Quién soy y qué hago

Una larga y curiosa tensión acompañó a lo largo del tiempo la propuesta entre los rusos más famosos de la literatura de todos los tiempos: Dostoievski y Tolstoi.

El franco-americano George Steiner –muerto hace muy poco con cerca de cien años- trabajó, como crítico literario, los autores más importantes de la literatura universal. Para compensar tanta desmesura en la actualidad argentina, y a modo de caricia, tenía una gran admiración por Borges a quien le dedicó un sesudo estudio compartido con Becket y Nabokov: “Extraterritorial”. Steiner por sí mismo ameritaría dedicársele unas páginas. Fue un judío metafísico que, de modo no explícito, nos hablaba permanentemente del misterio. Entre otras muchas cosas escribió un atractivo ensayo sobre estos dos autores rusos que llamó: “Tolstoi o Dostoievski”.  Pero hay una razón para justificar el título; hizo un estudio por contraste entre uno y otro. Puestos en la dinámica de la opción, personalmente tengo preferencia por la perspectiva de Dostoievski.  Pero cierto es que también la pasé muy bien con la literatura de Tolstoi. Cada uno tiene un enfoque diferente. Para tomar la diagonal de la síntesis, uno escribe con el foco puesto en la interioridad del hombre y sus intereses más profundos, como buscando una respuesta al destino del ser humano como individuo responsable de sus actos, y con la pretensión de encontrar las razones que justifican su vida; ese es Dostoievski. Tolstoi es el hombre del compromiso social.

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Cuando leemos “Crimen y Castigo”, o “Los Hermanos Karamazov”, o el “Príncipe Idiota” tenemos la atención fijada en los intereses más básicos que dan sentido a la vida, a las crisis del hombre, a las preguntas más importantes   que una persona puede hacerse en torno al fin último de su existencia. Su finitud, sus valores; su presencia ante el misterio que es uno mismo en el fluir de su conciencia. Es el hombre parado frente al misterio de Dios buscando respuestas esenciales. Es la criatura frente al Creador y el para qué de su existencia. En su lectura no hay una línea que nos distraiga del sentido de la vida. Es un escritor de pluma religiosa por la vía de los cuestionamientos radicales que moviliza desde la banalidad o trascendencia de los actos humanos que implican responsabilidad, y definen a la persona en su moral.

Tolstoi es el escritor de lo social, de la justicia, o de la injusticia. Ciertamente tuvo inquietudes religiosas importantes, o tal vez, deberíamos decir espirituales. Pero sus dos obras más destacadas: “Anna Karenina” y “Guerra y Paz”, nos dan una pincelada de su personalidad volcada en ellas. Mientras “Guerra y Paz” es la monumental obra de la descripción de los personajes con matices de detalles en donde puede entretenerse páginas en la construcción del tema en cuestión, “Anna Karenina” es la novela de la descripción social. En esta obra, el personaje que lleva su nombre es un sensible e inquieto terrateniente movilizado por las injusticias que padece el pueblo trabajador, y desarrolla toda una política de principios para cambiarles la vida a sus empleados.

Arriesgo un paralelo con otros dos gigantes de la literatura, aunque en español: Unamuno y Pérez Galdós. Uno fue el escritor de los fundamentos del sentido del hombre (San Manuel bueno, mártir; Niebla), el otro fue el escritor realista, costumbrista (Fortunata y Jacinta; Misericordia), que pintó como nadie la sociedad española de la época. Otra vez lo metafísico y lo social.

El compromiso en lo social de Tolstoi fue más allá de los límites de la literatura; fue causa de una crisis personal profunda; y murió en ella. Sus teorías y comportamiento en el campo de lo social hicieron que la Revolución Rusa, sucedida siete años posteriores a su muerte, se apropiara de su imagen y construyera una leyenda en su entorno.

Lo metafísico y lo social. Quién soy y qué hago. Mi yo interior y mi despliegue hacia el afuera. Cómo me defino y cómo me desenvuelvo. Los autores mencionados solo valen en tanto síntesis apretada porque sería muy impreciso reducirlos a esos conceptos.

La película “La Misión”, de 1986, plantea una tesis con algunos rasgos que nos pueden ser útiles porque comparten esta lógica de lo metafísico y lo social. La recuerdo muy vagamente, pero sí, la tensión que se planteaba entre dos concepciones diferentes de Iglesia. Frente al embate contra la libertad de los nativos (misión jesuítica entre los guaraníes), una posición, interpretada por R. De Niro, un converso tardío, apela al recurso de la fuerza como canal de defensa de los derechos de los aborígenes; el otro, J. Irons, apela a la fuerza de la oración, de la Iglesia de la identificación con Cristo sufriente, con la de la identidad primaria del cristianismo. ¿La acción o la fe? ¿Identidad definida y desplegada coherentemente o intento de modificación de la realidad por la acción? Ciertamente hay una correspondencia entre lo que se es y lo que se hace.

Sin mucha conciencia definimos a alguien por lo que es o lo que hace. Lo percibimos, sencillamente eso. Vamos conociendo a alguien y somos capaces de aproximarnos con bastante certeza a quién es, si confiable, sincero, aprovechador, lo que fuera. Esto nos resulta claro cuando alguien a quien conocemos nos sorprende con una conducta diferente a lo esperable.

Lo que vale para la persona es extensible para un país. ¿Qué es la Argentina? ¿Cuál es su identidad, si la tuviera? ¿Es, acaso, el país adulto descarriado, con un pasado de adolescente sensato? Las discrepancias en torno a la generación del 80 me han resultado más ideológicas que reales. Porque los datos no soportan análisis. Aquel grupo de intelectuales, políticos, empresarios, militares que pusieron las bases de un futuro promisorio tuvo un proyecto de país. Se sucedían los gobiernos, con contrastes, enfrentamientos y pugnas serias, muy serias (la Revolución del Parque), pero llevaban el país hacia un destino de progreso, de desarrollo. Con solo atender las corrientes migratorias de aquellos años en los que se dudaba de ir hacia el norte o el sur de América, valen como testimonios elocuentes. Más tarde se los identificó como la oligarquía europeizante. Argentina era el país que cumplía las promesas. A principios del siglo XX el ingreso per cápita era el 200% superior respecto de los demás países de la región.  Hoy es el 37% del promedio. Hasta la década del 60 fue la economía más grande de Latinoamérica, hoy es la tercera por poco tiempo más.  ¿Qué es hoy la Argentina? ¿Tiene alguna identidad? Trazarla es proyectar adónde ir en los próximos 10, 20, 30 y más años. Y que el hacer sea consecuente con ese proyecto. Hoy nadie discutiría si viviremos en una república o no. Pero hay discusiones que hablan de la baja calidad de la república que tenemos. La degradación en lo que va del siglo no encuentra explicaciones razonables. O tal vez sí. Escuchando el debate entre los diputados por Buenos Aires, provincia, me sorprendía la candidata, primera candidata, Tolosa Paz. Esa pregunta con rasgos de mantra, que le hacía a Santilli era, además de maleducada, infantil. ¿Creería que eso destruía la argumentación del otro candidato? ¿Esa es la calidad humana e intelectual de los aspirantes por oficialismo? A lo largo de la campaña solo ha mostrado ser vulgar y superficial.

Cualquier índice que se tome para medir algo respecto a los índices de principio de siglo, éste, no el principio del XX, es de retroceso. El populismo, mentiroso, hipócrita, insensato, se paga con vidas, con calidad de vida o con emigración.

Cómo puede ser que, con la mitad de la población en la pobreza, la señora Cristina Fernández cobre dos millones y medio de pesos por mes de pensión.  Y el retroactivo, claro. La misma que es la responsable principal de la pobreza. Su signo político gobernó el 70% de lo que va del siglo; algo tiene que ver con los resultados. El populismo ha hecho del país del progreso el país de la decadencia.  Y un 30% los sigue eligiendo. Incomprensible.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará