Las democracias se miden con estadísticas; las autocracias, con encuestas

Por Jorge Arias*

Las sociedades siguen a dirigentes que prometen cosas que no pueden producirse. Un “abrazo mortal” entre sus expectativas y la capacidad de los gobiernos de satisfacerlas.

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La democracia es una construcción social compleja. Por supuesto partimos de las definiciones académicas, que también son múltiples y controversiales, pero en cuanto nos introducimos en la realidad variopinta de los países del mundo democrático occidental, nos encontramos con que el concepto “democracia” es diferente entre los países, pero también entre los sectores sociales que los integran.

Una primera aproximación a la complejidad de la democracia y su complejo presente nos indica que su diseño institucional y político hoy resulta ineficaz para atender las demandas de sociedades complejas y volátiles.

Las sociedades adhieren, mayoritariamente, durante las campañas electorales, a los dirigentes que prometen milagros, pero obviamente, esos milagros no se producen cuando triunfan y acceden al poder, con lo que se suman nuevas decepciones con la democracia, hasta la siguiente campaña electoral.

A su vez, los dirigentes que no prometen milagros no tienen chances de ganar elecciones. Por lo tanto, se produce un “abrazo mortal” entre las expectativas de la sociedad y la capacidad de los gobiernos para satisfacerlas.

Los dirigentes aprenden a sortear esta dificultad transformando a las democracias en autocracias. ¿Cuál es la pócima maravillosa que logra esa transformación? La identificación de las masas con el líder. Si se logra esa transformación se logrará que buena parte de la población acepte resignada el milagro de su desarrollo en tanto y en cuanto su líder se convierta en ídolo, haga goles que podamos festejar, aunque eso no resuelva nuestra vida.

Ese tránsito de “la democracia debe satisfacer mis necesidades” a “mi líder sigue ganando y me toca esperar”, se refleja en dos instrumentos necesarios para el análisis político, los indicadores estadísticos y las encuestas. Ambas herramientas son indispensables para el diagnóstico de un estado de situación del ejercicio del poder democrático.

Los indicadores estadísticos reflejan cualicuantitativamente la evolución de situaciones específicas (generalmente dolorosas) de la realidad social y económica. Pobreza, desigualdad, inseguridad, salud, educación, infraestructura, entre otras tantas cuestiones que dependen de las políticas públicas, de la eficiencia y de la transparencia del Estado democrático para generar mejores condiciones de vida a la población.

Las encuestas reflejan lo que perciben los ciudadanos encuestados. El “clima de época” el “estado del humor social” y son imprescindibles para evaluar los comportamientos sociales y la relación entre los dirigentes y la sociedad.

Al funcionamiento de las democracias las medimos con indicadores estadísticos que nos muestran la ineficacia de las políticas públicas para transformar con velocidad las situaciones de desequilibrios y rezagos existentes.

A los dirigentes los medimos con encuestas. Los más exitosos han aprendido la lección y en torno a ellas construyen las autocracias. Están cada vez más desapegados de las buenas políticas públicas, de los esfuerzos por un estado eficiente y transparente, de los contrapesos institucionales y el control de la gestión pública… ¡no lo necesitan! Solo se trata de empatizar; de interpretar adecuadamente la bronca de sociedades insatisfechas y gritarla a viva voz…con eso, por un tiempo alcanza y luego vendrá una nueva camada de irresponsables a repetir el ciclo. Algo así como “dime lo que te duele y lo gritaré por ti, pues mi voz es potente”. Siempre habrá un enemigo a vencer, que puede cambiarse cuantas veces sea necesario. Él será el responsable de tus frustraciones de ayer, de hoy y de siempre.

Los problemas de la democracia están íntimamente relacionados con la desconexión entre las demandas sociales y las respuestas del sistema democrático que debe articular el sistema político. La posibilidad de revertir la situación de ciudadanos que no saben que lo son, o de una ciudadanía que hace prevalecer intereses personales o sectoriales sobre los intereses del conjunto; de dirigentes políticos, sociales y económicos que sostienen o acentúan la falta de formación ciudadana y que actúan defendiendo intereses personales o sectoriales y atentando contra el bien común, permitiría revertir este “abrazo mortal” que se ha venido produciendo deteriorando y asfixiando a la democracia, a sus valores y a sus instituciones.

Contra viento y marea, subsisten núcleos importantes de ciudadanos, dirigentes de la sociedad civil y de la política que no bajan los brazos. Aquellos que saben que las sociedades que avanzan lo hacen en torno a acuerdos fundacionales de sus dirigentes, con planes y políticas de mediano y largo plazo. Los mismos que estudian indicadores estadísticos y se proponen transformar la realidad, construyendo el momento del fin de las autocracias y el resurgir democrático.

Con ellos va la esperanza de un futuro mejor, con más democracia.

*Jorge Arias* – Consultor político, dirige el Índice de Desarrollo Democrático (IDD-LAT, IDD-MEX, IDD-AR).

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