La IX edición de San Isidro Jazz & Más, el ciclo gratuito que realiza el Municipio de San Isidro con apoyo del BBVA, dejó claro porque es uno de los festivales más importantes del país.
Más de 6.500 personas disfrutaron, del miércoles pasado hasta ayer, de este festival que reunió no sólo a lo mejor de la escena local, sino también a dos estadounidenses que dejaron su sello: el baterista Carl Allen y el guitarrista y cantante de blues Lurrie Bell.
“Cerramos un festival maravilloso con un público tan ecléctico y heterogéneo en cuanto a edades como la música que generosamente nos regalaron los más de cincuenta músicos que nos acompañaron. Un ciclo que no para de crecer y que llevamos adelante con el apoyo del BBVA, nuestro socio estratégico desde la primera edición”, expresó anoche Eleonora Jaureguiberry, subsecretaria general de Cultura de San Isidro.
El neoyorkino Allen cautivó en la primera noche y tuvo acompañantes de lujo, los hermanos Loiácono (Mariano en trompeta y Sebastián en saxo), Jerónimo Carmona en el contrabajo y Ernesto Jodos, un vecino de carrera internacional, al piano. Fue el primer paso, contundente, con la gente pidiendo bises y buena música sonando.
“En Sudamérica la gente siente el blues como en ningún otro lugar que haya visitado y San Isidro no es la excepción. Me siento genial”, confesó Bell, ganador de un Premio Grammy, antes del concierto de blues tradicional.
Algo del jazz tradicional, mucha composición propia y repertorios que fueron más allá del género. Y mucha presencia femenina. De Elizabeth Karayekov, que cantó, bailó e hizo con su Big Band clásicos del rock y del pop de los ochenta pero reversionados y con la sonoridad de las orquestas de los años 50, a Yamile Burich & Jazz Ladies Orchestra. Potentes y talentosas en escena, temas suyos, de Dizzy Gilliespie, Lou Donalson y otros, y gente que en un colmado bar Mood BeerHouse tuvo que seguir todo desde afuera.
También en el circuito de bares, dos bandas de jazz contemporáneo. En Catalejo, Juan Bayón Cuarteto, con la eximia trompeta de Juan Cruz de Urquiza, y en Casa de Artistas, junto a un muelle y con la ciudad de Buenos Aires recortada a lo lejos, un trío local que trascendió el pago chico, Pocho Sabogal (piano), Tomás Uriburu (contrabajo) y Christian Dolberg (batería).
“Se agradece que en San Isidro haya una movida de jazz así, con la presencia de Allen, que le dio un altísimo nivel, sumado a los artistas argentinos. Además el museo está hermoso”, dijo el pianista Cirilo Fernández. “Que pase esto en el lugar donde viví hasta los 17 años es muy emocionante. Y también lo es la gran presencia de mujeres en el escenario. Justicia artística”, definió Nico Sorín, teclados y voz de Fernández 4, ganadores con Mute al Mejor Álbum de Jazz en los Premios Gardel 2017.
Ambos, junto a Seba Lans (guitarra), Mariano Sívori (contrabajo) y Joaquín Waiman (batería), hicieron un show en el que mixturaron el jazz y el R&B con el rock, el soul y la electrónica. Intenso, disruptivo, sanamente incómodo, con muchos temas que integran Retrovértigo, su próximo disco, como Moviedaze, que grabaron con Ca7riel, entre aires de trap.
“Es un festival con una programación que, si bien tiene standars, equilibra todas las vertientes de un género vivo, representativo del mundo actual. El jazz está en constante cambio, es fusión, experimentación, vanguardia, cruce de estilos, mixturas con el hip hop, la electrónica, el folklore, el tango. Y lo maravilloso es que la gente que viene al festival también viene a experimentar, a ver qué le proponemos”, dijo Hernán Román, director artístico del ciclo.
El cierre estuvo a cargo de las Bourbon Sweethearts en Camino Motor Cofee. Un taller mecánico devenido en pintoresco bar con un enorme horno de barro al fondo, motos en exhibición y todo para ver, comer y escuchar. “Fue nuestro debut en el festival y ya queremos volver. Increíble la energía de la gente”, contó Mel Muñiz (guitarra tenor y ukelele), acompañada por Cecilia Bosso en contrabajo, y Agustina Ferro en trombón.
Un fin de fiesta a tres voces que hizo referencia al jazz, el calypso y el swing de los años 30, con mayoría de temas propios, una orquestación muy de ellas y un público que siguió con palmas, pidió bises y, como en otros pasajes del festival, se sacó las ganas y se le animó al baile.