticó. El Belgrano revolucionario se convirtió en una estampita escolar. La bandera dejó de representar una idea de libertad para convertirse —en demasiados casos— en decorado de discursos vacíos. Se la iza, se la aplaude, se la imprime en afiches, pero se la traiciona todos los días desde el poder.

Porque no hay mayor traición a la bandera que usarla para tapar corrupción, decadencia y servilismo. No hay símbolo que aguante cuando el que lo porta se enriquece a costa del esfuerzo ajeno. No hay patria en los relatos que venden patria mientras hipotecan el futuro de generaciones enteras.

Durante décadas, nos enseñaron que los símbolos patrios “nos unen”. Pero la verdad es que no nacieron para unirnos en obediencia, sino para despertarnos. No fueron diseñados para mantenernos dóciles, sino para recordarnos que este país lo hicieron personas con agallas, no seguidores sumisos de relatos.

Hoy, en nombre de esa misma bandera, se pretende silenciar al que piensa distinto. Se llama antipatria al que exige cuentas, se ataca al que no se arrodilla, se persigue al que elige no vivir del Estado. Paradójico: los que más agitan los símbolos son los que menos los honran.

La bandera no es un fetiche político. No pertenece a ningún partido, ni a ningún gobierno, ni a ninguna doctrina cerrada. Pertenece a quien se rompe el alma laburando, a quien arriesga, a quien no espera que lo salven, a quien defiende su libertad con hechos. Es símbolo del que emprende, del que duda, del que aprende, del que se cae y se levanta solo.

Belgrano no era un pastor de rebaños. Era un líder de hombres libres. Y eso incomoda. Porque la libertad incomoda. Porque la bandera de la libertad no se lleva como uniforme, se lleva como convicción.

Hoy más que nunca, frente al cinismo de los que destruyen en nombre de la patria, hace falta decirlo con claridad: la patria no se declama, se honra. Y la bandera no se iza por costumbre, se iza por coraje.

Es por eso que la bandera no se iza sola. Se empuña… o se prostituye.

*Constanza Darchez – Concejal liberal y periodista