¿Qué pasó realmente en Malvinas? La guerra no es solo un conmovedor relato heroico

A pesar de las casi cuatro décadas transcurridas, la gente está unida en forma emotiva a las islas y la guerra de 1982 más que informada del cómo, el por qué se gestó y realmente qué sucedió

El presente año ha sido declarado por el ministro de Defensa como el de “La vigilia de los cuarenta años de la Guerra de Malvinas”.

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Fuentes extranjeras la calificaron como una pequeña gran guerra, y la primera de la era misilística. No obstante, salvando las circunstancias del ámbito geográfico, de los efectivos participantes, de la población afectada, de la duración y el comportamiento de los adversarios, las secuelas y traumas fueron similares a todas las guerras. Evitar ello es un imperativo humanitario, moral, político y económico.

A pesar de las casi cuatro décadas transcurridas, nuestro pueblo está mayormente familiarizado en forma emotiva, más que informado del cómo y el por qué se gestó y realmente qué sucedió, no solamente en una narración conmovedora de hechos heroicos, que sí los hubo, y muchos.

La crisis de Malvinas comenzó el 20 de marzo de 1982, con una inusitada reacción del Reino Unido ante el desembarco de personal y material de la empresa privada argentina Georgias del Sur S.A. del señor Constantino Davidoff, en la isla San Pedro en las Georgias del Sur, a 1.600 km al este de Malvinas, para el desguace de una vieja factoría.

El episodio no tenía nada de sorpresivo o extraordinario, pues la empresa de Davidoff había cumplido con todas las formalidades contractuales, legalizadas en septiembre de 1979, ante las autoridades competentes británicas. La embajada del Reino Unido en la Argentina estaba al tanto de ello, pero Londres, el gobernador de las Islas Rex Hunt, y los intereses asociados a la Compañía de las Islas Falklands (Malvinas) realizaron una presentación ante nuestra Cancillería, el día 22 de marzo.

El gobierno de la Primera Ministro Margaret Thatcher, no era ajeno a los hechos que imponían el desalojo forzado de los obreros argentinos. La intención de originar una crisis con nuestro país era evidente. ¿Podía ignorarla el gobierno argentino? Aprecio que no. Y su decisión fue adelantar cuarenta días la recuperación militar de las islas.

Se trataba de un viejo proyecto del almirante Emilio Massera, cuyo ejecutor fue el almirante Jorge I. Anaya, que condicionó al general Leopoldo F. Galtieri y al brigadier Basilio Lami Dozo. No fue un actor de reparto el canciller de entonces, Nicanor Costa Méndez, quien en una reunión privada en enero de 1982 dijo: “Soy el canciller que va a recuperar las Malvinas”.

La exitosa Operación Rosario se inició la noche del 1° al 2 de abril y se consolidó rápidamente en pocas horas. La guarnición británica estaba defendida por un reducido destacamento que no superaba los 80/100 hombres, con armamento liviano.

Solo se planificó esa operación. Jamás se pensó en “el día después” ante la segura reacción del RU y de sus aliados de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y, por lo menos, encausar nuevamente en forma seria las negociaciones en el ámbito político-diplomático, aceptando la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 3 de abril.

La crisis continuó el resto del mes de abril con inconducentes negociaciones, sin prestar la más mínima atención desde el punto de vista operativo y logístico a los efectivos que en forma desordenada, y carente de la más mínima planificación, eran enviados a las Islas.

El 1° de mayo a las 04.42 hs. se inició una guerra jamás pensada y que nunca había constituido una hipótesis de conflicto. A combatir en una zona insular sin control del mar y del aire.

El adversario empleó simultáneamente una estrategia de desgaste y de estrangulamiento. La primera, a partir del 7 de abril, consistió en la amenaza marítima, concretar el apoyo operativo- logístico y sanciones económicas de países de la OTAN, gestiones diplomáticas y un efectivo empleo de la acción psicológica. La segunda buscó conformar un cerco completo, que condujo al aniquilamiento perfecto, que se vio facilitada por la ejecución de una actitud defensiva lineal sobrextendida, sin profundidad, movilidad y reservas.

La batalla decisiva tuvo dos fases: la primera, predominantemente aeronaval, entre el 1° y el 20 de mayo; y la segunda, con predominio casi totalmente terrestre, entre el 21 de mayo y el 14 de junio.

Durante la primera, los efectivos en tierra fuimos sometidos a un desgaste psicofísico en las húmedas y frías trincheras y refugios, esperando el desembarco británico. La fase terrestre la iniciamos conscientes de nuestras propias limitaciones, de haber cedido totalmente la iniciativa al adversario y de la incapacidad de recibir apoyo del continente.

Nuestras Fuerzas fueron eliminadas por partes: primero nuestra Flota de Superficie, que se auto marginó del conflicto sin siquiera intentar disputar el espacio marítimo; segundo, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval, debido a las importantes pérdidas sufridas, a pesar de los reconocidos éxitos iniciales y la excelente profesionalidad evidenciada; por último, los efectivos terrestres del Ejército y de la Infantería de Marina, cuando el estrangulamiento terrestre cerró definitivamente el previsible cerco total que condujo a la inevitable rendición.

La guerra del Atlántico Sur tuvo la misma duración que la del Golfo, de 1991, en la cual la campaña aérea estadounidense duró 38 días y la terrestre solo 4 días, en total 42 días, con un saldo de 144 estadounidenses muertos en combate. En Malvinas, la campaña aérea y naval británica duró 20 días y la terrestre 24, en total 44 días.

Las pérdidas británicas fueron del orden de 5/6 buques hundidos y no menos de 9 averiados (según fuentes de estadounidenses); 14/15 aviones Harrier (derribados por el moderno sistema de armas de la artillería antiaérea del Ejército, excepto un caso atribuido a un misil portátil tierra-aire disparado por efectivos de la Compañía de Comandos 601) y 23/25 helicópteros (en distintas circunstancias). El número de británicos muertos en combate fue del orden de 270/300 y el de argentinos caídos en esas circunstancias oscila entre 634/649.

A pesar de la incompetencia política, diplomática y militar de los altos mandos en el continente, y de algunos en Malvinas, nuestros soldados cumplieron con la sentencia sanmartiniana: “Una derrota bien peleada vale más que una victoria casual”.

A casi 40 años del conflicto, sigo pensando que la guerra es un renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad.

Por Martin Balza – Ex Jefe del Ejército Argentino – Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.