¿Locos sueltos?

Por Sebastián Plut *

Respuesta. La reacción popular al atentado contra CFK es merecedora de un conjunto de adjetivos valiosos: justa, bella, emotiva, resistente. Estos términos describen lo que todos sentimos el viernes pasado en Plaza de Mayo. Sin embargo, si pensamos que la masiva manifestación, que se replicó en tantos otros lugares del país, fue una respuesta al intento de asesinato, debemos hacer una aclaración. Lo fue, sin duda, pero esa respuesta preexistió al último hecho. ¿Cuántas veces advertimos ya sobre el odio y sus consecuencias? No se trata de blandir un quejoso “yo te lo dije”, sino de insistir en el valor de las palabras, del discurso; incluso de despojar al sustantivo relato de las heces que le arrojan desde hace tanto tiempo. Es el discurso del odio el que no alcanza el rango de discurso, pues quienes lo ostentan, en rigor, odian el discurso. Solo vomitan, hacen catarsis, no saben contar, solo hacen cuentas.

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¿El amor vence al odio? Estábamos en el medio de Plaza de Mayo y nos preguntamos si es válido, ¿justo?, seguir pensando que el amor vence al odio. Lo conversamos allí y después con mi compañera mientras observábamos la multitud, mientras formábamos parte de la multitud. ¿Cómo hacer que la consigna no sea una simple apelación ingenua, de esas en las que la pretendida bondad no es más que el disfraz de la autoinmolación? El amor es una conquista de la humanidad y, como señaló Freud, nos impulsa hacia las identificaciones comunitarias. El odio, en cambio, anida en lo más originario de la naturaleza humana y su meta es la disolución de los lazos que nos ligan. El amor vence al odio, entonces, se valoriza allí, en oponer conquistas humanas, culturales, a los impulsos crueles que nos habitan.

Fanatismo. Dicen: “son fanáticos, ciegos, un rebaño de idiotas que siguen a una mujer que solo se preocupa por sí misma”. ¡Vaya paradoja! Si recurrimos a un Excel, que tanto les gusta, a una contabilidad, es posible descubrir que ellos, la derecha con sus periodistas, políticos y jueces, son quienes están hablando -hace años- de Cristina miles de veces más. Los fanáticos de Cristina, pues, son ellos. Como fanáticos fundamentalistas que son, claro está, la siguen por odio pero la siguen o, más bien, la persiguen. Todo lo que hace Cristina, dicen ellos, es para evadir la justicia. Ella no tiene ideales, no es una dirigente política y bajo sus dos presidencias no pasó nada bueno para el país. Es, para ellos, solo una delincuente, una desquiciada que hace lo que sea para impedir que la metan presa y, proponen, hay que evitarlo como sea.

Elogio de la locura. A comienzos del Siglo XVI, Erasmo de Rotterdam advirtió que si un dirigente es presa de una pasión funesta, ésta se contagia enseguida a quienes lo siguen. Dirigentes es un sustantivo que, poder de los medios mediante, debe ampliarse para incluir a todos aquellos cuyas palabras alcanzan a influir en la población. Como se suele decir, un 1% de raiting son 100.000 sujetos. Aclaremos que locura, para Erasmo, es sinónimo de necedad.

Locos sueltos I. Una hipótesis se justifica por los indicios y por las pruebas que orienten en esa dirección. Pero también, una hipótesis se vuelve sospechosa por la intensidad y velocidad con la que se desea demostrarla. Desde luego, para explicar qué sucedió, durante un tiempo puede haber más de una hipótesis. Fernando Sabag Montiel, muchos se apuraron a anunciar, habría sido un loquito suelto. ¡Y con qué pasión funesta repiten lo que pretenden que sea una conclusión antes de toda investigación! Al fin y al cabo, con Cristina hicieron lo mismo: la conclusión precedió a toda investigación. La misteriosa borradura de los datos del celular de Sabag Montiel es indicio que no contradice la locura pero sí la soltura.

Locos sueltos II. Decir que es un loco suelto tiene dos objetivos. Primero, sustentar que si es un loco suelto no sería un loco a sueldo. Nadie le habría pagado para que atente contra la Vicepresidenta. Es decir, no habría una organización tras el suceso. No se trató de conspiración. Que no haya nada de eso, es cierto, es una posibilidad, aunque falta investigar todavía. El segundo objetivo consiste en deslindar su acto de toda influencia o incitación. Esto es, desconocer que cuando se expande y se legitima el mentado discurso del odio luego se encarna. En este caso, que no haya nada de eso, no es una posibilidad.

Chocobar. Sabag Montiel no está muy lejos de Chocobar. Un agente del orden neoliberal que se arroga el poder de asesinar a quien supone es un delincuente. El macrismo judicializó perversamente la política. Perversamente, pues lo hizo a través de acusaciones falsas y denuncias infinitas con el fin de la persecución política. También buscó la criminalización del otro. Es decir, el macrismo configuró una escena en la cual no lucharía contra un adversario político, sino contra un criminal, un delincuente. En simultáneo, no cesan de proponer “bala” para delincuentes o manifestantes, que para ellos son lo mismo (si son manifestantes peronistas). Así actuaron Chocobar, Sabag Montiel y, por qué no, los policías que insultaron a Máximo Kirchner cuando intentaba acercarse al departamento de su madre. Así proponen López Murphy cuando tuitea “ellos o nosotros” o Francisco Sánchez cuando pide pena de muerte. En suma, Sabag Montiel no hizo más que seguir/obedecer a sus referentes.

Individualismo. Para Patricia Bullrich et al. se trató de un “acto de violencia individual”.

No hay duda, son los ideólogos del individualismo. ¿Acaso no es esa su doctrina política y económica? El individuo como único sujeto político. Tal es, entonces, la consecuencia: una dirigencia que enarbola y exacerba el individualismo no resulta sino en una productora de loquitos sueltos, agresivos e indiferentes. ¿Hay, acaso, frase más ominosa que “la mano invisible del mercado”? Se entiende bien, no es que no haya una mano por arriba, sino que permanece invisible.

Los independientes. Algún funcionario macrista, en su hora, llegó a decir que a Santiago Maldonado quizá lo mató “un gendarme suelto”. En tal caso, el gendarme habría actuado por su propia cuenta, sin orden alguna, explícita o implícita; habría tomado una decisión por fuera de todo dictamen institucional e ideológico. Lo mismo pretenden hacer creer sobre aquellos periodistas que, pese a decir todos lo mismo, serían periodistas independientes, comunicadores que no responderían a un concierto organizado. Esta es su independencia: un alucinado mundo en el que nadie responde a nada ni a nadie. Huelga explicitar la doble falsedad: hay objetivos concertados explícitamente e influencias encendidas socialmente.

Los excesos. Ante la inocultable evidencia de la tortura y de las desapariciones en la última dictadura cívico-militar, ya se había pronunciado el antecedente histórico del “gendarme suelto” que se retomó durante el macrismo. Quizá, se dijo, hubo excesos, es decir, otros loquitos sueltos. La teoría de los dos demonios, entonces, no consiste solo en equiparar lo que no es equiparable, sino en pensar que cuando sucede lo que el neoliberalismo fabrica (con uniforme o sin él) no sería más que un acto individual motivado por una suerte de degeneración demoníaca, intrínseca de las propias neuronas.

Digresión: la ley de salud mental. ¿Cuánto tardarán para desviar el foco y abusar del atentado contra Cristina para decir que, si no fuera por la ley de salud mental, Sabag Montiel no podría haber hecho lo que hizo porque habría estado internado? Para ellos, al fin y al cabo, allí se terminan la discusión y la reflexión sobre los loquitos sueltos.

El líder. Entrevistaron a un amigo de Sabag Montiel, quien no desaprovechó la ocasión para justificar y arengar más violencia. Este sujeto comentó un episodio que no parece menor. En una ocasión Sabag Montiel habría molido a golpes al líder del grupo de amigos, luego de lo cual se ufanaba de ello. El evento nos autoriza a conjeturar que para adquirir un sentimiento de omnipotencia el agresor precisa aniquilar a quien ejerce un liderazgo. El loco suelto, entonces, es aquel que descarga su ira contra quien lidera; y desde Freud sabemos que la posición líder es el factor de unión colectiva. Nuevamente, no hallamos gran diferencia entre un loco suelto y la sociedad que pretende el neoliberalismo.

James Dean. ¿No aprendimos, ya hace muchos años, que no hay rebeldes sin causa? La derecha, el neoliberalismo, opera a doble vía: genera una sociedad cada día más violenta y, luego, intenta instalar que cada cual piensa, decide y actúa con independencia de ese mundo hostil.

Apuntes finales. El complemento infaltable de la teoría del loco suelto es la infecunda pregunta sobre qué sociedad somos, sociedad que sería capaz de engendrar un personaje así. La sociedad es una numerosidad heterogénea y si no acotamos la pregunta solo llegamos a una falsa, inútil e irresponsable respuesta: todos somos culpables. Y no solo no es así, sino que ese camino es el sendero hacia el vacío mismo. El ataque sufrido por Cristina fue un ataque a su persona, a la política, a la democracia y a la vida en comunidad. Todo eso fue atacado. La violencia tiene objetos y sujetos. Ya sabemos quién fue el autor material, aunque resta saber quién o quiénes fueron los autores intelectuales, si los hubo. Sin embargo, también sabemos quiénes fueron los autores ideológicos y cuál es su tradición. Esta violencia es expresión de la “libertad” neoliberal, de un sector de la sociedad que no valora lo colectivo ni, mucho menos, considera que los peronistas deban formar parte de ella. De hecho, Máximo Kirchner lo previó no muchas horas antes, cuando indicó que la oposición parece una pelea por ver quién mata primero a un peronista.

* Sebastián Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.