Inolvidable día para quienes habíamos decidido poner nuestro granito de arena para recuperar la democracia. Era una causa de casi todos los argentinos. Era la causa por la libertad, con justicia y con verdad.
Nos habíamos acostado ansiosos. Mañana era el día de las elecciones. Se respiraba la alegría que dá el saberse más libres, más humanos, con un proyecto de esperanza.
Hacía tiempo que ya había elegido mi espacio de militancia política: la Unión Cívica Radical. La historia del partido, sus luchas por una democracia más amplia, la reforma universitaria, la decencia de sus dirigentes, entender la democracia cómo una forma de vida, y el carisma de Raul Alfonsín me habían convencido de que era la mejor opción.
El Peronismo de ese momento me parecía riesgoso. Aún estaba fresco en la memoria de muchos la violencia de los ’70. Las peleas de sus líderes, la supuesta amnistía a dictadores sospechados de crímenes, y la violencia de un discurso que decía que “..somos la bronca..”, con una quema de cajón fúnebre con el nombre de Alfonsín incluido me convenció que su dirigencia no había entendido nada de lo que significaba re construir una sociedad democrática. Desde ya que se necesitaba recuperar la justicia social, pero también el Estado de Derecho, que en una democracia republicana incluye el principio de sometimiento e igualdad ante la ley.
También estaban los supuestos “liberales”. En ese momento representados por el Ingeniero Alvaro Alzogaray, hombre vinculado a varias dictaduras y cuyos referentes políticos habían acompañado con sus equipos jurídicos y económicos a la última Dictadura. No me parecían garantía de libertad.
Me gustaba también el Socialismo Democrático, el Partido Intransigente y hasta un tal Paco Manrique, que había sido un promotor de políticas sociales para los jubilados.
El despertador sonó a las seis. La mañana pintaba fresca pero linda. Baño, bien empilchado pero cómodo. Cursaba mis primeras materias de abogacía. Era hora de ir a fiscalizar y también lo más importante, votar.
Las boletas venían separadas y por colores. Las categorías a cargos nacionales eran blancas, las provinciales un color celeste claro, y las municipales un suave amarillo. No había listas sábanas.
La jornada era una fiesta. La gente venía con alegría a poner su voto. Muchos fiscales, mucha participación, mucha democracia.
Y me tocó votar. Lo hice con mucha convicción y orgullo por Raul Alfonsín, convencido que era quien podía recuperar en la Argentina los valores de la ética republicana democrática. El proponía democracia para siempre, cómo método para vivir en una sociedad libre y que siempre deba tender a ser mas justa e igualitaria. Proponía justicia, y en un hecho histórico único en el mundo juzgó y condenó a quienes cometieron en dictadura delitos de lesa humanidad.
Quizás fue mi voto más importante, y el que no me defraudó. Prometió construir democracia, nos enseñó cómo cuidarla, y aun la tenemos.
Fue el voto por los valores que construyen en libertad mejores personas. El 30 de octubre de 1983 fue mi primer voto por la libertad, porque sin democracia la libertad es solo de los poderosos.
Por Carlos Castellano