Sangre y Desprecio

La pasión de construir en la incertidumbre de la eternidad los llevo a desinteresarse por las estructuras sociales, despreciando la dimensión humana.

El neoliberalismo gusta de contar con sangre los “triunfos” propios y las derrotas ajenas. Para los negacionistas, ni el holocausto, ni los 30000, merecen respeto.  Para los represores, como Etchecolaz, solo valoran a los 30000 desaparecidos, como trofeo sangriento de sus delirios totalitarios. Han transformado el respeto al misterio de la muerte en odio al otro, en tanto otredad. El bombardeo, a la plaza de mayo en el 55, los condecoro como asesinos. Hoy, se repite: “Que mueran los que deban morir”. Buscan que nada interrumpa los negocios financieros de unos pocos. Es la anulación de la otredad individual y social. Es creerse omnipotentes y omniscientes para saber quiénes pueden vivir y quienes no. Otra vez, creen que es válido cualquier medio para robustecerse con miras a la victoria definitiva: otra vez, solo con derramamiento de sangre, el triunfo es plenamente válido. Hay algunos que ven en la sangre una moneda de triunfo sobre el otro.

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El objetivo único y universal es la ganancia financiera y el consumismo que requiere multiplicar irreflexivamente los medios de autodestrucción de la naturaleza y el ser humano incluido en ella.

A pesar de la enorme y aterradora tensión en que se vive y muere por la epidemia global, de la que no hemos podido liberarnos, el neoliberalismo caracteriza al ciudadano de la republica del “conurbano” como frágil, desvalorizado sin méritos para vivir.

Cuando los expertos en salud dicen que el uso de máscaras salvaría vidas en la pandemia, es un argumento sólido para usar máscaras. El neoliberalismo niega en su consumismo vertiginoso, que la muerte es el hecho primero y más antiguo, el único hecho que genera respeto y asombro. La exposición de la injusticia y las bravuconadas totalitarias, de ciertos “lideres” resuenan como amenazas que hacen peligrar las vidas etiquetadas como “inviables” por las “vanguardias” saqueadoras al servicio del poder real.

Para Macri, sería tan simple, tan fácil y tan patriótico decir: “Te protejo y tú me proteges”. Y, sin embargo, no puede hacerlo. Tampoco Trump.  Sus negocios egocéntricos y totalitarios son otros.Han demostrado que los hombres y mujeres de a pie no merecen piedad alguna. Ambos, en sus sueños de eternidad destratan al pueblo autentico y lo hunden. Tanto, Trump como Macri, solos se ven solo como “ganadores” a cualquier precio; lo concretan a través del racismo, la negación del cambio climático y el espiar mercenario sistemático. Han desechado la palabra honesta en el espacio político y privado.

Estos años, con el poder bajo el ropaje de la democracia, hicieron un delirio meritocrático, un compuesto de laboratorio para atraer a las masas electorales. La democracia antes vulnerada por las armas lo fue, esta vez, por los medios concentrados de comunicación y la manipulación marketinera de subjetividades.

La cordialidad hipócrita aprendida por coaching, hace imposible dedicarse a la contemplación exclusiva de aquellos paradigmas que, aún, para muchos, significa la cultura de lo humano: Ley, solidaridad, confianza, justicia, honradez, igualdad, y realizar las acciones consecuentes.,

El neoliberalismo en sus burbujas evitan el rostro singular, colectivo, de los que, con su trabajo cotidiano, construyen un pueblo múltiple y una Nación abarcativa e inclusiva.  

Por Ricardo AriasMariano AñonAgrupación SudestePrimavera 2020