Muerto el perro no se acaba la rabia

Por Jorge Arias *

Para que no queden dudas, antes de una primera reflexión, manifiesto mi total repudio contra el atentado del que fuera objeto la vicepresidente de la Nación.

brickel

Aquella noche, mi hijo, de 20 años, dio su sentencia: “mirá si voy a creer que no salió la bala… andaaa!” dio un portazo y se fue a las 12 de la noche a la casa de un amigo con el que estaba chateando desde las 9.30 sobre el atentado contra Cristina. Antes, en la sobremesa, mientras sus dedos volaban sobre el teclado en un diálogo virtual con su grupo de amigos, había manifestado su escepticismo cuando miramos juntos el video del instante en el que se escucha el chasquido del arma, y a mí me corría un frío por la espalda recordando vivencias en primera persona de los tiempos de la violencia de hace más de cuatro décadas.

Quienes aman los liderazgos fuertes de Macri y de Cristina llevan años sembrando odio. Es así como crecen, se afirman. Se odian, tanto como aman la necesidad de los unos a los otros. Esas minorías intensas marcan la agenda del país. Hoy paralizados con un feriado nacional “para que reflexionemos”. ¡REFLEXIONEN USTEDES! ¿Qué están haciendo? ¿Hasta dónde nos piensan arrastrar?… ¿Hasta dónde nos dejaremos arrastrar?

Los simuladores, porque eso es lo que son, llevan décadas en este juego perverso en el que unos acusan a los otros de asesinos de la República “porque nos quieren llevar a Cuba” y los otros los acusan de asesinos del pueblo “porque nos entregan al capitalismo internacional”, mientras como el tero, van poniendo los huevos de sus intereses personales y sectoriales a buen resguardo.

El absurdo decreto de feriado nacional, fue respondido por cada uno como quiso y como pudo. “La República soy yo” no fue sólo una frase arrogante de Lilita, Cristina, Mauricio o Patricia. “La República” fue cada argentino decidiendo si el feriado valía o no, si el atentado existió o fue una farsa, si Cristina merecía respeto o condena, si… ¡con rabia! Esa rabia que no se muere con el perro, esa rabia que fue sembrada con astucia para que en cada elección las mayorías silenciosas vuelvan a quedar entrampadas eligiendo lo que consideren mal menor.

Hay miles de buenos políticos en todos los partidos, en intendencias, gobiernos provinciales y en diversos estamentos del propio gobierno nacional. Gente de buena madera, que cree en lo que hace, que trabaja 24/7, que no roba, que ha tirado su honra a los “perros fanáticos”, porque pese a los costos personales y familiares, siguen creyendo que la política es una herramienta útil para mejorar la vida de los pueblos. ¡Creo lo mismo!

Sin embargo, hay algo en el sistema (viciado por intereses económicos y una prensa corrupta) que sólo permite la llegada a los máximos niveles de la pirámide de aquellos que no tienen moral ni escrúpulos. A “los buenos” sólo les quedan asignados papeles “segundones” y poner la cara para que siga la fastuosa fiesta del odio en la que estamos prisioneros.

Y vuelvo al título de esta nota. Según el Instituto Cervantes “Muerto el perro, se acabó la rabia” significa que: “Si cesa la causa, terminan con ella sus efectos. Se aplica a un enemigo que ya no puede hacer daño por estar muerto o, en sentido general, a cualquier persona que está causando perjuicio”. Por eso digo aquí que muerto el perro no se acabará la rabia, porque la rabia es el negocio. Desvirtuando la famosa frase de Clinton, hoy, en nuestra Argentina, podemos decir “es el negocio, ¡estúpido!”. Y nadie lo quiere cortar. Viven de ese “negocio”, prominentes políticos, periodistas estelares y empresarios venales, mientras gran parte de la sociedad sufre y espera.

Los grandes problemas de los argentinos quedan tapados por titulares enormes, en medios que invaden nuestras vidas vociferando que nuestros grandes temas son los problemas judiciales de Cristina; las disputas políticas entre Mauricio, Patricia y Horacio; los deslices de los discursos de Alberto, o incluso la disputa farandulesca entre periodistas de uno y otro lado de la grieta.

Mientras tanto, millones de argentinos amanecen (y anochecen) esforzándose por producir; por conseguir un trabajo; por mejorar su educación; lidiando con la inflación, la pobreza y la desigualdad, y siguen creyendo que llegará el día en que viviremos mejor en un país que ha sido bendecido con enormes ventajas competitivas.

Reitero lo dicho al comienzo, la violencia es una línea que jamás debe cruzarse y mucho menos justificarse… y si a partir de este hecho doloroso y tremendo, finalmente reflexionamos (más allá del feriado), tengo la esperanza de que nuestra sociedad, EN LAS URNAS, haga tronar el escarmiento para todos los simuladores sembradores de violencia… y ¡espero no equivocarme!

*Jorge Arias – Director del Índice de Desarrollo Democrático de Argentina IDD-Ar