Mi historia con Néstor Kirchner, el mejor presidente que tuvo la democracia

«Kirchner te quiere conocer», me dijo Eduardo Valdés.

Era un día de invierno de 1996 y yo había publicado un artículo en Clarín que giraba en torno a la idea de que «la palabra desregular no existía». Empezaba señalando que al escribir esa palabra en la computadora, el Word (toda una novedad de Microsoft para la época) la subrayaba con una suerte de «viborita» roja que la señalaba como mal escrita. Ese error se marcaba, sencillamente, porque esa palabra no se reconocía en el idioma español. Ninguna sociedad vive sin regulaciones y «desregular» quería decir tanto como quitar las reglas. A partir de esa idea, el artículo criticaba las políticas que habían desregulado los mercados y planteaba la necesidad de que siempre existieran normativas capaces de proteger a los más débiles.

brickel

En ese entonces, yo era vicepresidente ejecutivo del Grupo Banco Provincia. Néstor había leído el artículo y expresó su deseo de conocerme. Entonces, Eduardo Valdés organizó una cena que se concretó en el restaurante Teatriz, que con el tiempo se convertiría en nuestro lugar de encuentro.

Esa primera reunión puso en evidencia nuestras muchas coincidencias. Sentí que Néstor era el político que yo buscaba y él sintió que yo podía ayudarlo. Hablamos de todos los temas hasta la una y media de la mañana. Él era crítico de las políticas excluyentes del menemismo.

Desde ese día, de allí en más, cada vez que viajaba a Buenos Aires siempre me llamaba para almorzar, cenar o tan solo para compartir un café y una charla.

Al poco tiempo de conocernos llegó la campaña presidencial de Duhalde para las elecciones de 1999. Los dos estábamos convencidos de la necesidad de acompañarlo. En los hechos, Néstor fue el único gobernador que explícitamente lo apoyó. Al mismo tiempo, Duhalde estaba preocupado por la cantidad de peronistas que dejaban nuestro espacio corriendo detrás de Chacho Álvarez. Entonces nos citó a una reunión a Julio Bárbaro, Alberto Iribarne, Jorge Argüello y a mí. Nos planteó ese problema. Me miró y me dijo: «Vos que sos amigo de todos los progres que tiene el peronismo, por qué no me ayudás a armar un grupo».

Así empezó a formarse el grupo que se reunía en el Banco Provincia y que después se convirtió en el Grupo Calafate. En un inicio sumamos a Norberto Ivancich, Miguel Talento e Ignacio Chojo Ortiz. Después el grupo fue creciendo. Entonces llegaron Mario Cámpora, Elvio Vitali y algunos otros. Los medios empezaban a decir que había una nueva usina de pensamiento, un poco parecido a lo que después fue el Grupo Callao, con más volumen en aquel momento.

Un día Néstor me dice: «Che, ¿por qué no la metés a la flaca en ese grupo?». Claro que las relaciones entre Cristina y Eduardo Duhalde no eran la armonía perfecta. Así que decidí informárselo a Duhalde como un hecho consumado.

El grupo almorzaba en el comedor del Grupo Banco Provincia. Cristina se sumó y estábamos discutiendo dónde y cómo realizar el primer encuentro. Yo proponía, como después lo hice con el Grupo Callao, que fuera cerrado, de reflexión, que no fuese fácil acceder, y quería que el primer encuentro fuera en un lugar alejado. Mi idea era que los periodistas pudieran estar presentes y escuchar los debates, pero que nosotros no hiciéramos declaraciones ni diéramos entrevistas. Cristina propuso hacer la primera reunión en Calafate. En ese momento, ninguno de nosotros sabía qué era Calafate. Pero nos convenció.

Cuando la reunión se concretó, éramos poco más de veinte personas. Se sumaron «el Bebe» Righi, Carlos Kunkel, Ana Jaramillo y Mari Feijoo, entre otros.

La segunda reunión del grupo fue en Tanti, Córdoba, y ahí se produjo una tensión entre Néstor y Eduardo. Porque el encuentro lo cerraba Duhalde, que llegó acompañado por «el Chiche» Aráoz, su jefe de campaña. Eso le molestó mucho a Néstor. La reunión era en una mesa cuadrada grande, yo estaba al lado de Duhalde, lo presenté y cuando empezó a hablar, Néstor se levantó y se fue. Todos los periodistas vieron la escena.

Con disimulo dejé mi lugar y me fui detrás de Néstor, que estaba furioso. Traté de calmarlo teniendo en cuenta que estábamos terminando una campaña que pronosticaba una derrota segura. Nos fuimos a caminar y lo convencí de que volviera antes de que terminara de hablar Duhalde. Al final, se sacaron una foto juntos.

Las características de esa relación obviamente fueron muy importantes años después, en la definición de la candidatura a presidente de Néstor. En el 2000, cuando había ganado la Alianza y había tanta expectativa, nosotros pensamos que era posible que ellos reeligieran. Por lo tanto, trabajamos con el objetivo de que Néstor fuera candidato en el 2007.

Un día me llama y me dice que viene al día siguiente a Buenos Aires, que quería hablar conmigo. Nos encontramos en un bar en la plaza Vicente López, que se llamaba Ópera Prima. La dueña del bar era la hija de un ex militante montonero, Juan Añón. Íbamos siempre ahí, tenía libros y era un bar literario. Me acuerdo de que allí, Néstor volvió a repetirme algo que ya me había dicho mientras caminábamos en Tanti: «Nosotros tenemos que dejar de ser el ala progresista de un partido conservador». Así hablaba del peronismo. Y agregó: «Creo que ahora tenemos que empezar a ser nosotros mismos, tenemos que lanzarnos ya a construir nuestra fuerza. Al primero que se lo digo es a vos, porque no hay nadie más en Buenos Aires que me ayude. Si vos me decís que no, no puedo hacer nada».

Yo ya había sido electo legislador porteño y recuerdo que le dije: «Bueno, quedate tranquilo, hay un legislador kirchnerista en Buenos Aires». Y le comenté que le iba a avisar a Duhalde. Esa misma tarde fui a verlo a unas oficinas que tenía arriba del Café Tortoni. Le conté la conversación y le dije: «Quiero serle franco, a partir de este momento voy a trabajar con Néstor». Nos habíamos fijado dos propósitos: queríamos ser parte de la discusión del 2003 y que Néstor fuera candidato en el 2007. Duhalde me dispensó una mirada incrédula, como si Néstor y yo fuéramos dos quijotes que no entendían nada. Así, como queriendo salir rápidamente de la escena, me dijo: «Sí, metele». Me di cuenta de que me trataba como si fuera un delirante, pero sentí que me sacaba un peso de encima, porque yo le había dicho lo que tenía que decirle.

La candidatura

Cuando empezábamos a trabajar con Néstor, todo se precipitó. Se agudizó la crisis, la renuncia de De la Rúa, la semana de los cinco presidentes. Asumió Rodríguez Saá con el compromiso de llamar a elecciones en noventa días. Y ahí decidimos con Néstor que él debía ser candidato. Pero no se animaba a decirlo, porque éramos muy débiles. En ese momento, Rodríguez Saá le propuso ser el jefe de Gabinete y Néstor tenía que ir a la Casa Rosada. Entonces lo acompaño hasta la Plaza de Mayo y le digo: «Es muy importante que tengamos presente que cuando salgas, los periodistas te van a preguntar qué hablaste con Rodríguez Saá». Me dice que no iba a comentar nada de la oferta y que diría que habían hablado del futuro de la Argentina. Entonces le digo que después lo iban a interpelar sobre si en las próximas elecciones iba a ser candidato. Como tantas veces, tuvimos una discusión, él pensaba que no se lo iban a preguntar. A mí me parecía importante que cuando se lo consultaran, Néstor anunciara claramente su candidatura.

Me dijo que lo esperara en el café que está en diagonal al Cabildo, y se fue a verlo a Rodríguez Saá. Al terminar su reunión, los medios lo abordaron para hacerle un reportaje. En la segunda pregunta ocurrió lo esperado: «¿Usted va a ser candidato a presidente?», indagó el periodista.

Néstor tragó saliva y dijo lacónicamente: «Sí, yo voy a ser candidato». Al rato, llega al bar, me da una palmada en la espalda y dice: «¿Me viste?». Y justo en ese momento la placa roja de Crónica anunciaba: «Kirchner será candidato a presidente». Yo lo miré y le dije: «Muy bien, ahora sí podemos empezar a construir». Y me respondió: «Vamos a comer con la flaca, vamos a comer con la flaca».

Cuando llegamos, Cristina nos recibió de mal talante. Le dijo a Néstor que del ridículo no se volvía, en clara alusión al lanzamiento de su candidatura. A mí me responsabilizó porque le iba a hacer perder a Néstor la provincia y por haberlo metido en ese berenjenal. La señora que trabajaba en la casa había preparado milanesas con papas fritas. Cristina se levantó y nos dejó comiendo solos. Y allí quedamos, como dos pibes almorzando en penitencia.

Ahí empezamos. Asumió Duhalde. Al poco tiempo le ofreció ser jefe de Gabinete; yo quería que aceptara, porque estaba pensando en la elección y a Néstor no lo conocía nadie. Tenía un 23 % de conocimiento en todo el país. Cristina me decía que estaba loco, que era sacrificarlo, que iba a ser su final político. A la noche, Néstor me dijo que iba a decir que sí. Cuando se levantó, había decidido decir que no.

Las muertes de Kosteki y Santillán llevaron a Duhalde a adelantar el llamado a elecciones. Ahí empezamos a movernos y a hacer campaña. Logramos instalarnos y crecer un poco. Cuando se acerca el momento de definir cómo enfrentar la elección, Néstor estaba muy enfrentado con Eduardo. El gobierno había puesto retenciones a la exportación de petróleo y obviamente eso afectaba los ingresos fiscales de Santa Cruz. Con lo cual Néstor criticaba a Duhalde por las retenciones, mientras Duhalde lo acusaba de ser lobbista de Repsol. Estaba todo mal.

Mandé a hacer una serie de encuestas. Todas me indicaban que nosotros teníamos entre 9 y 12 puntos. Menem tenía 25, Carrió alrededor de 16, Rodríguez Saá tenía 13 o 14 puntos. Lo llamé a Néstor y le dije que necesitaba dos horas en la Casa de Santa Cruz, y que nadie nos interrumpiera. La reunión se concretó y duró una tarde entera. Le mostré todos los datos. Yo le decía que la única solución era que nos uniéramos a alguien. Obviamente, Menem o López Murphy estaban descartados.

Nos quedaban Rodríguez Saá y Carrió. Pero las encuestas mostraban que si nos uníamos al puntano, solo funcionaría si Néstor era el candidato a presidente. Porque si era Rodríguez Saá, todos nuestros votos se irían con Carrió, que representaba un voto progresista en aquel momento. Entonces, Néstor me dice que la única opción era hablar con Carrió.

Ante tal planteo decidí mostrarle una carta que hasta entonces me había reservado. Recurrí a una encuesta de Analía del Franco que tenía un dato importante. El 26% de los bonaerenses votaría a Duhalde si fuera candidato. Si el dato era correcto, teníamos que hacer un acuerdo con el entonces presidente para que ese 26 % lo votara a Néstor. Él no quería, decía que con Duhalde no se podía hablar. Yo le decía que si nos aliábamos con Carrió, nos íbamos a pelear a los diez minutos, y además estaba seguro de que no aceptaría. Entonces me dijo: «Probá lo de Carrió y solo si eso no sale, fijate lo de Duhalde, pero me tenés informado todo el tiempo».

Entonces lo llamé a Balito Romá y le expliqué. Me respondió en el momento que una alianza con Carrió era imposible. Le respondí: «Vos solo consultalo y mañana decime que no, es todo lo que necesito». Yo rogaba que me dijeran que no. Y efectivamente, al día siguiente me dijo que no, así que la diputada chaqueña estaba descartada. Lo llamé a Néstor, le conté que Carrió no quería saber nada con nosotros, así que teníamos que trabajar la posibilidad de hacer un acuerdo con Duhalde, que había empujado a Reutemann, quien no aceptó. En ese momento estaba empujando a De la Sota, que según la opinión de Duhalde, «no movía el amperímetro». Entonces lo fui a ver a la Casa Rosada y me dijo que quería hablar con Néstor, que le dé garantías de que iba a dejar de criticarlo. «Ya viste cómo es el Flaco… es un loco», sostuvo. Le dije que las garantías que pedía se las daba yo. Y me propone hacer una reunión con Néstor en Casa de Gobierno para poder conversar.

Cuando le conté a Néstor, no quiso saber nada: «¿Yo voy a ir a verlo? Ni loco». Y yo le decía: «Pero es el presidente». Nada que hacer. Entonces vuelvo a verlo a Duhalde; le digo: «Mire, Néstor está encantado de hablar con usted, pero no en Casa de Gobierno porque están todos los periodistas». «¿Y a dónde quiere verme?», me pregunta. «Y bueno –le digo– podría ser en la casa de él o en la mía». «Pero querido –me dice Duhalde– soy el presidente, si me subo a un auto y voy a su casa, en cinco minutos está lleno de periodistas, es imposible; si le jode, que vaya a Olivos y que entre por Libertador».

Me fui preocupado, no sabía si Duhalde se había quedado molesto. Pero no, al día siguiente me pidió que fuera a verlo. Entré a su despacho y me senté en el escritorio frente a él mientras mandaba a llamar a Toledo, que era el responsable de Obras Públicas. Le preguntó en qué estado estaba el acuerdo para hacer obras en la Patagonia. «Está listo», dijo Toledo. Entonces, Duhalde anuncia: «Vamos a hacer un acto en el quincho de Olivos, con todos los gobernadores e intendentes de la Patagonia». La verdad era que no había nada para firmar, la Argentina estaba en una situación crítica, las obras eran un cordón acá y una cuneta allá.

Nos quedamos otra vez a solas y me dijo: «Decile al Flaco que no se tiene que preocupar, es un acto protocolar, van a estar todos los gobernadores, cuando termina, yo me voy por la puerta de atrás a la Jefatura, que él venga y conversamos». Y así fue. Lo acompañé a Néstor. Después del acto, ellos dos se reunieron a solas y yo me quedé afuera esperando.

Cuando terminó la reunión, nos subimos al auto con Néstor y le pregunté cómo le había ido. Él desconfiaba mucho de Duhalde, no salió conforme. Pero apenas estábamos saliendo por la calle Villate, sonó el teléfono y era el secretario del presidente: «¿Qué hacés, Betito? Dice el Negro que mañana vengas a desayunar con él». Entonces le dije a Néstor: «Menos mal que Duhalde no nos iba a tener en cuenta, me parece que está mal tu termómetro».

Al día siguiente fui al chalet presidencial y me recibió en el living. Estaba recostado en un sillón, con una corbata sin hacer y me contó que estaba por llegar Mariano Grondona a hacerle un reportaje. Entonces me dijo: «Estoy en el peor de todos los mundos. Hay dos candidatos que si ganan, me quieren matar». Se refería a Menem y a Rodríguez Saá. «El que más me gusta a mí no quiere aceptar». Ese era Reutemann. «El que me queda como opción no mueve el amperímetro», por De la Sota. «Y el quinto no para de criticarme».

Lo miré y le dije: «Entonces le queda un candidato». «Pero no para de criticarme», respondió. «Bueno, yo me comprometo a que deje de criticarlo». «Vos sos la garantía», me dijo. Se dio vuelta y sacó una carpeta. Era su proyecto para que se autorizara a que el PJ tuviera más de un candidato a la presidencia. Eso se iba a presentar en el congreso del PJ, porque él quería evitar la interna, ya que allí Menem tenía todas las posibilidades de ganar. «Estos son los neolemas –me dijo–, hay que llegar a la segunda vuelta porque Menem está primero».

El congreso se hizo en Lanús y se aprobó la autorización, siempre y cuando fueran candidatos en distintos frentes. Y así fuimos a la elección. El plan era salir segundos e ir al ballottage. Y así fue, salimos segundos.

Las encuestas decían que arrasábamos en el ballottage. El 14 de mayo teníamos una cena con periodistas. Cerca del mediodía me llama Claudio Escribano y me dice: «Lo llamo para liberarlo, no va a hacer falta que vengan». Yo no entendía, le respondí que sí iríamos. «No van a poder venir porque en unas horas Menem va a anunciar que se baja de la candidatura, así que van a estar ocupados con otros temas, lo haremos más adelante».

Me sentí muy desorientado. Estaba a pocas cuadras de la casa de Néstor, en un mercadito. Me pregunté si no sería una operación. Entonces lo llamé a Nicolás de Vedia, que era la mano derecha de Eduardo Menem, y me confirmó que era cierto, que Menem ya había firmado. «Se baja porque lo van a liquidar y él prefiere quedarse diciendo “nunca perdí”, se va a anunciar a las 17 h».

Apenas corté lo llamé a Néstor y le dije: «Néstor, ya sos Presidente». «¿De qué hablás», me dice. Le conté y le expliqué que teníamos que cambiar todo lo que teníamos previsto. «Venite para acá», me dijo. Llegué a las corridas y le grité: «¡Presidente!». Néstor estaba serio, empezó a lanzar insultos contra Menem. Cristina también. «Nos privó de la victoria y nos obliga a asumir con el 22 % de los votos». Y yo les decía: «Ya está, ya llegamos, el resto lo tenemos que construir nosotros». Entonces le propuse que organizáramos un acto para las 18 h, que midamos bien las palabras, porque ya serían las palabras del Presidente electo.

Néstor propuso que almorcemos y que después Cristina y yo preparásemos el discurso. Le propuse a Cristina que fuéramos a mi estudio para usar la computadora y la impresora, porque en la casa de Néstor no había nada. Era un texto muy duro afirmando que Menem había roto las reglas de la democracia y la república. Recuerdo que Cristina quería ser más dura y yo trataba de aliviar un poco las palabras. Ella ponía fuego y yo intentaba bajar un poco los decibeles.

Al día siguiente, Escribano publicó un artículo diciendo que si fuera Kirchner, echaría a quien le hubiera escrito ese discurso. Y Néstor decía: «Los voy a echar a ustedes dos». Y se reía.

Néstor tenía sus convicciones y su trayectoria. Asumió en un momento complejo para la Argentina, en pleno default, con los porcentajes de desocupación más altos de la historia, con el aparato productivo y el tejido social muy dañados. Él entendía la política como herramienta de reparación de la injustica y como motor del cambio social.

Fueron años de creciente sintonía política en la región. El modelo de especulación financiera no solo había estallado en Argentina, también había hecho eclosión en otros países.

Algunas empresas privatizadas habían tenido actuaciones más que cuestionables. La primera estatización de Kirchner fue el Correo Argentino, anulando la concesión a Socma, de la familia Macri. Eso fue parte de un Estado que recobraba una participación activa para impulsar la economía y regular los servicios públicos. Después se derogó la ley de flexibilización laboral, conocida como «Ley Banelco».

Su primer 24 de marzo como Presidente, Kirchner ordenó descolgar los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone que aún se exhibían en las paredes del Colegio Militar. Ese mismo día firmó el traspaso de la ESMA a los organismos de derechos humanos.

Néstor sabía que el 2005 era la posibilidad de consolidar su liderazgo político. Él estaba convencido de que iba a salir bien. Y tenía razón. Lo habían acusado hasta el cansancio de ser «el Chirolita de Duhalde». Todos sabemos que nunca fue eso, pero la elección donde Cristina le ganó por amplio margen a Chiche abrió una nueva etapa. Otra vez era necesario dirimir en las urnas la situación del peronismo.

La Corte Suprema declaró inconstitucionales las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, aprobadas en 1986 y 1987. También Néstor responsabilizó al propio Estado por su actuación ante el atentado a la AMIA. El decreto señalaba «la responsabilidad que le incumbe (al Estado argentino) por no haber adoptado medidas idóneas y eficaces».

También en el 2005 fue la Cuarta Cumbre de las Américas, donde planteó su rechazo al proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) considerando que ayudaría muy poco a la convivencia democrática de los pueblos. Y se generó una enorme química con Lula, con Chávez y con otros presidentes.

Poco después anunció en la Casa Rosada que cancelaba de manera anticipada la deuda con el FMI, para «ganar grados de libertad para la decisión nacional». Otra decisión histórica.

El gobierno rescindió el contrato de concesión con Aguas Argentinas por diversos «incumplimientos en la prestación del servicio». Mediante un DNU creó la empresa estatal Aguas y Saneamiento Argentino (AySA).

Hubo momentos dramáticos. La desaparición de Julio López y el asesinato a quemarropa del docente Fuentealba estuvieron entre los que más estremecieron a Néstor.

A mediados del 2007, el Frente para la Victoria anunció que Cristina sería la candidata presidencial. Y junto a Néstor ampliamos el Frente para incluir a sectores del radicalismo. Se ganaron 19 de las 24 provincias, y se obtuvo mayoría en ambas cámaras. Además de ganar en primera vuelta.

Para mí, en el gobierno de Néstor hubo tres momentos decisivos. El primero fue terminar con la mayoría automática de la Corte Suprema. Al inicio del gobierno, el juez Nazareno dijo públicamente que si los jueces de la Corte lo querían, podían volver a dolarizar la economía. Néstor llegó furioso a la Casa Rosada. Al mediodía me dijo: «Vamos a almorzar a Olivos». Y me contó: «Nosotros tenemos que avanzar; cómo van a hacer esto, con esa amenaza no nos quieren dejar gobernar, son terribles. Hagamos ya un discurso, lo grabo y anuncio que voy a pedirles el juicio político a los que forman la mayoría automática». Por cadena nacional, el Presidente le pidió enérgicamente al Congreso Nacional que iniciara el juicio político contra algunos miembros de la Corte Suprema de Justicia.

Fue un discurso muy breve que armó un enorme revuelo y que terminó en uno de los cambios institucionales más importantes. No hubo sector político que pudiera cuestionar todo el proceso legal e institucional para tener la mejor Corte Suprema de Justicia. Al año siguiente se terminó de renovar la Corte con el ingreso de Carmen Argibay, que se sumaba a Ricardo Lorenzetti, Eugenio Zaffaroni y Elena Highton de Nolasco. Permanecieron Carlos Fayt, Augusto César Belluscio, Juan Carlos Maqueda y Enrique Petracchi.

El segundo momento determinante fue el Kirchner de los derechos humanos. Tuvo una enorme lucidez. Vio mejor que nadie que había una sola solución para ese reclamo de tantos años. La solución era que la justicia se hiciera cargo. Yo, como profesor de Derecho Penal, le planteaba los argumentos que podían usar en nuestra contra, la cuestión de la ley más benigna o la dificultad de anular la ley en el Congreso. Él me respondió uno a uno con argumentos políticos y resolvió el tema. Se pudo resolver el reclamo de justicia de tantos años. «Ya probamos con el perdón y con el olvido… ¿por qué no probamos con la justicia?», me dijo una noche en pleno vuelo de Washington a Buenos Aires.

El tercer momento clave fue la reestructuración de la deuda. Néstor tenía una posición inflexible, como mínimo quería una quita del 75%. Y si no, no pagar. Lavagna planteaba que era imposible no pagar y pensaba que el tope era el 65%. Un día nos dijo que debía hacer la propuesta en Dubái. Néstor le pidió que le presentara la propuesta en Olivos. Lavagna llegó con Nielsen, y estábamos Cristina, Carlos Zannini y yo. Carlos y yo teníamos que revisar además toda la parte contractual con el FMI.

Esas situaciones lo incomodaban a Roberto, porque con toda su trayectoria, sentía que tenía que rendir examen ante la política. Alguna vez sintió que Kirchner lo derivaba a hablar conmigo, como si no fuera tan importante. Pero eso en realidad se debía a que Néstor entendía de los temas fiscales y de microeconomía como nadie, y los seguía obsesivamente. Nadie manejó la hacienda como él. Pero a los temas macroeconómicos les prestaba menos atención. A veces, hasta sentía que esos temas lo torturaban y me los derivaba. Lavagna en aquel entonces llegó a pensar que yo era un filtro, pero la verdad es que todas sus ideas se condecían con la persona inteligente y capaz que es.

Por eso, aquel día, Lavagna estaba un poco molesto, sentía que estaba frente a la gente de confianza del presidente (Cristina, Zannini y yo) para explicarnos lo que había que hacer con la deuda. Pero el punto más tenso era la posición de Néstor sobre el 75%. Detrás de mí estaba Nielsen. Se acercaba y me decía en voz baja: «Alberto, yo tengo que negociar eso, así es imposible». Finalmente, Néstor dio la orden de presentar el 75%. Y salió. Salió porque Kirchner se puso duro y la verdad es que Nielsen soportó todo: lo insultaban, le tiraban piedras y huevos, le pasó de todo. Pero lo hizo.

Ese era otra vez Kirchner profundamente convencido de lo que hacía. Quería juntar reservas, pagar la deuda de ese modo e invertir para hacer obra pública. Y crecimos al ritmo del 7% año tras año, un resultado claro y contundente.

Para mí, esos son los tres hitos que marcan a Kirchner. La reformulación de la Corte y la justicia, los derechos humanos, y el tema de la deuda vinculado a la producción y el empleo.

Néstor sostuvo muy bien la convivencia democrática. Esquivó muchas de las confrontaciones, buscó la máxima unidad posible entre quienes impulsan un país para que pueda crecer con inclusión. Pudo romper la barrera del peronismo con la transversalidad, durante toda su gestión pudo construir junto a gran parte del radicalismo. Y eso funcionó bien hasta la 125.

Fue un tipo de una capacidad política y de gestión excepcional.

Nunca olvidaré la última vez que hablamos. Néstor había participado en un acto en el Luna Park organizado por los jóvenes. Lo vi muy cansado, lo llamé y le dije que por favor se cuidara. Me respondió que no cayera en las operaciones de la prensa, que querían mostrarlo débil. Le dije que yo lo había visto y que sí era importante que se cuidara.

El 27 de octubre del 2010 me enteré temprano en la mañana que nos había dejado. Me invadió una enorme tristeza, una enorme desorientación. Recuerdo que salí de mi casa y conduje sin destino por el bajo, de ida y vuelta a ninguna parte. A la tarde fui a la Casa Rosada, solo quería rezarle un padrenuestro. Y esa fue mi despedida.

Para mí, Néstor fue el mejor presidente que tuvo la democracia.

Cuando asumí la presidencia, muchos me preguntaron qué me gustaría decirle. Le diría: «Volvamos a hacerlo, pero ahora ayudame vos».

Por Alberto Fernandez – Presidente de la Nación

*Néstor, el hombre que cambió todo, compilado por Jorge “Topo” Devoto. Planeta