“El masón propone con todos sus medios a difundir las ideas de tolerancia y libertad y hacerlas triunfar en la dirección del Estado, por los medios legítimos, a fin de que reine la paz en la tierra, y los pueblos sean libres y felices”.
Domingo Faustino Sarmiento
Con motivo de la celebración del día del maestro me gustaría destacar este aspecto poco estudiado de la vida de Domingo Faustino Sarmiento.
El “padre del aula” se destacó por ser autodidacta. Su formación académica se debió principalmente a la lectura de obras que iba consiguiendo y leyendo como podía (cursó la primaria en una de las “escuelas de la patria”). Obviamente, nos debemos situar en un San Juan de mediados del siglo XIX donde la oferta educativa era muy limitada y estaba reservada para la elite provinciana de la época. Según relata en sus memorias, Sarmiento leía los clásicos griegos y romanos mientras vendía azúcar y yerba en la tienda de su tía. Siendo adolescente se incorpora al ejército del Gral. Paz para luchar contra la invasión de los montoneros de Facundo Quiroga. Ingresa en la masonería en la Logia Unión Fraternal de Chile en 1854, mientras se encontraba en el país trasandino. En Buenos Aires funda la Logia Unión del Plata N°1 (1855). La formación de otras logias como confraternidad Argentina N°2; Consuelo del Infortunio N°3; Tolerancia N°4; Regeneración N°5; Lealtad N°6; y Constancia N°7 darán lugar a la fundación del Supremo Consejo y Gran Oriente para la República Argentina que presidió el Dr. José Roque Pérez.
Se podría decir que la masonería fue una de las pocas instituciones en la que Sarmiento tuvo una formación “académica”. En 1868, mientras estaba en EE.UU., es electo presidente de la república. El 29 de septiembre de ese año se lleva adelante un banquete masónico donde el presidente electo pronuncia su célebre discurso en el cual anuncia que dejaría la masonería para poder desempeñarse como presidente. Aquí transcribo alguno de los fragmentos más importantes: “Llamado por el voto de los pueblos a desempeñar la primera magistratura de una república, que es por mayoría de culto católico, necesito tranquilizar a los timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias religiosas (…) Declaro, además, que habiendo sido elevado a los más altos grados conjuntamente con mis hermanos los generales Mitre y Urquiza, por el voto unánime del Consejo de Venerables Hermanos, si tales designios se ocultan, aún a los más altos grados de la masonería, esta es la ocasión de manifestar que, o hemos sido engañados miserablemente, o no existen tales designios, ni tales propósitos. Y yo afirmo solemnemente, que no existen, porque no han podido existir, porque los desmiente la composición misma de esta grande y universal confraternidad (…) los masones profesan el amor al prójimo, sin distinción de nacionalidad, de creencias y de gobierno, y practican lo que profesan en toda ocasión y lugar (…) Llamado a desempeñar altas funciones públicas, ningún motivo personal ha de desviarme del cumplimiento de los deberes que me son impuestos”
Con estas palabras, Sarmiento dejaba momentáneamente la actividad masónica para que las personas no relacionaran sus acciones de gobierno y su condición de masón. Durante su presidencia, tuvo que hacer frente a dos grandes epidemias: la del cólera en 1868 y la fiebre amarilla en 1871. En ellas, se nutrió de célebres masones para organizar la asistencia a los enfermos enmarcada en la Comisión Popular de Salubridad Pública presidida por el Dr. José Roque Pérez, quien luego moriría de fiebre amarilla. Una vez finalizado su mandato, Sarmiento se afilia a la logia Obediencia de la ley N° 3 y en 1882 es electo Gran Maestre de la Masonería Argentina. El cargo de Pro Gran Maestre es desempeñado por Leandro Alem. Por problemas de salud Sarmiento renuncia al cargo en 1883 y se traslada a Paraguay donde muere el 11 de septiembre de 1888.
Por Mariano José Visoso – Profesor de Historia y Lic. En Gestión Educativa – Consejero Escolar de Juntos por el Cambio Tigre