El presbítero José María Di Paola, párroco de San Juan Bosco, en la localidad de José León Suárez, de la diócesis de San Martín, dialogó con el periodista Jorge Lanata en el marco del programa televisivo “Hora 25” que se emite por canal Todo Noticias.
En la entrevista, el sacerdote se refirió a la realidad que se vive en las villas, al trabajo que realiza la Iglesia en la recuperación de adictos, al momento en que fue amenazado de muerte por pronunciarse en contra de las drogas, a su paso por Santiago del Estero, ya su mirada sobre la actualidad de la Argentina.
La primera vez que vio una villa, recordó, fue durante el seminario, cuanto visitaba al padre Rodolfo Ricciardelli en el Bajo Flores. “Casi no había casas, porque había pasado la topadora. Solamente quedaba la capilla y hacíamos algunas reuniones con él, y después fuimos conociendo a los curas de las villas”.
Lo que le llamó la atención en ese entonces fue “dentro de la misma ciudad, el impacto de culturas diferentes. Era como entrar a Bolivia, al Paraguay o al interior argentino, y nosotros veníamos de Caballito, de Flores, muy cercano”. Por otra parte, destacó “una gran religiosidad por parte de la gente”.
Los primeros años de sacerdocio, relató, desarrolló una opción por los chicos, por los jóvenes, por los pobres, “y siempre lo mantuve, mientras estuve en las parroquias Santa Rosa y Santa Lucía, en San Cristóbal y Barracas, pero después en la villa encontré que en ese lugar se podía trabajar en profundidad y se unían esos dos carismas”.
La droga en las villa
“La Villa 21 para mí es el mejor barrio de la ciudad de Buenos Aires”, reconoció el sacerdote. “Tiene una cordialidad, una amabilidad, gente de mucho trabajo, la mayoría del Paraguay. Realmente me encariñé mucho: fue mi primer trabajo de párroco, y me fui de ahí, no porque quise, fue cuando me amenazaron”, recordó, porque vio que podía peligrar la vida de los que lo rodeaban.
Las amenazas, detalló, surgieron a raíz de un documento titulado “La droga en las villas, despenalizada de hecho”. Allí, “mostrábamos cómo en los ambientes intelectuales se hablaba de despenalización como la solución del problema, y nosotros la teníamos despenalizada y realmente estábamos cada vez peor”, afirmó.
“Nosotros no queremos criminalizar al que fuma marihuana”, aclaró, “sino que lo que decíamos era que hay que tratarlo con seriedad, porque en los barrios nuestros se pasa enseguida a una droga dura y el chico pierde el rumbo, y no tiene la contención que puede tener un pibe que tiene un club, un trabajo, una universidad, un estándar de vida que le permite manejar la situación”.
El aborto en las villas
Consultado sobre el reciente debate por la despenalización del aborto, afirmó: “Para nosotros vos vas a la villa y encontrás la otra cara: la chica tiene el bebé y lo cuida ella, o lo cuida la abuela. El aborto no es un tema de los barrios nuestros”.
“Hicimos un escrito justamente marcando eso, marcando la diferencia, y exponiendo que más bien era un tema de clase media. El problema es cuando usan el argumento de que la clase baja es la que lo pide. Entonces realmente vas a las villas y se piensa de una manera completamente diferente”.
“El tema tiene que ver con la naturalidad con la que la gente más pobre cuida mucho la vida, en todo sentido”, sostuvo. “Hay católicos, hay evangelistas, hay otros que no son de ningún credo, y sin embargo hay un pensamiento común en cuanto a este ‘cuidar la vida’”, aseguró. “Lamentablemente, en la Argentina hay una especie de River y Boca”, reconoció.
En cuanto a la vida en la Villa 21, donde reconoce que le gustaría vivir cuando se “jubile”, recordó: “Cuando yo estaba la mayoría eran paraguayos, una cultura guaraní de base. Uno se siente cómodo, pasaban días y días que yo estaba dentro de la villa, no me movía del lugar. La gente es muy religiosa, tanto a nivel del culto como organizar un comedor, una respuesta”.
“Yo viví el 2001 en la Villa 21. El problema más grave es cuando vos ves que hay falta de trabajo” aseguró. “Yo creo que hay una gran pobreza, porque no se han generado en la Argentina posibilidades reales de salir adelante”, sostuvo.
“A veces la gente se pregunta por qué siguen viviendo ahí. Porque es su lugar, ahí es donde muchas veces metieron mano, construyeron, hicieron los desagües. El lugar es un poco creación de la comunidad. Pero en el tema laboral, la capacitación, hay una desigualdad muy grande”, reconoció. “Los curas de la Villa estamos apuntando a eso: dar y brindar en los lugares donde vivimos, en la medida de lo que podemos, capacitación, y generar el día de mañana la posibilidad de que un tipo esté preparado para un empleo diferente”.
En cuanto a la convivencia con el narcotráfico y la violencia, explicó que en la villa, “la gente trata de hacer su vida normalmente: el trabajo, el estudio, y ser fiel a ese esquema diario que se propone. Ir a la escuela, ir a la capilla, al comedor… tienen su rutina diaria, y en el medio de eso tiene que convivir muchas veces con situaciones de violencia”.
El rostro de la humanidad
“Se dan situaciones que realmente dan bronca porque son vidas que se pierden y uno conoce a los padres de ellos que son gente buena, gente de trabajo”, lamentó, pero “hay que seguir porque el camino es este, y uno en cada chico tiene que ver el rostro de la humanidad”, consideró.
Sobre el trabajo en la recuperación de adicciones, explicó: “Nosotros tenemos Hogares de Cristo, mostrarles cómo se van arruinando la vida y van arruinando la vida de otros, y volver a recuperar la incidencia que el adulto tenía sobre los chicos, que era muy importante. Eso hay que retomarlo desde la escuela, la parroquia, el club”.
En ese sentido, destacó la necesidad de “las tres C”: capilla, club, colegio, que son “la base del trabajo preventivo, donde se pueden formar en valores, ideales, y van a tener el tiempo ocupado para tener una vida lejos de la violencia”, afirmó.+