Hoy celebramos el Día Nacional de la Solidaridad en homenaje al nacimiento de la Madre Teresa de Calcuta. Agnes Gonxha Bojaxhiu -ese es su verdadero nombre- nació en Albania el 26 de agosto de 1910; fue una monja católica naturalizada india, y fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad en Calcuta en 1950.
Dedicó toda su vida al trabajo con los pobres, enfermos y los desamparados y a dar ayuda y consuelo a quienes más lo necesitaban. Su obra le valió el Premio Nobel de la paz en 1979; fue beatificada en 2003 por el papa Juan Pablo II y luego canonizada por el papa Francisco en 2016.
No se trata de recordar sus menciones y distinciones sino de empaparnos de sus valores. Nuestro país atraviesa tiempos difíciles y muchos argentinos necesitan de la mirada del otro. Las buenas intenciones son importantes pero la verdadera solidaridad se consuma con la acción. Mucha gente necesita pequeños gestos diarios. “Gracias por no ignorarme” nos dicen muchos vendedores callejeros al ofrecernos sus productos esperando un gesto de empatía y comprensión. Teresa decía que la humildad era la madre de todas las virtudes. Lo difícil no es desprenderse de aquello que no utilizamos, el gesto más valorado es poder detenerse aunque sea unos minutos a conversar con quienes no tienen a nadie más. Las pequeñas obras engrandecen el corazón de cada uno y enaltecen a la sociedad.
Dejando de lado el plano estrictamente ciudadano, quisiera detenerme unos minutos en todos aquellos que tenemos responsabilidad dirigencial. También somos ciudadanos pero nos cabe una responsabilidad mayor porque nos han elegido para esa tarea. Por eso titulo esta columna: Solidaridad, empatía y vocación de servicio. Son requisitos indispensables para pensar en el conjunto y ponerse en la piel del otro. La política está para transformar la vida de los demás, para mejorarla. Es una premisa que debemos recordar todos los días al mirarnos al espejo. Casi como un cuestionamiento personal valdría preguntarse: ¿Qué hice hoy por el otro?
Servirse del poder para provecho propio, enferma. Adueñarse de la cosa pública, es la expresión más grande del egoísmo humano. Y creer que un cargo público nos pone un escalón por encima del resto es miserable. En Argentina no puede haber ciudadanos de primera y de segunda. La ley es igual para todos. Los privilegios terminan siendo una condena que, en algún momento, dejará de ser social o divina y será de cumplimiento efectivo en nuestro querido país.
Cuando la solidaridad es la única vía para sostener a millones de ciudadanos es síntoma de un Estado ausente y nadie puede arrogarse la capacidad de sacar adelante al país sin la ayuda de los demás. Todos los dirigentes políticos debemos posar nuestra mirada sobre el otro y recordar la premisa que la madre Teresa nos enseñó: “La humildad es la madre de todas las virtudes”.
Feliz día de la solidaridad.
Por Graciela Ocaña – Presidenta de Confianza Pública y precandidata a diputada nacional por la Provincia de Buenos Aires dentro del espacio Juntos