Un día la muerte, pero èl no tenía una casa

“Un día hay vida. Por ejemplo, un hombre de excelente salud, ni siquiera muy viejo, sin ninguna enfermedad previa. Todo es como era, cómo será siempre. pasa un día y otro, ocupándose solo de sus asuntos y soñando con la vida que le queda por delante, Y entonces, de repente, aparece la muerte”. P. Auster-1982.

 Él, el hombre, se encuentra rodeado de toda esa charla sobre el coronavirus: de cómo el virus enferma y mata a personas mayores parecidas a él. Las tiendas cerradas y los estacionamientos vacíos, nadie en los centros comerciales, todo le anoticia que el virus acecha a su alrededor. Por TV, la radio, los afiches, la gente, indican “quédate en casa”; pero él no tiene una casa.

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Con la cuarentena forzada, él, el mismo hombre, escucha acerca de los síntomas comunes a la infección por Covid-19 ¿19?  Supo que la “gente” perdía uno, dos, muchos trabajos, se enteró de la reducción del salario a causa del coronavirus, de terapias intensivas, de respiradores y que sus condiciones físicas orgánicas lo ponen en mayor riesgo de contraer, expandir el virus.

Él, tiene más edad del promedio, además de diabetes e insuficiencia renal. Su estado físico es factor a tener en cuenta para sumar o restar vida. En definitiva, el virus, los virus, son más virulentos al llegar a una persona de edad ubicada como población de riesgo: él. Con COVID 19, ser mayor, es una apuesta de una muerte segura. No por azar, su salud, la edad, y las condiciones de vida de toda la vida lo hacen un sobreviviente sin refugio

Al principio de la pandemia, no tuvo mayor problema de cumplir con dos de las tres consignas sanitarias oficiales; pero él “quédate en casa” lo amenazaba con ser su último renglón de ese libro que nunca escribió.

La ciudad, rápida, se clausuró a su alrededor y pensó: -¿cómo   poder encontrar un nuevo o viejo sitio donde cubrirme y seguir adelante, o retroceder si hiciera falta?- Igual se alojó -lo alojaron- en casa de un familiar, luego donde un amigo, y también en lo de expareja y en Tecnópolis: en todos poco tiempo 

Sin sitio, se siente un funámbulo por el borde de tanta grieta ajena. Y, a medida que envejece sin límite día a día se le dificulta conseguir sueldo, propina o quincena. Toda su vida pagó lo suficiente en comida como para construir un nido, pero no alcanzó para ambos: aún no tiene casa.  Cada tanto, siempre, surge una desgracia de perder sus ahorros. ¡Hoy, es el virus 19! Sin vivienda solo con un lenguaje donde habitar, siempre a riesgo de la exclusión por parte de los poderosos. Su vida es incómodamente pública. Él con su edad es demasiado mayor, un auténtico “menor”, para ser atractivo a los empleadores; solo tiene la edad suficiente y merito para sobrevivir en la barbarie global, y casi nunca para ser sujeto de derecho y obligaciones.

Algunos niegan lo que otros proclaman: primero la vida y la dignidad de cada uno y de todos los patriotas. Él también es un patriota, pero el derecho constitucional del trabajador de tener vivienda, es corroído bajo la presión de las políticas neoliberales, implacables en recortar aquello que iguale oportunidades e incertidumbres. Los “planes” y el lenguaje es lo primero que las personas fiscalmente evasoras y corruptores de la Constitución quieren recortar y, así destruir la libertad y la vida bien apalabrada. 

“Vivir se puede, pero no te dejan” Hoy, todos y cada uno de los “veteranos”, de cualquier edad, a quienes se les prometió que, si trabajaban dentro del sistema constitucional, este se ocuparía de ellos, quedan perplejos con el “Quédate en casa” mientras los ideólogos canallas defienden la codicia de los pocos alegres tristes ricos, destruyendo la conversación republicana y democrática.

Las políticas de construcción de viviendas es una prioridad para que “quedarse en casa” sea posible cuando haga falta cuidar lo importante de la Nación: sus habitantes. Argentina es un hogar para vivir todas y todos y que nadie quede atrás

Por Ricardo Arias – Agrupación Sudeste – Primavera 2020