Cada 18 de julio la mañana se ve igual desde 1994. Generalmente está nublado, frío o lluvioso y la sensación de pesadez al levantarse es siempre la misma, al igual que la sensación de incertidumbre al mirar un rostro y no poder comprender lo que pasó hace 25 años atrás. La estación Pasteur del subte, ahora “AMIA – Pasteur”, vuelve a ser el punto en dónde se descomprimen los vagones llenos de gente que prácticamente no interactúa entre sí, pero que tiene el mismo destino. Ese día, a diferencia de muchos otros, las expresiones de sorpresa frente a los encuentros fortuitos que se dan entre una multitud de personas, quedan en un segundo plano, la sorpresa queda relegada frente a la solemnidad.
Se atraviesan controles y se pasa a formar parte de una masa, el mismo circuito que ocurre en simultáneo frente a tribunales, en donde la agrupación “Memoria activa” decide realizar un acto en paralelo, desde hace ya varios años.
A las 9.53 hs. una sirena desdibuja durante un minuto a esas 13 cuadras que separan a un acto del otro, junto con las distintas opiniones acerca del manejo de una de las causas más embarradas en la historia argentina. Durante ese minuto ese sonido logra atravesarnos con la lanza de la angustia que nos genera el asesinato de esas 85 personas y la de la bronca que genera cada año de impunidad que se va acumulando, esa impunidad de la cual el Estado Argentino y sus distintos representantes a lo largo del tiempo supieron ser cómplices, entorpeciendo una búsqueda que fue, es y seguirá siendo incansable.
Y es que para muchos ese atentado, fue un atentado solo hacia la comunidad judía, cuando en definitiva los hechos hablan por sí mismo: una bomba en el centro de Capital Federal, en plena mañana es sin lugar a dudas un atentado contra la República Argentina. Para ser más claros, una bomba no distingue nacionalidades ni credos, una onda expansiva no elige qué ventanas sacude, el estruendo no distingue en que oídos se va a hacer escuchar.
La justicia, mientras tanto, se va vistiendo conforme pasa el tiempo con las ropas de la impunidad, ese concepto que a muchos nos toca aprender desde chicos, incluso antes de comprender en su totalidad el funcionamiento de los procesos judiciales.
Sí, suena como una locura porque realmente lo es, porque nadie debería entender la profundidad de la injusticia antes de conocer lo que es verdaderamente justo. Lamentablemente nos toca seguir transmitiendo, enseñando y educando en este contexto de impunidad, en el cual las generaciones que no presenciamos ese hecho somos testigos cada año de cómo el tiempo va erosionando la buena memoria de las víctimas y los esfuerzos de sus familiares y amigos por darle un cierre a esta búsqueda, porque aunque no formemos parte necesariamente de esos núcleos familiares sentimos a cada una de esas pérdidas como propias, porque cuando injustamente se quita una vida, como seres humanos, somos capaces de hacer propia a la memoria del otro, porque en el momento en el que el estado pierde la brújula de la verdad a nosotros nos guía un precepto que podríamos considerar universal y casi constitutivo del ser humano que elige vivir en sociedad, una frase que resuena en nuestras cabezas desde aquel fatídico hecho “tzedek, tzedek, tirdof”, “Justicia, justicia, perseguirás”.
Y hoy nos toca perseguirla, porque lo que nos empuja a marchar, reunirnos y recordar es saber que en algún momento vamos a alcanzar la justicia que viene llegando 25 años tarde y contando.
Marcos Meresman – Or Benamer / or Israel