Los cerezos o la inteligencia artificial

Por Sebastián Plut (*)

Resulta inevitable salir del teatro y conversar sobre la obra recién vista. Qué le pareció a cada uno, qué fragmentos nos resultaron significativos, qué frases recordamos, qué emociones nos despertó y qué literaturas nos evocó. Es un ejercicio, un juego, una reflexión, cuya función es múltiple: compartir el significado singular de lo que acabamos de percibir auditiva y visualmente, repensar uno o más de los momentos de la obra, e incluso seguir disfrutando al prolongar, ya fuera de la sala, la experiencia recién vivida. En suma, mientras Verónica expresaba lo que resonó para ella, yo le manifesté lo que me había sugerido a mí. El diálogo, pues, circula bajo una suerte de fórmula: para mí, para vos.

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Quiero hablar, entonces, sobre una obra de teatro que vimos anoche. La obra original fue escrita por Christopher Durang y premiada en Broadway en 2013, bajo el nombre “Vanya and Sonia and Masha and Spike”. Su versión para Argentina, dirigida por Héctor Díaz y adaptada por Ricardo Hornos, se estrenó hace pocos días y su nombre ya lo deslicé: “Para mí, para vos”. El título admite cuanto menos dos lecturas: o bien designa una distribución, por ejemplo, lo que le toca a cada uno, o bien representa la bifurcación de interpretaciones: para mí quiere decir esto y para vos quiere decir otra cosa.

No vale aquí reseñar su argumento y su trama, ya que la obra fue comentada en numerosas notas periodísticas pero, sobre todo, porque importa, recomiendo, ir a verla. Digamos sí que se trata de la historia, o de una parte de la historia, de tres hermanos que, con evidentes o, mejor, explícitas reminiscencias de Chéjov, no quieren perder su jardín de cerezos. Como en la obra del autor ruso, no todos perciben lo mismo en ese jardín. El mismo Chéjov, sobre su célebre obra, decía que era tanto una comedia como una farsa.

“Para mí, para vos” califica, pues, como una comedia y, en efecto, arranca las risas de los espectadores, aunque se trata de esas comedias que permiten angustiarse. Tres hermanos en duelo por sus padres, por lo que no fue, por lo que ya no será, por lo que creían que era y no es. Tres hermanos doliéndose entre recuerdos y expectativas. También concurren los celos y las envidias, las monótonas rutinas, ciertas enajenaciones y, creo yo especialmente, el paso del tiempo, las diferencias epocales y la nostalgia.

Sonia, una de las protagonistas, dice que si todos estuviéramos medicados, Chéjov no habría tenido sobre quién escribir. Con ello, intuyo, pone de manifiesto si no el vértice principal, al menos uno de los faros centrales de la obra: cuáles son nuestros sufrimientos, qué lugar les damos y qué caminos tomamos frente a ellos. ¿Son solo una anomalía que suprimir, afecciones que debemos dormir con urgencia? ¿O, más bien, son nuestros modos de existir y tienen un sentido? ¿Qué será de la poesía, de los vínculos, del dolor, de los recuerdos, en el reino de las benzodiacepinas? ¿Qué posibilidades habría, en ese mundo, de distinguir entre para mí y para vos?

Más tarde, Vanya alza su protesta contra el presente, aunque, justo es decirlo, no exuda melancolía. Responde, de hecho, a un imaginario crítico diciéndole que no pretende la inexistencia de la electricidad ni de los antibióticos. Sin embargo, cual crítico social que no ha perdido el don de la belleza, capta que al haber desahuciado las máquinas de escribir, y en virtud de su reemplazo tecnológico, hemos perdido la paciencia, la capacidad de esperar, de darnos tiempo para escuchar.

Eso, sin duda, es lo que debe preocuparnos de la inteligencia artificial. No importa qué tan diestros puedan ser los algoritmos para construir un texto, para componer una melodía o para indicarnos la mejor ruta. Su severidad se instala en la anulación del tiempo, en hacer estallar los tiempos humanos de la elaboración, del pensar común, del sentir con el otro, en que ya no exista, nunca más, el para mí y para vos, en que se hundan las singularidades, individuales y colectivas, en una uniforme argamasa sin amor, ni belleza, ni ética, ni conocimiento.

En todo ello anida el poder deletéreo de la inteligencia artificial, en que ya no podamos apreciar el tiempo de los cerezos, el tiempo de su florecimiento y el tiempo de observarlos.

* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.