Si perdemos el dolor

Por Sebastián Plut (*)

No podemos comprender algo si no ha ocurrido ya. Si entendemos, si hemos logrado alguna inteligencia, no habrá dudas, se trata del pasado. En caso de intentar un pronóstico, esto solo será posible si se trata de la repetición de vivencias pretéritas. En todo caso, su retorno tendrá la forma e intensidad que permita el duelo correspondiente.

brickel

Sin embargo, desde hace tiempo padecemos la sobreabundancia de la eficacia. Sobreabundancia y jerarquía; acaso el valor supremo: uno debe ser eficaz, lo que hagamos deberá ser eficaz. Si nos sentimos mal, rápidamente -y con eficacia- la pastilla deberá estabilizar nuestras emociones así podremos seguir adelante. Todo sea por el futuro. Otra opción es que un coach nos entusiasme, es decir, nos haga olvidar lo que pasó y nos haga creer que todo se puede.

Las pérdidas, hoy, resultan insoportables. Tal vez sea porque hemos perdido demasiado o, quizá, porque hay quienes desean que no sepamos todo lo que hemos perdido. A lo mejor por eso decimos perdido por perdido, o porque hay tantos que ya no tienen nada que perder.

Fuimos educados en el dolor por las pérdidas; aprendimos a perder y, consecuentemente, a dolernos por eso. Hoy ya no; el dolor por perder no tiene lugar, no debe tenerlo. Es, dicen, una ideología que atrasa. Dicen, aunque no sabemos quiénes. El sujeto es el mundo o la sociedad cuando no sabemos quién lo dice, quién lo decide. El mundo, hoy, pide que no sintamos el dolor por perder; más bien, exige que perdamos el dolor.

Incertidumbre es uno de los nombres que le han puesto. Así, de hecho, han bautizado a aquella demanda, la de perder el dolor. No te enamores, no exhibas tu vejez, no busques un empleo, no confíes. No hagas nada de eso porque estarás amenazado por la pérdida, es decir, por el dolor. De nuevo, el mandato es perder el dolor. Si hasta los velorios, ahora, tienen formato exprés.

Andamos, pues, con un GPS en la mano, y entonces ya ni siquiera podemos perdernos. Esto es, no debemos perder el tiempo. Incertidumbre por el futuro y eficacia en el presente. Olvidarnos de lo que vivimos, de lo que aprendimos. Nadie es imprescindible nos enseñan o, mejor, nos inoculan. En efecto, tamaña tragedia no puede llamarse enseñanza.

Solo una única pérdida se admite en el presente: cuando de competencia se trata. A lo sumo, uno es derrotado porque hay otro que es mejor. Es en vano definir qué es mejor, qué significa eso. Alcanza con esa palabra o, lo que es lo mismo, es suficiente con que quien perdió se sienta insuficiente. Si perdió es por su culpa y, una vez más, solo deberá mirar para adelante y mejorar. En qué, para qué y por qué serán preguntas de aquella ideología retrógrada. Perder no es la cifra que distingue pasado y presente sino la vara que solamente divide ganadores y derrotados.

Perder, así, es un verbo despojado de toda belleza pues, otra vez, la belleza y su transitoriedad nos ponen de cara al dolor por la pérdida.

Si no hay pérdida no hay sujeto. Nadie decide. “Se cayó el muro de Berlín” fue la frase que selló el siglo pasado. Si se cayó, nadie lo tiró. En este siglo, entonces, ya no hay revolución, ni resistencia, ni esperanza, pues todo eso requiere de sujetos y de asumir el miedo a perder, aceptar el riesgo del dolor.

Tal es la disyuntiva, entonces, en esta realidad; una realidad a la que no debemos caracterizar como la que nos toca vivir sino como la realidad que construimos. Tal es, reitero, nuestra disyuntiva política, es decir, en el amor y en el trabajo: o recuperamos el dolor por perder o seguiremos insistiendo en perder el dolor.

En el primer caso, el dolor por perder, podremos hacer del pasado un legado, del presente un universo afectivo y del futuro una esperanza. En cambio, si persistimos en perder el dolor, el pasado será inútil, el presente un vacío y el futuro una alucinación.

* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.