Por Leo Moreno*
Era lunes. Llovía y hacía mucho frio en la ciudad de Buenos Aires. La palabra “dolor” ocupaba casi la totalidad del título elegido por Rodolfo Walsh para el diario “Noticias”. El primero de julio de 1974 partía a la eternidad un líder excepcional, el General del pueblo, Juan Domingo Perón.
Ni los casi 18 años de exilio, ni que bombardeen y masacren a su pueblo en la Plaza de Mayo, ni los fusilamientos de José León Suárez, ni la cárcel ni la proscripción, ni las torturas, ni lo que vino después de su muerte con la dictadura cívico militar más sangrienta que sufrió nuestra Patria en toda su historia, pudo quebrar ese vínculo inquebrantable y el sentimiento profundo que tiene el ADN del pueblo argentino. La Lealtad. Y no cualquier lealtad, la organizada en comunidad.
Así nació el Movimiento más grande de occidente y así perdura en nuestros días. Aquel 17 de octubre de 1945, fue el pueblo organizado el que lo libera y gesta una revolución que lo cambió todo. A partir de esa gesta, efervescente y federal que inundó todas las calles, Perón toma para el Estado lo que es del Estado, nacionaliza los recursos y pone a la Argentina en la faz de la tierra como una Nación libre y soberana.
Ese amor y esa dignidad hacia su pueblo no se olvidará jamás y es, hasta estos días, la llama de un fuego sagrado que marca y guía a generaciones que luchan por volver a recuperar una Patria soñada, en la que todas y todos podamos vivir con justicia social.
Después de los 30.000 y la generación que nos arrebató con terror y dolor la dictadura, después del sálvese quien pueda y del miedo paralizante que acuñó a buena parte de la generación siguiente durante el neoliberalismo entreguista de quienes osaron con flamear nuestras banderas para saquear la Patria, el pueblo emergió del subsuelo de la Patria como una primavera floreciendo. Y post crisis del 2001 y 2002, con nuevos muertos en la Plaza de Mayo, con represión y un desesperanzador que se vayan todos, justo ahí, casi breves instantes de la historia después, cuando todo parecía perdido, mi generación tuvo el privilegio de ser forjada al calor del peronismo de Néstor y Cristina. Porque ahora, con el diario del lunes, todos nacimos con el escudo justicialista tatuado, pero antes de ellos dos había que decirlo bajito, en confianza, porque habían convencido a buena parte de la población de que ser peronista era mala palabra, sinónimo de corrupción, del innombrable que con la bandera de los compañeros vendió nuestros recursos y nos condenó a una deuda impagable. Por eso, en honor a esa lealtad y memoria colectiva que ejercemos los peronistas, es necesario recordar que si hoy Perón y Evita son la fuerza motora, la épica y la mística de toda una generación política nacida en el 2003 (y luego) fue en parte por la dignidad que recobró gracias a un proyecto de país que nos persuadió a muchos, que nos hermanó, que nos abrió los ojos y demostró que –no importa cuándo leas esto-, el peronismo es el único proyecto y filosofía de vida colectiva que da felicidad.
Volvimos a ese ideal de un país justo como el que vivieron nuestros abuelos. Volvimos a tener Patria, la que es para todas y todos, pero primero para los más humildes, para el pueblo tranbajador, la que no tiembla y se rebela ante los intereses foráneos y saqueadores.
Todo esto fluye en nuestra sangre en cada fecha emblemática de nuestra historia y cada primero de julio. Pero hoy aún más. Porque no recordamos ni ejercemos la nostalgia como una fotografía estática. Todo tiene que ver con todo, diría alguien que bien sabe de todo esto. Pero este año se cumple medio siglo de aquel lunes lluvioso, de aquel llanto ensordecedor que paralizó la Argentina por varios días.
Por el contrario, si hacemos el ejercicio de buscar puntos comunes, vamos a encontrar los mismos apellidos vinculados a la entrega voraz de nuestros bienes e intereses naturales, los mismos vínculos extractivistas, financieros e internacionales, las mismas recetas económicas, el mismo modus operandi. Y podemos seguir.
Pero también vamos a encontrar esa memoria indeleble de un pueblo con consciencia, que no se rinde, que lucha y que, aún en sus peores momentos, se organiza. En una cuadra, en un barrio, en un club o sociedad de fomento, en donde sea. Y allí es donde Perón confirma su inmortalidad. Entonces, hoy es deber de todo peronista, despertar ese gen de justicia social en cada argentina y argentino, fundamentalmente en los jóvenes, protagonistas de las mejores revoluciones. Ese es uno de los mayores desafíos inmediatos de estos tiempos, mantener vivo su legado y continuar traspasando las fronteras del tiempo.
Porque ser peronista en tiempos de individualismo es un acto rebeldía en sí mismo. ¿O acaso hoy sus discursos sobre el medio ambiente y el cuidado de nuestros recursos naturales no están más vivos que nunca cuando advertimos sobre las consecuencias de la Ley Bases y el RIGI impulsado por Milei, Macri, Caputo y Sturzenegger?. ¿Acaso ser esclavos del FMI no es una política de retroceso, que tanto Perón y Néstor cortaron de cuajo para poder tener un crecimiento sin ataduras?
Sin duda leer al Perón en todas sus facetas, en todas sus épocas y tiempos ayuda a construir el ideario simbólico que necesitamos para seguir el trasvasamiento generacional. Pero mejor que decir es hacer. Y es fundamental hacerlo con propuestas y medidas que sean reflejo del tiempo en que vivimos, y no parte de un simbolismo anacrónico y micromundista para la tribuna y vacío de contenido.
Como militante político, estoy convencido de que el peronismo en heterogeneidad tiene la fuerza y la dinámica suficiente para poder representar a todos aquellos que se muevan por el interés colectivo, dejando sus días enteros para ser parte de la continuidad histórica que a pesar de todo lo que hemos vivido sigue flameando en cada marcha, en cada tatuaje, en cada bombo y abrazo cantando la marcha, en la estrofa agregada que pudo actualizar al peronismo de la mano pinguina del sur.
En estos momentos en los que, una vez más, el poder real se empeña en desparecer al peronismo y sus mártires, atreviéndose inclusive a gatillar sobre la cabeza de la líder y conductora estratégica del movimiento, la que nunca se arrodilló ante el poder que con odio destila su violencia por todos los medios, es nuestra responsabilidad tener a Juan Perón y a la doctrina justicialista más presente que nunca. Pero no como un dogma vacío para los canales de televisión, para asegurarse un lugar en las listas, para jugar a la polémica de la viralidad virtual o como una entelequia abstracta para dividir al movimiento. Sino para hacerlo realidad en cada rincón de nuestro pueblo, en el ejemplo de estar uña y carne con los que padecen en carne propia este sistema económico voraz y destructivo.
El desafío es despojarnos de todo ego y de ese narcisismo que es más propio del liberalismo que de nuestras banderas históricas. Luchar desinteresadamente para izar bien alto nuestras banderas históricas, para continuar el legado de San Martín, Belgrano, Moreno, los caudillos federales, Rosas, Perón y Evita, las y los 30.000, Néstor y Cristina.
En esta fecha, y cada día, que recordar a Perón sea asumir el compromiso urgente e ineludible de interpretar a las pibas y pibes de nuestra Patria, de proponerles la felicidad y hacerla realidad, de enamorarlos de nuestra doctrina, del único proyecto de país capaz de sembrar futuro y justicia social. La organización vence al tiempo, pero hay que demostrarlo, militando más que nunca. Y, a diferencia del desconsuelo que sufría nuestro pueblo un día como hoy pero medio siglo atrás, tenemos conducción y seguimos teniendo un privilegio. Se llama Cristina Fernández de Kirchner.
*Por Leo Moreno (Diputado Provincial BS AS UXP)