Los gauchos que no salen en las revistas

Lejos de la representación folklórica en desfiles, historietas y manuales escolares del siglo XX, a través de la lucha por la independencia y la emancipación, el gaucho también intentaba modificar favorablemente sus precarias condiciones de vida.

Los aniversarios suelen presentarse como fechas atractivas para la conmemoración y la reflexión sobre acontecimientos y procesos trascendentes para los pueblos. Esta práctica, a lo largo de la historia, ha operado en función de los grupos hegemónicos dominantes –en términos de Antonio Gramsci, entendidos como directores políticos, intelectuales y morales de la sociedad– con el objetivo de consolidar, reafirmar y reproducir sistemas de creencias, valores, costumbres e intercambios que garanticen su autoridad.

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No obstante, en las últimas décadas, a tono con la consolidación de la democracia y la irrupción de nuevas voces en la agenda pública, los aniversarios suelen presentarse también como oportunidades para animar el debate, la problematización, la reinvención y la reafirmación o ruptura de tradiciones y sistemas de relaciones.

El bicentenario de la muerte del general Martín Miguel de Güemes se manifiesta como una oportunidad valiosa para repensar al gaucho –particularmente del noroeste argentino– como un sujeto histórico complejo, con sus propias tensiones, representaciones e intereses: sin duda, un gaucho mucho más incómodo para la historia oficial y los grupos tradicionales del poder.

No se trata ya del gaucho folklórico, colorido, chabacano y accesorio de las historietas para niños y los manuales escolares. No se trata del gaucho que junto a Güemes tuvo que esperar un centenario para que la ilustración salteña se lo apropiara, lo reinventara y lo reconfigurara para su historia oficial. Se trata también del gaucho desposeído, explotado e invisibilizado en los relatos hegemónicos.

Amén de algunas consideraciones deslizadas, esta columna prescinde de la intención de constituirse en un aporte al debate revisionista. Mucha y buena tinta ya se ha vertido en las producciones historiográficas recientes con el objetivo de ensayar una reivindicación, justa y necesaria, de los pueblos del norte argentino que –como sujetos históricos– protagonizaron las gestas que estimularon y posibilitaron el proceso de independencia y la configuración de la organización nacional en los albores del siglo XIX. Hoy se reconoce a nivel popular que la Independencia se logró con el Éxodo Jujeño, la batalla de Salta y la batalla de Tucumán, entre otras gestas. Y ya se sabe también que con el grito de mayo en el Cabildo porteño, solamente, no hubiese alcanzado para romper la dominación colonial.

UNA IMAGEN A MEDIDA

En una profusa, imperdible y recomendable tesis de posgrado, la doctora en Antropología Andrea Villagrán describe “tres formas sociales de producción y apropiación del pasado en Salta” (UBA, 2010). En el recorrido de la obra, la autora indaga y describe las estrategias de las que se valieron los sectores dominantes de la elite salteña particularmente para construir una narración del “ser gaucho” al servicio de sus intereses: la construcción de una incipiente historia oficial; la invención de nuevas tradiciones rituales, como el desfile anual o la construcción del monumento, y las relaciones de producción vinculadas, fundamentalmente, con la explotación de la tierra.

A través de estas estrategias, explica Villagrán, los sectores dominantes se apropiaron de la figura de Güemes, así como también de los gauchos y sus gestas. La apropiación significó, desde luego, también una reconfiguración de los relatos y la construcción de identidades a medida.

La figura del gaucho de la guerra por la Independencia, y particularmente la figura de Güemes, debieron esperar al menos un centenario para ser reconocidas por la historia oficial en la pluma de Bernardo Frías, a principios del siglo XX.

Más allá de una reivindicación historiográfica para la época, fundamentalmente la reinvención de la figura de Güemes se enmarcó en una estrategia deliberada por parte de las clases dominantes, a tono con la producción intelectual ensayada en Buenos Aires en el marco de la campaña de construcción del “ser nacional”.

En el marco de las corrientes revolucionarias que asomaron al país con las olas inmigratorias, y ante la sucesión de levantamientos obreros estimulados por socialistas, comunistas y anarquistas en el centro del país, la clase dominante no se podía permitir sumar otro foco de conflicto por la sublevación de los gauchos desposeídos del norte. El camino para desactivar la posibilidad fue la apropiación política, social y cultural de Güemes y sus gauchos para imponer una narrativa de reivindicación de las elites ante los sectores populares.

“El gaucho nunca mostraba debilidad, llevaba su abnegación hasta el sacrificio personal”, escribe Bernardo Frías.

De manera discrecional, el patriotismo, la valentía, la solidaridad y la humildad son los rasgos que le permitieron a esta elite ensayar una uniformidad social con los sectores subalternos y construir una identidad popular homogeneizadora: todos bajo el mismo poncho, todos montando caballos, todos cantando folklore y comiendo asado, encomendándose a los mismos patronos religiosos y rememorando las mismas glorias güemesianas del pasado. Todos compatriotas iguales, aunque diferentes, porque algunos son los dueños de la tierra y sus frutos, y otros quienes la trabajan a cambio de techo y comida.

SUJETO POLÍTICO

Todavía hoy, incluso en actividades oficiales, cada vez que se evoca la figura del general Martín Miguel de Güemes, las instituciones tradicionalistas que se arrogan su representación suelen resaltar su trayectoria militar, sus cualidades humanas, la fe que profesaba y hasta sus vínculos familiares. Por eso, llama la atención que pocas veces se mencione su dimensión política trascendental como líder de los sectores revolucionarios más desprotegidos representados en el gauchaje local.

Se trata de un aspecto central y, se sospecha, discrecionalmente minimizado en la historia oficial. Porque si bien es cierto que los gauchos eran valientes, solidarios y humildes, también eran sujetos históricos y políticos que, a través de la lucha por la Independencia, pretendían modificar favorablemente sus condiciones de vida.

Güemes compartía esas preocupaciones, y durante su liderazgo gubernamental impulsó políticas concretas en tal sentido, como el fuero gaucho, las pensiones e indemnizaciones a viudas o huérfanos y la suba de impuestos a terratenientes para la causa patriótica. Fue algo que no le perdonaron durante al menos cien años.

Tal vez sea momento de que la gesta gaucha por la emancipación y libertad se resignifique y revitalice, para estos tiempos, como la lucha de los desposeídos por la igualdad sin castas ni linajes.

Por Antonio Marocco – Vicegobernador de la Provincia de Salta – Miembro de la Fundación Comunidad Organizada

Publicada originalmente en Caras y Caretas