Con las FFAA divididas, el golpe del 23 de septiembre de 1955 se inició el 16, y triunfaría más por la inacción de Perón que por el poder de combate relativo de las fuerzas rebeldes del Ejército, que en su inicio eran sensiblemente menores que las leales.
El 23 de septiembre de 1955 asumió como presidente de facto de la Nación el general retirado Eduardo E. Lonardi, como resultado de la autodenominada Revolución Libertadora que derrocó al presidente constitucional Juan D. Perón. La reelección presidencial, incorporada en la Constitución Nacional de 1949, influyó de manera notoria en la caída de Perón. Según algunos politólogos, de no haber sido reelegido para el período 1952-58, probablemente hubiera triunfado de nuevo en 1958, pero pensar esto impondría un análisis contrafáctico. Lo concreto fue que a partir del 16 de junio de 1955, bombardeo de la ciudad de Buenos Aires mediante, se entabló lo que Alain Rouquié llamó “la guerra civil larvada de junio a septiembre”. El gobierno de Perón estaba seriamente debilitado, y su figura se había desgastado, entre otras causas, por diez años de gobierno y de una deteriorada situación económica.
Con las Fuerzas Armadas (FFAA) divididas, el golpe se inició el 16 de septiembre de 1955, y triunfaría más por la inacción de Perón -que evidenciaba un notorio cansancio psicológico- que por el poder de combate relativo de las fuerzas rebeldes del Ejército, que en su inicio eran sensiblemente menores que las leales. Pero ello, por sí solo, no facilitaría resolver una situación en la que los factores políticos y psicológicos podrían incidir tanto o más que los militares.
La Armada actuó con significativa “unidad de comando”, se aglutinó casi masivamente con los insurrectos, y tuvieron participación activa el almirante Isaac F. Rojas- declamativo peronista devenido revolucionario- y los capitanes de navío Arturo Rial y Jorge Perrén. En el Ejército, el movimiento estaba fragmentado, desorganizado, y se recurrió al general Eduardo E. Lonardi que estaba en situación de retiro y afectado de una seria enfermedad; todos ellos gozaban de gran prestigio y ascendiente profesional en sus respectivas Fuerzas. Durante el desarrollo del movimiento se destacaron los generales Juan J. Uranga y Francisco Imaz; a último momento se acopló el general Dalmiro F. Videla Balaguer, quien en 1951 había recibido un reconocimiento a la Lealtad Peronista; tiempo después muchos se referirían a él diciendo: “Videlita, Videlita, devolvé la medallita”. Los problemas pendientes entre las FFAA y dentro del Ejército se dirimirían luego, aunque no totalmente, en los enfrentamientos internos de 1962 y 1963.
Éste tuvo la particularidad de haber sido el único golpe de Estado cívico-militar que no se inició en la ciudad de Buenos Aires, sino en el interior, en Córdoba, donde tuvieron activa participación los autodenominados “comandos civiles revolucionarios”. El lema era “Cristo vence” y “Dios es justo”.
Los cruentos enfrentamientos se iniciaron en la Escuela de Artillería, en la madrugada del 16 de septiembre. El día anterior, el curso de cuarto año de artillería del Colegio Militar de la Nación, al que yo pertenecía, había permanecido en esa Guarnición en una visita de estudios. Solo después de una dura lucha con efectivos de la Escuela de Infantería -conducidos por el digno y respetado coronel Juan Carlos Cordini- las fuerzas de Lonardi lograron asumir el control de todas las unidades de la Guarnición y de la Fuerza Aérea. En menor medida, en los días siguientes adhirieron las Guarniciones de Mendoza y San Luis. El día 19, el foco de Córdoba vacilaba y algunos percibían un fracaso, pero con el correr de las horas en el interior y en la Capital Federal los efectivos leales pasaban a las filas de los insurgentes, principalmente mandos medios y bajos; entre ellos es de recordar los nombres de los capitanes Jorge R. Videla, Albano Harguindeguy y Carlos Dalla Tea, destinados en ese momento en el Colegio Militar de la Nación.
La acción de la Armada fue determinante. El almirante Rojas declaró un bloqueo al Puerto de Buenos Aires, y advirtió que la Flota de Mar bombardearía los depósitos de petróleo de Dock Sur y la destilería de YPF de La Plata; ese día en horas de la mañana había destruido los depósitos de petróleo de Mar del Plata.
Perón se sentía traicionado, derrotado y no buscó una alternativa que hubiera significado un baño de sangre y la muerte de miles de compatriotas o, peor aún, una guerra civil. No obstante, los motivos de la conducta y renuncia de Perón el día 20 aún hoy son un tema controversial. Contra el deseo de muchos, Lonardi pronunció una frase conciliatoria: “Ni vencedores, ni vencidos”, pero posteriormente la “purga” fue notoria, principalmente en el Ejército, donde cientos de oficiales y miles de suboficiales fueron pasados a retiro obligatorio prematuramente. El tercer golpe cívico –militar del siglo XX contó con la aquiescencia y apoyo de todo el arco político opositor, y de conocidos grupos de interés y de presión. Dejó odios profundos y cuestiones sin resolver. También abrió una grieta o brecha que dividió a los argentinos durante décadas. Y dejó sus marcas aún luego de la recuperación democrática, hasta nuestros días. Lonardi gobernó solo 51 días, y fue destituido por sus pares, en un golpe palaciego, el 13 de noviembre de 1955. Falleció en Buenos Aires el 22 de marzo de 1956.
Por Martín Balza – Ex Jefe del Ejército Argentino, Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.
(Fuente www.perfil.com).