Lo invisible como categoría política de la derecha

Sebastián Plut (*)

I. Los gobiernos de derecha comparten un conjunto de rasgos, más allá de su aparente diversidad: la violencia como forma de coerción, la mentira como lógica discursiva, el empobrecimiento de las mayorías como objetivo e, incluso, la destrucción de lo valioso que pueda tener el propio ideario liberal.

brickel

Estos elementos se amalgaman en lo que lamamos política de la invisibilización y que consiste en el empeño por corromper la percepción ajena: aquello que Freud denominó investidura de atención, según la cual cada sujeto gobierna su percepción conciente. El destinatario de esta política de invisibilización es la sociedad en su conjunto, con alcances y efectos diversos en opositores y adherentes.

Un posible punto de partida es la teoría de Adam Smith sobre la mano invisible del mercado. Más allá de que la frase parece sacada de un cuento de terror, subrayemos el adjetivo que califica a aquella mano: invisible.

Que el mercado sea propicio para la producción e intercambio de bienes y servicios no explica porqué su mano permanece en la oscuridad. Aunque digan que es una forma de denominar su presunto mecanismo de autorregulación, que su funcionamiento óptimo depende de que el Estado no intervenga, lo cierto es que lo invisible corresponde a un doble silenciamiento: sobre el poder de determinados grupos económicos y sobre las decisiones del gobierno (Milei repitió hasta el cansancio que el Estado no interviene en los precios, pero en menos de dos meses intervino en el precio del dólar, de las tarifas, de la tasa de interés y del salario mínimo). No analizamos si la incidencia de los grupos económicos o del Estado es favorable o perjudicial, sino que el sintagma “mano invisible del mercado” oculta el ejercicio de poder de los sectores concentrados de la economía y del Estado.

En otro terreno encontramos el ataque de Milei a Lali Espósito. Él y algunos funcionarios, cuando les cuestionaron su agresión, respondieron que Lali opinó y, en consecuencia, Milei hizo lo mismo. “¿No tiene derecho a responder, acaso?” fue parte de la explicación. No obstante, homologaron una crítica con un insulto y pretenden desconocer la asimetría de poder.

Hace muchos años escribí, como humorada, que la vaca no da la leche, para luego agregar que el hombre se la saca. Efectivamente, ésta es una de las operatorias discursivas de la derecha, escotomizar la extracción y encubrirla con una supuesta entrega ajena. Posiblemente, sea similar la construcción de la frase “se cayó el muro de Berlín”, pues esconde al sujeto político que lo tiró.

Sin embargo, la apelación a lo invisible tiene otros propósitos. En todo caso, inducir a creer lo no creíble es un objetivo sigue diversos caminos. Si antes aludimos al ocultamiento del poder, también se realiza a través del empeño en hacer ver lo que no existe. Hallamos dos ejemplos muy claros: la frase “crecimiento invisible” pronunciada por Macri durante su gobierno y la expresión mileísta “no la ven”, de factura más reciente. Ambos mandatarios crearon la imagen de una bonanza económica que era/es inexistente, y quienes no la ven son tildados de delincuentes, traidores o golpistas. Seguramente, sería más interesante examinar qué sucede en la mente de quienes dicen que sí la ven. Como con la mano invisible del mercado, opera un ocultamiento, pero ya no solo del poder, sino de la destructividad de las decisiones presidenciales.

En el caso de Milei, agreguemos dos referencias más: a) su persistente alusión a las fuerzas del cielo, cual si se tratara de una verdad inapelable que justificaría todos sus actos de gobierno; b) la frase “no hay plata”, que intenta convencer acerca de un vacío, cuando en rigor se trata de una decisión sobre los destinos del erario.

Otra variante es el uso de términos para describir una realidad adversa y, sobre todo, que buscan exhibir que el hablante estaría conciente de dicha realidad. No obstante, tales términos apenas alcanzan la cualidad de eufemismos. Por caso, los miembros del gobierno, ante la crisis económica pueden decir “sabemos que va a ser muy difícil” o que la gente “no llega a fin de mes”. La indiferencia que suele acompañar sus palabras pone de manifiesto el encubrimiento. En efecto, hay millones de argentinos cuya situación no es difícil sino de hambre, de problemas de salud y de vivienda, situaciones para cuya urgencia no aplica el adjetivo difícil. En la misma línea podemos entender la expresión “no llegar a fin de mes”, cual si cada individuo no llegara a la meta en una carrera que se renueva el primer día del mes siguiente. Ambas frases son revestimientos que ocultan las causas de la crisis económica, su profundidad y la absoluta falta de solidaridad y empatía que tienen los funcionarios con el dolor y la miseria de millones de argentinos.

II. Describimos tres modos de la invisibilización: a) ocultar el ejercicio de poder; b) crear una realidad ficticia; c) pronunciar frases que amortiguan el significado hasta despojar a la realidad de su más genuino sentido.

La invisibilización se refuerza también con otros procedimientos, por ejemplo, la alteración de los nexos entre causas y consecuencias, incluso la supresión de las causas para descalificar de las consecuencias. Ejemplo de esto último es desconocer las causas de los problemas económicos (el atroz endeudamiento del gobierno de Macri) y luego atacar a quien quizá no resolvió el problema pero que, claramente, no lo causó. Durante la pandemia, por ejemplo, se criticó fuertemente la cuarentena eludiendo toda mención a su razón de ser (la pandemia y la falta de vacunas). Un caso más grave es la anulación de la presunción de inocencia, por lo cual basta que en un medio se diga que un político robó para configurar una sentencia (y un estigma) social.

Es posible considerar otro caso: la relación entre violencia e inseguridad. Frecuentemente, el término inseguridad condensa la causa (violencia, delitos) y su efecto. Asimismo, suele sobredimensionarse la tasa de delitos (ante cada homicidio, los medios exageran su frecuencia) y también se objeta la hipótesis del sentimiento de inseguridad como un producto parcialmente independiente de la ocurrencia de delitos, pese a que estudios nacionales e internacionales acreditan esa relativa autonomía.

Podemos detectar, pues, tres formas de perturbar las relaciones causales. Por un lado, silenciar una serie de delitos (llamados de cuello blanco) cuando se abordan estos temas. Por otro lado, cuando se excluye del análisis el papel de los medios de comunicación. Por último, cuando únicamente se piensa la inseguridad como consecuencia de la violencia y no a la inversa. En efecto, la inseguridad producto de la desigualdad, el desempleo, la precarización laboral, etc., posiblemente sea una de las razones que conducen a hechos de violencia.

III. La multiplicidad de hechos, piezas discursivas y lógicas argumentales evidencian que si hablamos de cómo la derecha recurre a la invisibilización, no estamos describiendo un conjunto de episodios sino una categoría política. Esto es, la invisibilización es transversal a su práctica política y permite el análisis de la misma.

Cuando se debatía en el Congreso la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, escribí algunas reflexiones sobre la fragilidad de los argumentos a favor y en contra. Sostuve que uno de los motivos de los opositores a la ley, pertenecientes a sectores de la derecha, no era su rechazo al aborto sino a su legalización. Dicho de otro modo, intentaban que no se transformara en una práctica visible pues tendrían menos razones para ocultar embarazos no deseados al interior de sus propias familias. Sin duda, la doble moral y sentimientos de vergüenza participaban de su justificación.

Si nos trasladamos a los orígenes del Peronismo, uno de los hechos fundantes quedó grabado en la memoria colectiva con el nombre “las patas en la fuente”. Más allá de los verdaderos problemas que se disputaban (desigualdad, exclusión, etc.), no fue menor el espanto que provocó en vastos sectores de las clases medias y altas de la ciudad de Buenos Aires, la visibilización de los “cabecitas negras”.

Luego, si nos animamos a incursionar en el horror, es inevitable incluir la desaparición de personas durante la dictadura cívico-militar en Argentina de 1976. En aquel momento, Videla dijo que el desaparecido “no tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. La invisibilización producía un doble ocultamiento: de la persona desaparecida y del terrorismo de Estado.

Volvamos a años más recientes para abordar un capítulo diverso de la invisibilización. Desde hace unas décadas la derecha comenzó a enarbolar la bandera de la “transparencia”. El método se fue haciendo conocido: construir en el imaginario social la convicción de que Estado y robo son sinónimos. Más allá de lo que esconde esa estrategia (apropiarse de los bienes del Estado, etc.) siempre me llamó la atención el significante “transparencia”. En alguna ocasión escribí que la exigencia de transparencia debía ser pensada, pues lo transparente, precisamente, es algo que no se ve. Uno de sus efectos fue la creciente denigración de cualquier político opositor a la derecha y, a su vez, la intrusión violenta en el ámbito de su privacidad. No obstante, quiero insistir en el marketing de la transparencia. Podemos decirlo así: si me vendo como transparente, estaré diciendo que no soy visible. En suma, la política de la transparencia fue el artilugio para que los actos políticos de la derecha devengan invisibles y se habilite la intromisión degradante en la privacidad de los opositores. No está de más recordar el aparato instrumentado por Macri para espiar a opositores y aliados. Más allá del problema principal de esa actividad (violación de la privacidad, persecución, etc.) resulta notable el juego entre lo visible (que no debería ser visto) y lo invisible (la posición de quien espía).

IV. La violencia inherente a la política de la invisibilización es evidente. En un caso extremo, el reciente film Zona de interés es una magistral muestra de lo que intento describir. Otra pista que podemos seguir es el uso del número cero (“pobreza cero”, “déficit cero”). En el primer caso, se podrá considerar que se trataba solo de una promesa o de una expectativa desmesurada (aunque el Macrismo aumentó la pobreza). Algo similar, puede estimarse para el caso del déficit. Sin embargo, también podemos preguntarnos por qué no usar, sencillamente, el verbo reducir (la pobreza o el déficit) en lugar del cero. Mi impresión es que además de la exageración como propaganda política, no es ingenuo recurrir a un número, a una cantidad, que, a su vez, constituye el nombre de la nada, del vacío. Se reitera, pues, la estrategia discursiva que pretende hacer como si fuera visible lo que no existe y, en simultáneo, invisibilizar una realidad dolorosa.

En consecuencia, además de la violencia, la práctica política de la invisibilización procura abrumarnos con el sentimiento de irrealidad, cual si intentaran hacernos sentir que la realidad no existe, que nadie es lo que es y que el otro no dijo lo que dijo.

La expansión que tuvieron las fake news en las últimas décadas, más los riesgos que introduce la inteligencia artificial, nos pone en alerta sobre la destrucción que amenaza los criterios de verdad y mentira. El escenario es inquietante, pues la amenaza no es solamente desconocer la verdad, sino si tendremos que aprender a vivir en un mundo donde aquellas categorías, verdad y mentira, ya no tengan ninguna relevancia en nuestras vidas.

*Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.