Es una semana particular.
Con el domingo de Ramos celebrado ayer, hacemos memoria de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, junto a un burro como signo de humildad.
Luego la semana continúa con la traición y la entrega, llevada al máximo en la crucifixión del viernes santo, donde de alguna manera vemos el fracaso de un proyecto. Cerramos la semana con un nuevo triunfo, y es el triunfo final, el de la Pascua. Con la Pascua, el triunfo del proyecto liberador del Hijo de Dios está asegurado para todas las personas. Por eso siempre la Semana Santa viene a hablarle a nuestra vida, más allá del ramo que nos llevamos a casa como símbolo de esta entrada triunfal.
Nuestra historia y vida cotidiana está llena de pequeños triunfos y fracasos.
En lo personal, seguramente muchas veces hemos fracasado y nos hemos vuelto a levantar, como parte de los aprendizajes que a la fuerza muchas veces nos tienen como protagonistas. Una separación, una pérdida, un tener que empezar de nuevo. Es nuestro existente cotidiano.
En lo eclesial también son tiempos de empezar de nuevo, de replanteos de todo lo que vinimos creyendo. Nuestra fe se tambalea a la luz de lo que vemos diariamente, y por qué no decirlo, muchos se alejan de la vida creyente debido a la hipocresía y doble discurso de quienes tienen más responsabilidades. Son tiempos de purificación.
A nivel nacional somos testigos de un nuevo fracaso de parte de quienes conducen el país. Muchos confiaron y se sienten estafados por quienes prometieron tiempos mejores, que no solo no son mejores, sino que son tiempos que cada vez nos empobrecen más.
Pero no todo es fracaso…
Pascua es tiempo de ponerle mística a lo que hacemos. La mística no es buena onda, es pensar, saber por qué y para qué hacemos lo que hacemos, hacia dónde vamos.
La Pascua nos dice que no triunfan la mentira y la traición, que no triunfa la hipocresía.
Pascua es celebrar que las mujeres son protagonistas. Lo fueron al pie de la cruz, y también las primeras testigos de la Resurrección.
Jesús en la Semana Santa no fue un espectador de lo que pasaba, fue protagonista de lo que sucedía.
Quizás sea una invitación a lo mismo: no ser espectadores de lo que vemos, sino comprometernos en lo que vamos viviendo cotidianamente.
Seguramente esta Semana Santa escasearan los huevos de chocolate y las roscas, pero que no falten las ganas de seguir apostando a este proyecto liberador del Hijo de Dios: ser protagonistas de nuestros pequeños triunfos y fracasos, sabiendo que en ese camino no estamos solos. Caminamos con otros y otras, con los cuales somos, y tejemos la urdimbre de esta Argentina entretejida de triunfos y fracasos. Nuestro compromiso, aportará o no, al triunfo final hacia el cual vamos caminando.
Que con este sentido podamos saludarnos en este triunfo final de la Pascua.
¡¡FELIZ PASCUA!!
Juan Carlos Riquelme – juancarlosriquelme@hotmail.com