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Todos al frente

I. Escribo para expresar lo que pienso pero, sobre todo, para poder pensar. Al menos a mí, la temporalidad que exige la palabra escrita me permite algún hilván que de otro modo no habría encontrado. Tal vez, también me preserva de alguna ceguera, de esas tan frecuentes por calor.

Mientras definía la sintaxis del párrafo previo, suena en el equipo de música la hermosa voz de Amalia Rodrigues, la cumbre del fado portugués, quien canta: Povo que lavas no rio / Há-de haver quem te defenda / Que compre o teu chão sagrado / Mas a tua vida não” (1).

La escucho porque perduran en mi mente las palabras de una trabajadora con quien conversé hace pocos días. Ella hace años vota al peronismo. Sé que hace ingentes esfuerzos para sostener a su familia, que incluye hijas, nietos y a su propia madre. También sé que participa de acciones solidarias en su barrio y recuerdo que hace no más de un año profirió elogios al intendente del municipio en el que vive. Sin embargo, en esta última conversación todo era diferente: está angustiada porque no le alcanza el dinero y porque una de sus hijas migró para encontrar trabajo. Se quejó de que en su barrio “todas las chicas son piqueteras” y que el intendente lo único que hace es asfaltar algunas calles. No faltaron las referencias al patrón de la empresa en que trabaja hace más de dos décadas: le paga menos de lo que corresponde y no le permite tomarse los días de vacaciones que ya conquistó.

Supongamos que ella se llama Rosario. Algunas de las injusticias que padece no son nuevas, más bien son herencia de siglos. Sin embargo, algo la hizo cambiar recientemente. Yo encuentro dos fuentes: en su cuerpo, el hambre; en su alma, la mezcla de decepción, frustración y rabia.

II. Leo a pensadores inquietos por las tensiones y debates. No entiendo por qué, si en el populismo hasta la discusión por el impuesto al papel glasé cobra una intensidad que jamás comprendería el ciudadano apático. La única alarma que debería sonar es que, en simultáneo a nuestras arengas, Rosario no se sobrepone ni en cuerpo ni en alma.

¿De qué sirve pedir silencio si, lo sabemos, nos resulta inevitable pensar y decir lo que pensamos?

Si estamos en el Frente de Todos, pues entonces que no se impida que todos estemos en el frente. Lo que retumba, sin embargo, es la palabra “unidad” y, ciertamente, adhiero a ella, que no se rompa. Tal vez sea un vicio de mi oficio cotidiano, pero la insistencia en esa palabra, cuando se cuestionan medidas o se describe el drama social, la repetición de un mismo significante, y sobre todo en boca de quienes piden silencio, termina pareciéndome un síntoma, es decir, un encubrimiento que incluye una sofocación. En efecto, hablamos de unidad porque, parece, no podemos hablar de todos, pese a ser uno de los significantes que nos identifica.

III. Silenciadores y asustados dicen: “Dejen de pegarle a Alberto”. ¡Vaya sintagma! Si yo fuera Alberto lo prohibiría por decreto. En primer lugar, porque lo dicen al mismo tiempo que proclaman, cual si los demás lo ignorasen, que él es el Presidente. Precisamente por eso los cuestionamientos se dirigen a él. Y no porque la responsabilidad sea de una sola persona, sino porque él, por su rol, condensa (o debería) los factores decisores. En segundo lugar, hay algo que se llama jerarquizar problemas, y en esta hora, se dirá, se discuten realidades más difíciles y tristes que un puñado de memes y palabrotas en caliente. Por último, porque quienes así lo defienden, piénsenlo, tal vez lo están fragilizando, cual si fuera una endeble figura que no resistiría el enojo de algunos del propio frente.


IV. El punto previo merece extenderse.

Si el FdT es una amalgama de sectores divergentes, se refuerza lo dicho. Por ejemplo, y por simplificar, habrá un sector representado por CFK, otro por Massa y otro por Alberto. Y entonces los silenciadores nos dicen, rememoran: “Cristina fue la que lo eligió”. No sabemos bien qué pretende esa afirmación, cuál sería su continuación. Imaginemos: “se lo tienen que bancar”, o un desafiante “¿ella se equivocó entonces?”, quizá una ambigua justificación, “si lo eligió, por algo debe ser” o, más taxativamente, “entonces ahora cállense”.

Sin embargo, el interrogante que late, que genuinamente inquieta los corazones, es otro: ¿Estamos seguros que lo que no se hace, lo que no se avanza, es únicamente por la desventajosa y ya famosa correlación de fuerzas? Esta pregunta tiene algo de retórico, ya que para las mayorías solo el tiempo dará la respuesta.

V. Volvamos a la amalgama de tres (quizá más) sectores. Deberíamos, entonces, acordar en lo siguiente: una vez que Alberto fue ungido, deja de ser representante de sí mismo o del sector al que responde. Como ya dije, él debe condensar las exigencias que provienen de la diversidad, lo cual incluye un complejo mapa de anhelos y proyectos, tradiciones y legados, así como de interpretaciones de la realidad. “Cristina lo eligió”, a su vez, quiere decir que “él se dejó elegir por Cristina” (aceptó, acordó, o el verbo que más lustre le dé).

Mi vicio de diván me pide ahora citar a Freud cuando describe lo que él llamó “miseria psicológica de la masa” que, agrega, opera como una amenaza comunitaria: “Este peligro amenaza sobre todo donde la ligazón social se establece principalmente por identificación recíproca entre los participantes, al par que individualidades conductoras no alcanzan la significación que les correspondería en la formación de masa”.

No se trata de un problema de personalidad. El obstáculo no es que Alberto no tenga el carisma de Néstor o la retórica de Cristina. La significación, acá, no dista de lo que antes llamé condensación.

VI. “Si no estamos unidos -se dice en estos días- en el 2023 vuelve el neoliberalismo”. En rigor, el panorama es más grave que lo que reza el pronóstico citado. Hace años venimos estudiando las características de lo que, vulgarmente, se llama voto emocional; es decir, que las elecciones no las decide la razón. El motor que define un voto podrá estar relleno de una trama abstracta de ideas, pero también podrá tener la escasa profundidad de un “me gusta” facebookiano o, quizá, expresará un empuje mortífero, sacrificial. Repito, hace mucho ya nos desconcertó diagnosticar que mucha gente vota en contra de sí misma.

Entonces, la discusión, aunque sea parcialmente, se bifurca: por un lado, discutimos cómo resolver los problemas de Rosario; por otro lado, pensamos cómo lograr que Rosario siga votando para el mismo lado. El primer asunto es un fin en sí mismo, o tendría que serlo, un objetivo más allá del cálculo electoral. Luego, cumplido el mismo, será una condición necesaria, pero no suficiente, para el triunfo electoral. 

La derecha no gana porque discutamos entre nosotros y, mucho menos, porque su rendimiento político arroje algún beneficio para las mayorías. Gana porque sabe torcer la mente de sus electores, porque logra quebrar la subjetividad de quienes la apoyan.

Es momento, pues, de preguntarnos: ¿cuánto hemos hecho para cada uno de los dos objetivos señalados: mejorar las condiciones de vida y captar el voto de las mayorías?

Por eso, es preciso sostener la unidad, pero ella solo tendrá sentido y consecuencia si es el camino para que pasemos todos al frente.

Y termino con una advertencia de Freud: “Huelga decir que una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera ni lo merece”.

En síntesis, lo que rompe la unidad no es la diversidad ni la crítica, sino el destino de las demandas sociales insatisfechas.

Por Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista

(1) Gente que se lava en el río / Tiene que haber alguien que te defienda / Que compren tu tierra sagrada / pero no tu vida.

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