Quién te ha visto y quién te ve

01. Atribuyo a causalidades contingentes la circunstancia de haber visto, en el lapso de dos semanas, dos producciones fílmicas que retratan las vivencias de trabajadores cuya actividad está centrada en los teléfonos. Una de ellas es el documental Retiros (in)voluntarios, de Sandra Gugliotta; la otra es una película de ficción recientemente estrenada, En la mira, dirigida por Ricardo Hornos y Carlos Gil. Me centraré en esta última ya que al documental le dediqué otro artículo (1).

02. Si bien dije ficción, sabemos que fictio figura veritatis, alguna verdad cobra forma en su trama. El guion pertenece al género de suspenso y no vale aquí adelantar al lector la historia relatada, el misterio que narra expresamente, cómo se desarrolla y, luego, su resolución. Sin embargo, en paralelo con la amenazadora secuencia, la película exhibe una realidad no menos inquietante: el día de trabajo del empleado de un call center. Todo el tiempo conectado a un auricular, respondiendo a reclamos, las más de las veces con gentiles evasivas y argumentos inconsistentes, sometido a un cronómetro desquiciante y a relaciones laborales abusivas.

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03. El personaje central es Axel Brigante. Su apellido es evocativo, no solo porque en su etimología italiana se traduce por bandido, sino porque igual apellido tenía el criminal de las novelas de Edwin Torres, Carlito Brigante, de las cuales la más conocida es Carlito’s Way.

04. En la película Brigante transita como una doble víctima (del personaje amenazador y de su jefe), aunque no es esa su única posición. Recordemos Quién te ha visto y quién te ve y la sombra de lo que eras, la obra teatral de Miguel Hernández que narra la historia de un muchacho que abandona su inocencia por los placeres carnales, a lo que le sigue una etapa de penurias y, finalmente, su redención. Por un lado, relatos de culpa y expiación. Por otro lado, ver y ser visto, estar en la mira.

05. El rock que cierra la película, y que muestra la versatilidad vocal de Elena Roger, imprime aun otro hipervínculo, esta vez de inspiración orwelliana, que conjuga algo de Rebelión en la granja con algo de 1984. Un poco caprichosamente quizá, puedo agregar otra referencia que se me antoja implícita: el rebelde personaje Sniper, artista callejero de la novela El francotirador paciente, de Arturo Pérez-Reverte, que firma sus grafitis con la imagen de una mira telescópica. Quiero decir que hay otro par en juego, además de culpa/expiación y ver/ser visto: sistema/antisistema.

06. En uno de los versos, Roger canta: “se subastan lotes de identidad”. La metáfora es elocuente. Singularidades reducidas a espacios acotados, indiferenciados, que solo se traducen en un precio. Oficinas vidriadas, que pretenden ostentar transparencia cuando solo redundan en falta de intimidad, al fin y al cabo sentida como innecesaria por la supresión subjetiva. Vínculos impersonales, al borde de la deshumanización, y transformados en una serie repetitiva de preguntas y respuestas automatizadas. Diría, conjugación de automatismo y violencia.

Digresión sobre automatismo y violencia. Las derechas extremas vienen avanzando y si bien se insiste en que se arrogaron el usufructo de la posición antisistema, es preciso definir a qué sistema se oponen. Respondo: al de la democracia y el de los DD.HH.

En el ámbito vernáculo debería bastar con un solo ejemplo, Javier Milei. Hay dos rasgos que se advierten en cada una de sus apariciones, precisamente, el automatismo y la violencia. una y otra vez repite la misma frase para definir su presunto liberalismo: “es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión, en defensa de la vida, la libertad y la propiedad”.

El debate se extendería casi al infinito si nos propusiéramos un análisis fragmentado. Qué alcances tiene el adjetivo “irrestricto”, qué entiende por “no agresión” un sujeto que no cesa de insultar, qué entiende por respetar la vida, que probabilidad hay de que esa cosmovisión se traduzca textualmente en hechos concretos, etc. Sin embargo, lo más significativo, lo que más deberíamos tomar en cuenta es el modo de su repetición, nuevamente, el automatismo.

07. En la mira. Al comienzo de la película el protagonista despierta luego de un vívido sueño erótico. El mundo laboral en el que está inserto le propone algo similar, que crea algo que no es. Como en la escena del sobre vacío, allí no hay nada. Esa es una de las tensiones que atraviesa todo el filme en la pulseada entre el cliente y el telefonista, que este último diga la verdad, incluso a su novia. Mientras la ciudad está atestada de basura, con temperaturas elevadas, cortes de luz, ascensores que no andan y colectivos repletos de pasajeros, el paisaje laboral se pretende alucinatorio, otra vez, que empleados y clientes crean lo que no es.

Hay un sujeto que ve y otro que es visto, al cual el primero tiene en la mira. En ese mismo acto el sujeto visto ya no es dueño de su propia atención. Solo le resta mirar de forma pasiva pues el otro se ha apoderado de su percepción. El personaje que lo observa, que lo vigila amenazante, opera pues como un alter ego de la empresa. Sin embargo, hay tal vez una diferencia. Quien lo amenaza, a diferencia de la empresa, hace que el trabajador, por primera vez, pueda sentir que hace algo genuino.

Por Sebastián Plut

(1) Plut, S.; “Voluntades robadas”, Página/12, https://www.pagina12.com.ar/418186-voluntades-robadas, 28 de abril de 2022.

(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG).