La pelota al compañero

“Es como ver a Fred Astaire, parece tan fácil”, dice el personaje de Ricardo Darin en El hijo de la novia.

Parecido a lo que siento cuando veo esa zurda tocando la pelota en el aire para cambiarle el palo al arquero italiano y que entre rozando el poste izquierdo. Parece tan fácil.

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Debe ser tan fácil como hacer jueguito con una pelota de golf, una naranja o una tapita de Coca Cola.

Quién no lo hizo alguna vez?

Hay momentos en la vida que uno los guarda en la memoria a fuego. Uno puede saber qué estaba haciendo, dónde y con quién estaba. Como el momento en el que me enteré de la explosión del Challenger, cuando una compañera de trabajo me contó que un avión había chocado con una de las torres gemelas, en la reunión que estaba cuando Francisco fue consagrado Papa y hoy, el día que para muchos Pelusa emprende su viaje a la inmortalidad.

Pero también me acuerdo cuando el Gordo, que en ese momento no estaba tan gordo, hizo llorar a nuestro Gordo. Mi tío y padrino estaba sentado en la punta de una larga mesa, tenía más de 40 años y otros tantos 40 kilos de sobrepeso. Por eso era el Gordo.

Difícil olvidar a tu tío, adulto, gordo y simpático, llorando. Más aún cuando su llanto tenía como fuente un gol. Un simple gol. Claro que no tenía la edad suficiente como para darme cuenta que también estaba siendo testigo de la jugada de todos los tiempos, de una corrida memorable del genio del futbol mundial, el nacimiento de Barrilete Cósmico, que hasta el día de hoy seguimos sin saber “de qué planeta viniste”.

Parece tan fácil.

Le pones el relato de Victor Hugo y lo rematamos con Valeria Lynch cantando Me das cada día más.

Es arte. Juro que es arte.

Pareciera como que lo tuvo todo planeado. No bastaba con demostrar la argentinidad al palo, había que hacer más.

Ahí vamos. Un gol como se puede, como en el potrero de Villa Fiorito. Si pasa, pasa. Si no se dan cuenta, pasa.

Ciento catorce mil espectadores, un árbitro, dos jueces de línea, un cuarto arbitro; once ingleses dentro de la cancha y 14 en el banco más el cuerpo técnico; más de 50 cámaras, 34 años después y todavía no alcanzamos a ver del todo la mano de Dios que empuja la pelota por encima de la cabeza y entre las manos de Shilton.

Con el mayor de los respetos su señoría, en caso de duda, sólo se puede estar a favor del acusado y no me vengan con que a confesión de parte relevo de prueba, esa causa prescribió y pasó en autoridad de cosa juzgada. Caso cerrado.

Pero como dije, pareciera que lo tenía planeado. Para ganarle a los ingleses, para que quedara para siempre “el que no salta es un inglés”, para sentir por un ínfimo instante que nos cobrábamos revancha por el Gaucho Rivero, las Malvinas y los héroes del Belgrano, había que hacerlo bien. Había que marcarlo a fuego, para que nunca nadie se olvide.

Había que hacerlo bello, hacerlo con elegancia y arte, con técnica, con pasión, con sacrificio, esquivando los aprietes, las patadas, corriendo más rápido que el viento, haciendo la pausa justa, amagando, flotando, con un toque suave, acariciando la pelota, apenas empujándola porque la pelota no se mancha, acompañándola con la mirada desde el suelo hasta que finalmente toca la red.

In your face.

Por un momento nos sentimos en la gloria, el más hermoso de los goles en un Mundial de futbol justamente a los que habían inventado el futbol.

Nos regaló una copa del mundo, para honrar la que ya habíamos ganado durante la dictadura militar.

Para semejante regalo encontró un hueco dónde sólo él podría haberlo visto, una asistencia increíble. El Burru que no llegaba nunca al área, una corrida interminable, esos treinta metros tardaban más que el partido entero en transcurrir. Qué digo el partido, todo el mundial y el del ´82 también, con el tobillo roto y todo.

Un pase entre dos alemanes, en la mitad de la cancha, rodeado de otros tres, empatando en dos tantos luego de ir ganando por 2 a 0. Más frío que los teutones y más aguerrido al mismo tiempo.

Parece tan fácil.

Fuimos campeones. Somos campeones, porque nunca más hubo, ni habrá una Héroes como la película que vimos en el Cine Monumental en el ‘86.

Y un día también lloré. Soy de los que le costó salir de la cama al otro día que nos cortaran las piernas.

Quería otra revancha. Quería robarles a los alemanes la copa que nos robaron en Italia, porque no había sido suficiente haber encontrado otro espacio para que con el Pájaro elimináramos a Brasil en una copa del mundo.

Nos sentíamos poderosos gritándole los goles en primer plano a una cámara para que esa imagen diera la vuelta al mundo. A eso habíamos ido y veíamos la gloria tan cerca nuevamente.

Queríamos volver a tocar el cielo con las manos, porque creíamos que lo merecíamos. Porque teníamos a Dios con la 10 en la espalda de la celeste y blanca.

Pero una enfermera simpática, de cachetes colorados y esa maldita efedrina…

Parecía tan fácil.

Dios, nuestro D10s era invencible y de repente se terminó. Todo terminó. Aquella vez, como este mediodía. Todo terminó.

A partir de hoy prometo no juzgarte por lo que hiciste con tu persona, sólo quiero agradecerte eternamente por lo que tantas veces hiciste con la mía.

Hasta siempre D10s, Diego, Diegol, Diegote, Pelusa, Gordo, Barrilete Cósmico….

Por Juan Maria Furnari