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Las mujeres no pelean, las mujeres laburan

Por Catalina Riganti*

En medio de peleas nacionales, provinciales y municipales entre varones y Barones sobre candidaturas, guerra de egos, especulaciones de cargos y lugares en las listas, hay algo que noto que nos sigue uniendo a todas las mujeres que trabajamos en la función pública independientemente de los colores partidarios: la búsqueda del bienestar común.

A nuestras ya históricas banderas social y culturalmente asignadas como la solución a los problemas de la Educación, la mejora en los servicios de Salud, la búsqueda de la equidad en las tareas de cuidado y la integración e inclusión de la tercera edad, de las niñeces y adolescencias y de las personas con diversas discapacidades a un sistema pensado sin ellos, se le suma una problemática más que debemos resolver: la inseguridad.

Si bien los ministerios, secretarías y cargos de toma de decisiones en materia de seguridad fueron deliberadamente asignados a hombres durante siglos, hoy pareciera que somos las mujeres quienes tomamos las riendas para defender nuestras familias, nuestros barrios y nuestras comunidades. Y es que la falta de seguridad proviene en realidad de un profundo abandono estatal en materia que, casualmente, nosotras ponemos en agenda, como la educación, la salud física y mental y la generación de oportunidades.

La “mano dura”, las fuerzas de seguridad armadas, los uniformes y las reacciones a hechos violentos en el imaginario colectivo se asociaron a la masculinidad, a la fuerza, al peligro… pero ¿qué pasa cuando empezamos a entender y estudiar la inseguridad como un fenómeno multicausal?. Porque somos las mujeres quienes vivimos en primera persona las consecuencias de haber delegado durante tanto tiempo la “solución” a los problemas de inseguridad con un enfoque en la actividad y no en la proactividad, como debería plantearse actualmente.

Somos nosotras las que recibimos en las salitas de atención primaria a los pibes baleados por luchas entre bandas, por exceso de drogas, por arreglar todo a las piñas. Somos nosotras las que notamos en el aula quién comió en la casa y quién no, y que algunos alumnos tienen sueño porque de noche no duermen, y otros tienen que salir a trabajar y estudiar se vuelve un desafío.

Somos nosotras las que recibimos mujeres llorando en los consultorios y acompañamos temblando a las comisarías. Somos nosotras las que llenamos las ollas de comida en los barrios donde la inseguridad es moneda corriente y los chicos no tienen manos para defenderse de los ataques si llevan un tupper o dos encima.

Somos nosotras las que hacemos la tarea con los niños mientras pensamos cómo nos cuestan las matemáticas pero qué importante es que mi pibe no termine en la esquina como tantos otros.

Somos nosotras las que llevamos gas pimienta en la cartera y miramos 15 veces antes de entrar el auto o cruzar la puerta de casa. Somos las que aceleramos el paso ante cualquier ruido detrás nuestro y las que recién podemos dormir cuando sabemos que nuestras amigas llegaron bien a destino. Y nuestros hijos volvieron a casa. Y nuestros padres están a salvo y no les hicieron algún cuento para robarles la jubilación mínima.

Cuando entendemos la inseguridad como una consecuencia de un sinfín de lugares de poder desperdiciados y una catarata de decisiones mal tomadas, es que nos surge meternos a solucionarla. Y acá estamos, poniendo el cuerpo, la mente y sobre todo el corazón en pos de trabajar para desenmarañar esta problemática de una vez por todas. Para dejar de hablar de inseguridad y que en los medios sólo leamos “seguridad”.

Pero para eso hace falta poner en agenda todo lo demás: educación, salud, trabajo, inclusión. Casualmente- o causalmente- es esto lo que nos convoca a candidatearnos para trabajar desde la proactividad y no necesitar salir con carteles a la calle pidiendo justicia o seguridad por culpa de la inactividad.

Este 8 de marzo nos invito a seguir resolviendo esta problemática, pensando soluciones tan prácticas como profundas para que la seguridad sea un tema que nos ocupe espacio y no nos preocupe más.

*Catalina Riganti – Concejal San Isidro

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