Para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino

Cuarenta y ocho años atrás, por estas horas el pueblo argentino vivía momentos de angustia frente a lo que terminó siendo una de las páginas más dolorosas de la historia argentina por la desaparición física de uno de los líderes más influyentes en la política de la República.

Hace cuarenta y ocho años se apagaba su vida y empezaba a tomar cuerpo y volumen propio la construcción de una nueva cultura política en la Argentina, que ya venía de décadas anteriores, pero a partir de ese momento definitivamente empezó a impregnar al conjunto de los argentinos.

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Un simple repaso nos recuerda que el peronismo de los años 40 constituyó una fuerza política de carácter movimientista que cruzaba sectores sociales, pero fundamentalmente aunaba las mejores expresiones del pensamiento nacional en la historia de los argentinos. Por eso, en un corte transversal podemos encontrar a jóvenes yrigoyenistas enrolados en la denominada Fuerza de Orientación Radical para la Joven Argentina, que presidía Arturo Jauretche; oficiales nacionalistas reunidos en torno al GOU; dirigentes sindicales de distintas extracciones (recordemos el Partido Laborista, que finalmente fue la herramienta orgánica institucional a través de la cual se presentó en su primera elección), laboristas, socialistas, conservadores y nacionalistas. Incluso, con el transcurso del tiempo el peronismo se fue actualizando con otros pensamientos.

El general Perón hizo un esfuerzo permanente de adaptación e integración de los nuevos pensamientos reinantes en el planeta. Podemos recordar los esfuerzos por analizar los nuevos tiempos de posguerra que corrían, cuando empezó a evaluar la salida del período de los nacionalismos hacia la consolidación y proyección del continentalismo mediante el universalismo, que muchas décadas después, luego de su fallecimiento, terminó conociéndose como la globalización.

En materia medioambiental y económica, se caracterizó por la humanización del capital.

También hay que destacar su vocación por buscar una herramienta para modernizar e incluir los nuevos términos de intercambio de la economía mundial, expresada en tiempos de proscripción de su fuerza política por Arturo Frondizi.

Desde un principio y hasta sus últimas horas, hizo un esfuerzo por reunir a los argentinos en torno a un pensamiento común, y en ese esfuerzo fue capaz de cambiar una de nuestras verdades, que dice que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”, porque buscando y trabajando por la cultura del encuentro la reemplazó por la siguiente: “Para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino”.

De la misma manera, desde el comienzo de su militancia política y hasta sus últimos días de vida, tuvo una gran vocación por conseguir más y mejores derechos para el pueblo argentino, principalmente para los que menos tienen, y para defender los intereses nacionales en el concierto de las naciones del mundo.

Era un hombre del pensamiento y de la acción, capaz de simplificar lo que parecía complejo para superar una tangente y encontrar una solución. Siempre buscó con firmeza, contundencia y respaldo popular transformar sus ideales en opciones concretas de cambio para el conjunto del pueblo argentino.

En todo este espectro, desde la ciencia y la tecnología, la energía nuclear y la medicina hasta el deporte y la cultura, impregnaron su trayectoria para mostrar un Perón abierto a que la Argentina estuviera entre los primeros lugares de las naciones del mundo.

Perón se fue en brazos de su pueblo, y eso indica que el general no es patrimonio del Peronismo, sino de todos los argentinos, porque la justicia social, la independencia económica y la soberanía política son banderas que levanta toda nuestra Nación.

Por Luis Samyn Ducó – Prosecretario de la Cámara de Diputados de la Nación