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Salir del clóset de la política

En una época donde parece que hay más prejuicios que diálogo y más apariencias que propuestas, animarse a hacer política y decirlo con orgullo es todo un desafío.

En una época donde las ideologías están en crisis -y el planeta también-, animarse a alzar la voz por las ideas -y los ideales-, no sólo es valiente, sino también necesario. En una época donde las redes sociales están tan presentes y donde la imagen a veces pesa más que las acciones,  animarse a hacer actividades que lleguen al corazón de la gente y no a los likes es tomar el camino difícil, pero el más humano. En una época donde la instantaneidad reina nuestras vidas, pensar a largo plazo y entender con paciencia la gradualidad de los procesos es animarse a ver más allá del presente, para que un futuro sea posible. En una época donde la polarización y el odio están a flor de piel, militar en un partido es una verdadera apuesta, que abraza la heterogeneidad. En una época donde la “política” se volvió una mala palabra y un sinónimo de algo sucio, interesado, y hasta corrupto, animarse a repensarla es el mayor acto de rebeldía.

Para bien o para mal, este es el momento histórico en el que nos toca vivir. Nos toca luchar contra el cambio climático, contra las desigualdades extremas y contra la violencia de género. Transicionar nuestro sistema de producción y consumo para caminar hacia un modelo de desarrollo que sea ambientalmente sostenible y socialmente más justo. Combatir la discriminación hacia cualquir sector. Nos toca hacer frente a una pandemia mundial y sus consecuencias. Adaptarnos a los avances tecnológicos, renovar la educación, actualizar los métodos de aprendizaje y enseñanza para que sean acordes a nuestro siglo y sus necesidades. Nos toca deconstruir nuestras bases para que los cimientos sean firmes. Son innumerables la cantidad de desafíos que tenemos por delante. Pero, ante este panorama desolador me pregunto: ¿cómo pretendemos ganar la batalla si seguimos manteniéndonos al margen, si no nos involucramos para cambiar todo lo que no podemos aceptar? 

La indiferencia nunca fue una opción para mi, y la resignación tampoco lo es. De esa forma entiendo a la política: como una herramienta para transformar. Por eso me duele cada vez que las generalizaciones y los estigmas nos condenan. Es usual escuchar frases como “¿para qué te metés en eso?”, “los políticos sólo buscan su propio beneficio” o “es una causa perdida, no vas a cambiar nada”.  Y yo no sé cuál podrá ser el fruto de la semilla de nuestras acciones, pero sí sé que si nos quedamos en ese lugar pasivo de comodidad, de echar culpas y de queja constante, entonces nada va a cambiar. 

Por eso me entristece darme cuenta de que los temas que afectan nuestro día a día muchas veces ni siquiera se ponen a debate en las charlas cotidianas. Me preocupa que se diga que en la mesa no se debe hablar ni de política ni de religión, cuando el intercambio es lo que nutre nuestra democracia. Me irrita que los prejuicios nublen la escucha a tal punto que el respeto quede excluido de la conversación. 

Es común que se piense que cuando alguien elige ser parte de un partido político es porque le llenaron la cabeza con ideas ajenas; prejuicio que se acentúa aún más con la juventud. Y creo que tenemos que entender que militar no implica estar de acuerdo en todo, sino animarse a construir desde la diversidad de perspectivas. No implica dejar de lado el pensamiento crítico. Se trata de apostar por un modelo de ciudad y de país común. Se trata de tender puentes y, como dijo Malena Galmarini, se trata ante todo de ser servidores. 

Crecí en un ambiente donde el discurso de la antipolítica predominaba y donde los sesgos ideológicos del conservadurismo se disfrazaban de pureza. Al pensar bastante diferente a muchas personas de mi círculo social, no me resultó nada fácil plantarme con determinación.  Aunque, con el tiempo, me di cuenta de que la mayor mentira es pretender que algo está completamente exento de “lo político”, porque incluso lo personal es político. Ahí fue cuando me empoderé como ciudadana y cuando tomé consciencia del enorme impacto que pueden tener cada una de nuestras decisiones. Entendí que la mayor parte del problema no son las problemáticas, sino la inacción. Que la salida es colectiva. Y que puede que parte de la política sea cómplice de intereses personales, pero lo más cómplice es no hacer nada para cambiarlo. 

Por Macarena Oromí

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