Hoy se cumplen 130 años del nacimiento de la Unión Cívica Radical.
No nació al calor de golpes de estado ni de movimientos autoritarios, nació como una expresión popular contra el golpismo de aquella época que se manifestaba con el fraude, la desigualdad y la violencia. Y lo consiguieron: a partir de ese momento el pueblo pudo elegir a sus representantes a través de elecciones libres.
Ser radical no es fácil, se trata de una fuerza movilizadora y su fuerza política nace desde la gente. El poder se construye desde el pueblo y no a costa de él.
Cree en una sociedad solidaria, pero no cree ni en un Estado apropiado por los dueños del dinero ni en un Estado que sea el dueño de todo. Cree en un Estado independiente capaz de actuar en mejorar todas las instancias de la sociedad, en una clase media a la que los sectores más vulnerables no le sea imposible alcanzar. Cree en la educación como única forma de progreso.
En su historia tocó ser gobierno y en otras opositores. Ha dado presidentes de diversos orígenes económicos pero nunca tuvo un presidente que se volviera rico en el ejercicio del poder. Sí dio -extrañas cosas de la vida- uno que se volvió pobre haciendo política. La ética para administrar los bienes públicos es la contracara de la búsqueda del poder, del sufragio y la democracia es el único método para llegar al poder.
En los libros de historia vemos como los radicales de ayer eran los solidarios con los republicanos españoles o los antifascistas europeos, y nunca se les hubiera ocurrido ser solidarios con Francisco Franco o los derrotados en la Segunda Guerra.
Son bichos raros, creen en la democracia (la de verdad). Por eso nunca los van a ver bancar ni a Franco, ni a Maduro, ni a Stalin. Sus líderes no recorren el mundo elogiando dictaduras, ni concurren a los foros internacionales para evitar que las condenen.
Tampoco toleran que sus dirigentes vivan del soborno, ni se sienten cómodos con los corruptos (aunque lamentablemente cada tanto aparece algún corrupto disfrazado de radical).
Por eso lloran a Alfonsín en una tumba prestada (con una cruz y una menorah, símbolo de una sociedad plural), porque para que sus dirigentes sean grandes no necesitan grandes monumentos funerarios ni disfrazar la realidad de épica, solo que los viejos ideales nunca se olviden y mantener viva la memoria de los próceres que forjó la Unión Cívica Radical.
No es fácil ser radical, pero es un orgullo serlo.
Por Diego Urrere Pon – Vecino de Rincón de Milberg