Presente en llamas, ¿futuro en cenizas?

“Nuestra casa está en llamas”, las palabras de la joven activista Greta Thunberg  hoy resultan más reales que nunca. Así lo evidencian las imágenes provenientes del sistema de información sobre incendios de la NASA. Nuestro futuro también se incendia, pero las industrias que juegan con el fuego y con la vida no son las que se queman. Las poblaciones más vulnerables parecen ser el material inflamable, y la flora y la fauna, un mero daño colateral. 

Más de 150 personas evacuadas, más de 30.000 hectáreas arrasadas, más de siete viviendas rurales afectadas. Y eso sólo en Córdoba. Eso sin siquiera mencionar el ecocidio en el Delta del Paraná, donde se registraron 7.000 focos en las primeras dos semanas de agosto, según el reporte del Museo de Ciencias Naturales Antonio Scasso de San Nicolás. Sin resaltar el altísimo valor ecosistémico de los humedales, ignorando su capacidad de mitigar el cambio climático y controlar las inundaciones, encubriendo la biodiversidad de seres vivos que alberga. Invisibilizando los problemas generados en la salud de las personas que debieron inhalar humo, el desamparo de quienes perdieron su hogar y su fuente de subsistencia. Así se leen generalmente estos números, pasando por alto el dolor de los pueblos originarios desplazados y los intereses del sector ganadero e inmobiliario que buscan “limpiar el terreno”. 

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Parece que no alcanzó con que la Organización de las Naciones Unidas categorice al cambio climático como el mayor desafío de nuestro tiempo, ni con que nuestro Congreso declare la emergencia climática y ecológica. Parece que no alcanzó con que el informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático) advierta que si llegamos a aumentar dos grados Celsius vamos a alcanzar el punto de no retorno y que ya subimos 1,1 grados Celsius desde la era preindustrial. Parece que no alcanzó con las marchas multitudinarias exigiendo acción ni con el trabajo constante de las organizaciones de la sociedad civil. Nuestra casa sigue en llamas. 

¿Qué más debemos hacer para que dejen de destruir el medio que garantiza nuestra existencia en nombre del desarrollo? ¿Y para romper esa falsa dualidad entre economía y ambiente? ¿Qué más debe pasar para que se apruebe y promulgue una Ley de Humedales Ya? ¿Y para que se respeten las vigentes, para que se preserven realmente las áreas protegidas, y para que se veneren los ciclos de la naturaleza? ¿Qué más debemos hacer para que se nos incluya a la juventud en los debates en torno a las decisiones que nos afectan? ¿Y para que se escuche a la ciencia? ¿Qué más debe pasar para que el ambiente sea parte central de la agenda y para que entendamos que en su salud está la nuestra?

Entre la indignación y las lágrimas me pregunto; ¿quiénes van a ser los bomberos de nuestro futuro? Las y los jóvenes estamos cansados de querer sembrar conciencia y encontrar escombros. Estamos hartos de tener que apagar incendios que no generamos. Estamos en peligro y quienes pueden hacer algo también lo están. Pero lamentablemente sus ojos parecen estar vendados. 

El 95% de los incendios forestales son producidos por la actividad humana, según el Ministerio de Seguridad de la Nación. El 5% restante, donde las causas son naturales, se ve agravado por el cambio climático, que también aumenta el riesgo de los incendios, y que a su vez demostró tener un origen humano. Esa es tanto la buena como la mala noticia, lo que hacemos impacta. Tenemos la responsabilidad de elegir cómo queremos que sea nuestra huella. Todavía podemos terminar como algo más que cenizas. 

Por Macarena Oromí – Activista socioambiental en Prosperar, parte de Alianza por el Clima, y en Jóvenes por el Clima