Las encuestas dicen la verdad

Por Sebastián Plut (*)

Que aun hoy sigamos esperando que los hechos confirmen los pronósticos de las encuestas electorales no parece muy comprensible. Más aun, que todavía nos sorprenda que los resultados de las elecciones difieran de los resultados de las encuestas revela la eficacia de aquello que Freud designó el porvenir de una ilusión.

brickel

Tal vez algún atavismo nos empuja a replicar la naturaleza y por eso actuamos ciclos que se repiten cual eterno retorno. Una y otra vez, más lejos o más cerca en el tiempo de cada votación (presidencial, provincial o legislativa), nos encontramos con lo siguiente: a) las diversas consultoras muestran conclusiones diferentes entre sí; b) al cabo, el pronóstico y la realidad configuran dos conjuntos paralelos.

Es cierto que, en ocasiones, las cifras que se exhiben no son un resultado confiable sino, más bien, la imagen de un candidato al que se desea favorecer. Sin embargo, no es este el problema que deseamos abordar ahora. Nos ocuparemos, en cambio, de las encuestas que tienen el genuino propósito de conocer las preferencias políticas. Incluso, lo haremos bajo el supuesto de que tales pesquisas son realizadas con una suficiente solidez metodológica de sus procedimientos.

Dicho todo esto, nos preguntamos: ¿es posible que los investigadores de la llamada opinión pública se equivoquen con tanta frecuencia? La respuesta puede ser afirmativa y negativa simultáneamente, dependiendo desde dónde apreciemos el problema. Pasemos por alto otro espinoso asunto, a saber, qué diantres es la opinión pública, cómo definirla, estudiarla, etc.

Un fallo posible es que en algunos casos haya deficiencias en la selección de la muestra, es decir, qué no sea tan representativa como para que luego pueda generalizarse el resultado a toda la población.

Sin embargo, intuyo que el mayor problema es otro. En efecto, propongo considerar la siguiente hipótesis: no es que los resultados sean erróneos, sino que los encuestadores creen que están analizando una cosa y, en realidad, están midiendo otra.

Si abundan los ensayos sobre la fragilización de las convicciones ideológicas, sobre la vacuidad de los discursos políticos, sobre el creciente ausentismo en las elecciones, sobre la crisis de la representación política, etc., etc., ¿cómo imaginar que la opinión que hoy dan tantos sujetos efectivamente se sostendrá, de manera estable, desde el día en que responden hasta el día en que colocan el sobre en la urna?

Las encuestas, entonces, ofrecen resultados valiosos siempre y cuando entendamos que solo están midiendo el humor social en un momento puntual. Claro que esta afirmación requiere de un conjunto de consideraciones. En primer lugar, con humor social intento designar ese estado de ánimo que acaso pueda traducirse en una frase u opinión, pero que quizá varíe con cierta facilidad. Por caso, todos escuchamos el argumento de aquel que dice que votará por X candidato “porque está enojado”. La argamasa de esa elección, precisamente, es endeble, tiene poca fijeza y, en consecuencia, está sujeta a múltiples influencias y transformaciones en el lapso entre que se pronuncia y cuando, luego, se efectiviza.

En segundo lugar, es preciso entender el alcance del verbo medir. Cuando los estudios en cuestión se proponen medir, en rigor, trabajan con datos, pero resulta que los datos per se carecen de historia, de temporalidad, y son apenas una rápida traducción de un nombre a un número. No se alcanza, así, a conocer los deseos, los ideales y las realidades de aquellos a quienes se les proponen las preguntas. Agreguemos, a su vez, que también es decisiva la cosmovisión de los sujetos que diseñaron tales interrogantes.

Los datos, pues, son la materia prima y el non plus ultra de quienes piensan el mundo desde el marketing y la ortodoxia económica. Los datos, entonces, son solo eso, datos. Nadie sabrá nunca cómo fue una historia de amor con solo saber nombres, edades e ingresos de dos personas. Nadie podrá comprender una revolución o un proceso transformador si se contenta con colocar en un Excel el guarismo del riesgo país, del déficit fiscal o el detalle de la inflación acumulada durante el primer semestre.

Es por ello, entonces, que los datos arrojados por las encuestas tantas veces no coinciden con el desenlace. Sin duda, porque aquellos datos no son la realidad, ya que esta no es medible.

Los datos son la meca de aquellos que en lugar de pensar las trayectorias laborales de los sujetos solo atinan a ver allí un costo, de aquellos que en lugar de conmoverse con la vulnerabilidad solo calculan el número de planes sociales, de aquellos que abandonan toda política social para el bienestar de los mayores y se conforman con definir el empobrecido cálculo de una jubilación menguante.

Volvamos al título para concluir: las encuestas dicen la verdad y no hay contradicción con lo expuesto. Las encuestas dicen la verdad porque revelan que la realidad no es pura cantidad, que el deseo no es costo/beneficio, y porque demuestran, entonces, que la vida jamás podrá reducirse a un cálculo.

* Sebastian Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.