La verdad y lo verosímil

Hay hábitos o cualidades incorporadas desde mucho tiempo en una persona de manera tal que no dimensiona el esfuerzo que significó adquirirlas. Aprender a leer es una de ellas. Leer no es natural en el sentido de que no se aprende por cercanía con los textos, como sí hablar.  Un niño asimila el habla por convivencia. Tanto tiempo hace que el hombre habla (cientos de miles de años) que desarrolló un circuito cerebral que permite hablar por convivencia con otros. Hoy la neurolingüística tiene respuestas a varios interrogantes acerca del lenguaje y su historia. Sabemos que los sonidos iniciales del hombre fueron aplicados a cosas que lentamente se diferenciaron e identificaron con objetos. Un sonido refería a árbol, cueva, etc. y permitió construir un léxico que, lentamente, fue sofisticándose hasta el uso actual del idioma. Pero no ha pasado el tiempo suficiente como para desarrollar la capacidad cerebral requerida para el aprendizaje natural de la lectura. Una persona aprende a leer sirviéndose de capacidades que el hombre ya tiene incorporadas; por ejemplo, la vista. Cuando un niño diferencia las letras y aprende a combinarlas, las identifica con los sonidos propios, sabe leer. Se puede continuar con este planteo teórico porque es muy interesante; como que las vocales aparecen en el primer mileno antes de Cristo en el griego. Existían en el habla, pero no en la escritura.

En el proceso del desarrollo, el hombre fue refinando el uso de estilos, de técnicas, de recursos para describir la realidad. Así encontramos los diferentes géneros, las diferentes estéticas de escritura y también los distintos niveles de uso del lenguaje. Un teórico de la crítica literaria, Todorov (1939-2017), nos dio algunos tópicos para esclarecer distintas características del género fantástico, maravilloso, etc. Borges era muy crítico con el realismo que pretendía encerrar la realidad en el lenguaje. La realidad desborda el lenguaje, es mucho más rica que la posibilidad de representarla. Pero el realismo y el naturalismo posterior hicieron intentos importantes para alcanzar un alto nivel de representación de la realidad en el texto. Zolá es un buen ejemplo de esto. Todorov nos dice que lo fantástico tiene que hacernos dubitar, dudar, tiene que tener una dimensión narrativa creíble porque de lo contrario entraríamos en lo fantástico.

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Toda esta larga exposición teórica tiene la pretensión de ponernos en situación de distinguir y analizar la diferencia entre lo verdadero y lo verosímil. Lo verdadero (veritas) es lo que algo, la acción, lo que fuera, es. No necesitamos explicar mucho. Los chicos distinguen clarísimamente qué es la verdad. Lo verosímil es lo creíble porque es posible. Lo verosímil se mueve en el mismo nivel de lo verdadero; no es lo fantástico que nos corre de pacto de lectura, nos introduce en otro tipo de relación con el texto. Verosímil es un compuesto de veritas (verdad) y simil (parecido, copia).

La inquietud del hombre por nombrar la realidad es histórica, muchas veces teñida de lo que hoy llamamos ideología. Los textos de épica buscan dar un referente fundacional a una cultura, una sociedad, un país; por ejemplo “La Eneida” de Virgilio. Pero no solo hoy, sino entonces, cuando fue escrita, está implícito un modo de leer el texto, hay un pacto de lectura; no se trata de un engaño. Es una manera de narrar el origen, etc. de una comunidad. Un texto que tiene pretensiones de realista, o un discurso que tiene las mismas pretensiones, intenta referir la realidad con ese discurso. Lo que está siempre referido es la realidad. Se habla de cosas que son, que existen objetivamente. Decir vamos a realizar una obra es verdadero y verosímil. La trayectoria de una conducta lo hace creíble al anuncio. Y se convierte en verdadero cuando la obra se completa, se realiza.

Verosímil es un discurso (oral o escrito), un enunciado, que tiene los elementos de lo real, que es compatible con la realidad, pero, como lo indica la palabra, es un parecido con la realidad, es un juego especular que no se concreta en los hechos, que no se plasma de modo tangible. Prometer millones de vacunas es verosímil. Cuando se anunció que llegarían en diciembre suficientes vacunas para iniciar la inmunización del personal de la salud, fue verosímil, pero el tiempo nos mostró que no fue verdadero. Cuando el presidente se autoconstruye como hombre de diálogo es verosímil; el tiempo nos mostró que no es verdadero. Lo verosímil se parece al plano de una casa. Cuando se hace el proyecto en el papel, todo cierra: no hay manchas de humedad, no hay errores de espacio, no hay fisuras en las paredes, etc. En el plano, en la mente del que diseña, no hay condicionamientos. Todo es posible. Sabemos las dificultades que ofrece la concreción de los proyectos.

La mentira misma tiene que tener rasgos de verosimilitud, de lo contrario no puede prosperar. Lo verosímil extrae los datos del mundo de lo real y crea sus propios contenidos. Es verosímil que el rapero L-Gante obtuviera su primera notebook por el plan del gobierno de Fernández de Kirchner, pero no es verdad, según confesó el referido. Y así con infinidad de episodios de nuestra historia reciente y no tanto. La dinámica de la verosimilitud es doble, como el origen de la palabra: parecerse a la verdad; tiene referencias objetivas, pero prescinde de su constatación. Es como un juego especular, como un entretenimiento mental. Y a mayor soberbia e impunidad del que la anuncia, mayor espacio tendrá la verosimilitud en detrimento de la verdad. Una novela cualquiera que leamos se funda en lo verosímil de su argumento para establecer ese contrato de lectura necesario para ser comprensible por quien lee. Pero no pretende hacernos creer que es verdad lo que narra. Un político que explica de manera incomprensible, oscura, rebuscada, cómo hizo su dinero, pretende ser verosímil -nunca diría que murió un tío en Italia, Dinamarca o donde fuera y heredó-; dirá que es una abogada exitosa, o que le alquilaban sus hoteles (luego supimos que los que pernoctaban en ellos debían hacer 6oo kilómetros por día) con lo que hizo su fortuna. Todos conocemos varios ejemplos de este tipo. Y a medida que el desparpajo y la impunidad aumenta a niveles tóxicos, se independizan de cualquier rasgo de verosimilitud. Como si ya ni siquiera les interesara guardar las formas de honestidad. Los cuadernos nombran a quiénes pagaban coimas, cómo las pagaban y en qué lugar lo hacían. Pero la negación de lo evidente corta cualquier posibilidad de diálogo. Es como pararse en medio de la 9 de Julio y preguntarle a alguien si ve el obelisco y le responde que no hay nada. En cualquier diálogo normal, la evidencia es un argumento incontrastable.

Resulta muy complejo construir una sociedad vivible si no nos ponemos de acuerdo en decirnos la verdad. Recordemos el INDEC, fue este mismo gobierno en otra versión; la inflación, es una mentira que rompe el contrato social del valor de la moneda. Llamar antipatria al opositor, odiadores, burgueses indiferentes a las necesidades por la pandemia. Porteños responsables de los contagios. Y tantos más.

Un gobernante debe ser principio de unidad. No es lo que estamos viviendo.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)

Publicado originalmente en elpucara.com