Reflexiones sobre la responsabilidad

Reconocer los errores y los fracasos del pasado es un acto de lealtad para con nuestros próceres y para con nuestra sociedad

En la conducción y en la administración de un país, o si nos referimos a una célula inferior, es decir, de cualquier institución u organización, se requieren de muchos acontecimientos y distintas personas para producir un éxito importante o un desastre.

La verdadera conducción requiere, entre otras cosas, de responsabilidad, profesionalidad, audacia e imaginación en el ejercicio del cargo. No hay realidad fuera de él. Por décadas, gran parte de nuestra sociedad ha estado acostumbrada, y quizás también hastiada, por la incompetencia y carencia de responsabilidad de muchos dirigentes. Sin embargo, es notorio que después de objetivos fracasos o desastres nacionales, los responsables de los mismos eludan sus responsabilidades y culpas, y que parte de la sociedad ignore los malos ejemplos, o los termine aceptando con resignación, facilitando con ello —por comisión u omisión— la repetición de los mismos. El filósofo Peter Sloterdijk sentenció: “Las sociedades son sociedades mientras imaginen con éxito que son sociedades, es decir, cuando nos identificamos como habitantes con valores compartidos, cuando estamos dispuestos a convivir, y no solo a existir juntos”.

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Desde hace algún tiempo se ha instalado en nuestra sociedad la necesidad de reflexionar profundamente sobre un concepto esencial: la responsabilidad. Ésta tiene aplicación, no solo en la política, sino también en todo tipo de actividades y organizaciones. En tal sentido, resulta necesario recordar el significado etimológico de ese término: responsabilidad es el juicio que forma la conciencia de un sujeto como consecuencia de los actos libres realizados. Cuando un individuo ejerce un cargo determinado, su responsabilidad consiste en la obligación moral de dar respuesta por las decisiones adoptadas en función de la autoridad con la que fue investido.

Las decisiones que adopta un sujeto en el ejercicio de un cargo son actos libres y, en consecuencia, morales; a mayor nivel jerárquico, mayor será el grado de libertad que se disponga y, por lo tanto, también mayor será la obligación moral de la conciencia en dar respuesta por lo ejecutado. Únicamente en un estado de “sordera de la conciencia” no será el propio sujeto quien efectúe el juicio más certero sobre lo realizado. No hay responsabilidad cuando no existe una persona que dé respuesta de la acción y de sus consecuencias.

La responsabilidad de una decisión no puede ser delegada en el conjunto, pues se disuelve al no poder concretarse y, en ese sentido, ningún superior podrá excusarse de intervenir en hechos que reclamen su participación. Con frecuencia escuchamos y leemos conceptos referidos a la responsabilidad de las instituciones, y es un efecto tan ingrato como invariablemente aceptado que la transgresión a las normas legales, éticas, morales y de convivencia de una sociedad por parte de algunos integrantes de una institución, hace que finalmente se reviertan sobre esta última.

Íntimamente relacionado con lo expresado, está la evaluación autocrítica de lo actuado a través de los miembros de las distintas instituciones y organizaciones. Sobre el luctuoso pasado de los años 70, sólo las Fuerzas Armadas lo hicieron. Hace 25 años, en un mensaje institucional y público, el Ejército asumió su responsabilidad institucional, y entre otros conceptos expresó: “Nuestro país vivió en la década de los ́70 momentos signados por la violencia, el mesianismo y la ideología (…) No fuimos ajenos a este destino que tantas veces parece alejarnos de lo digno, de los justificable(…) Ese pasado de luchas entre argentinos, de muerte fratricida, nos trae a víctimas y victimarios del ayer intercambiando su rol en forma recurrente según la época, según la óptica, según la opinión dolida de quienes quedaron con las manos vacías por la ausencia irremediable e inexplicable…”.

Reconocer los errores y los fracasos del pasado es un acto de responsabilidad y de lealtad para con nuestros próceres y para con nuestra sociedad, como así también, un acto de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe en los valores permanentes de la moral que decimos sostener. La historia no solo debe satisfacernos, es pasado esclarecido, y el porvenir pertenece a quien tenga la memoria más larga.

La investigación profunda y honesta, respetando la verdad, fortalece a quienes tienen responsabilidad de conducción. En cambio, el ocultamiento y la mentira los debilitan. Alguien dijo que la historia es pródiga en ejemplos que ilustran sobre el triste desenlace a que conduce, tarde o temprano, la mentira; entendiendo por ella la distorsión o la tergiversación de la verdad, por molesta o dolorosa que ésta fuese, concepto que incluye a todos los ciudadanos por igual.

Es en este sentido que no podemos ignorar páginas oscuras de nuestro pasado -casi inexplicable- que vivimos; no obstante, si todos y cada uno de nosotros reconoce y asume los errores cometidos, superaremos las barreras de aislamiento, de agresiones y de las discriminaciones injustas e ingratas. No es imposible avanzar hacia la indispensable reconciliación, gracias a la cual, en la profundidad y en la lógica del Padre Nuestro (oración respetada por todas las religiones) se superan antiguos y nuevos agravios, para lograr el patrimonio social y espiritual que deseamos.

He escuchado a muchos -y coincido con ellos- manifestar que es inconducente seguir tratando de redescubrir nuestra historia, en particular la de los últimos setenta años, con el único ánimo de atribuir “a los otros” las responsabilidades y errores del pasado, y eludir las nuestras.

En los desencuentros -seis golpes de Estado y más de cincuenta “chirinadas” fracasadas en el siglo pasado- tuvieron participación activa, además de los militares, entre otros, sectores políticos, económicos y sindicales, pero la autocrítica y responsabilidad de éstos tres últimos por haber contribuido a vulnerar la esencia de los valores republicanos, aún hoy, brilla por su ausencia. Repasemos juntos las deformaciones subsanables sin prejuicios, sin intolerancia y sin continuas agresiones mutuas. El futuro de nuestra Argentina no va a ser dominado por irresponsables que permanezcan atrapados en el pasado.

Por Martin Balza – Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica