La nueva derecha y el antisemitismo

Por Sebastián Plut (*)

“Hay una internacional del sufrimiento
que viene al hombre por mano del hombre”
León Rozitchner

brickel

Decir nueva derecha es un exceso del lenguaje a través del cual la misma derecha pervierte la relación con los significantes. Es que más allá de algunos giros verbales o del uso de plataformas tecnológicas la derecha exhibe el fondo rancio de siempre. De modo similar, el antisemitismo pervive con otros revestimientos, silenciado por conveniencia o bajo un simulacro que no resiste mínimas preguntas.

A medida que fui creciendo, sobre todo en la adolescencia, entendí que, en Argentina, derecha y antisemitismo eran sinónimos. Con el tiempo aprendí que esa era la experiencia histórica en el mundo.

Llamativamente, la alianza internacional de las derechas hoy ostenta una defensa cerrada del Estado de Israel y de los judíos, aunque nuestra tesis es que esa defensa no es genuina y no dará lugar a que sucumba el antisemitismo, más bien todo lo contrario: esa ficción de filosemitismo, que encubre el programa racista, xenófobo y segregacionista, – tarde o temprano- volverá a manifestar lo que siempre fue: la identidad radical entre derecha y antisemitismo.

En todo caso, en lugar de estar ubicados en la posición de objeto de un desprecio explícito, los judíos transitoriamente somos el instrumento de quienes atacan las democracias y los derechos. Se trata de un antisemitismo disfrazado desde el cual retornarán las ofensas más dolorosas. Más aun, quizás los judíos seamos despojados de nuestra verdad histórica y ya no podamos defendernos ni siquiera desde la memoria de ese lugar.

Esta discusión hoy está influida por el conflicto palestino-israelí. Y antes que cualquier otra perspectiva me inscribo en la tradición expuesta por Freud (1): “la principal razón por la cual nos sublevamos contra la guerra es que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque nos vemos precisados a serlo por razones orgánicas. Después nos resultará fácil justificar nuestra actitud mediante argumentos… La nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir”.

Los argumentos pasan a segundo plano y cada quien por razones afectivas e intelectuales estará a favor o en contra de uno u otro de los contendientes. En todo caso, también adhiero a la mirada de Amos Oz: “No es una lucha entre el bien y el mal, más bien lo considero una tragedia en el sentido más antiguo y preciso del término: un choque entre derecho y derecho”. Desde luego, esta posición no impide condenar ya sea las desmesuras de lo que nunca debería hacer el gobierno de Israel, ya sea, la extinción de los judíos que pretende el fundamentalismo de Hamas y de Hezbolá.

Sin embargo, dos límites acotan la reflexión: por un lado, la historia del conflicto es más larga de lo que cualquier conocedor ocasional puede abarcar. Se superponen siglos de pugnas religiosas, geopolíticas, culturales y territoriales. Por otro lado, las pasiones se encienden y la conversación se puebla de gritos, acusaciones, ofensas, censuras y declamaciones superficiales.

En todo caso, para el examen que hago aquí, la acelerada emergencia de todas esas pasiones resulta un analizador más claro para pensar la psicología social, que cualquier análisis parcial del conflicto en Medio Oriente. Reitero, mi propósito es analizar el antisemitismo intrínseco a las derechas tras los velos y eufemismos que hoy lo encubren.

Escribo contra el antisemitismo porque aunque Milei se disfrace de judío nos espanta el acto de los libertarios autodenominados “Las fuerzas del cielo”. Un acto con reminiscencias de Mussolini, que nos espanta por su propósito, su estética, sus referencias discursivas y su autodescripción como “brazo armado de Javier Milei”.

Es oportuno un texto, del 5/05/24 en la red X, de Rocco Carbone: “Antisemitismo. El cosplaying es un acto de ficción. Propone disfrazarse de algo que no se es para constituirse en espectáculo para quien mira. Al mismo tiempo es un acto de encubrimiento de lo que (no) se es. Cuando se lo transfiere de la esfera creativa a la política abandona su condición ficcional y asume un tinte perverso. Tiende a convencer a otro que te mire por lo que no sos, que te acepte y sostenga por algo que no sos. Lemoine [diputada libertaria] se disfrazó de diputada y es sostenida como tal, pero cada vez que habla muestra que no lo es. Homólogamente, ir al muro de los lamentos, ponerse kipá y disfrazarse de judío es un acto de encubrimiento de antisemitismo”.

Si hay un antisemitismo que continúa igual (aunque por momentos silenciado), hay otro antisemitismo, como dice Carbone, que devino en simulación de lo que (no) se es.

No mencioné a quienes objetan a Israel por la guerra pues no me sumo a los que tachan de antisemita a todo el que exponga esos cuestionamientos. En efecto, parte de esas críticas se enfocan en la relación de Israel con EE.UU. y no en la identidad judía. No desconozco, no obstante, que muchos disfrazan su antisemitismo de antisionismo, y hay un dato contundente: de todas las tragedias humanitarias en el mundo, ponen el acento exclusivamente en Gaza. Estos, rápidamente homologan términos y da lo mismo hablar de gobierno israelí, sionismo y judíos. En todo caso, les recuerdo las palabras de Amos OZ: “Pero en su época toda Europa estaba cubierta con la pintada: «¡Judíos, a Palestina!». Cuando de nuevo viajaron por Europa muchísimas décadas después, la encontraron cubierta con la pintada: «¡Judíos, fuera de Palestina!»”.

Un ejemplo notable ocurre si un judío -como en el caso de Briski- llama la atención sobre el gobierno de Israel en la guerra con Hamas: en lugar del debate lo insultan y, más grave, pretenden negarle su condición judía. No hay matices, argumentos, ni preguntas. Lo denigran, lo marcan como traidor y, como la Inquisición con los marranos, le deniegan su condición de origen, solo por pensar diferente. Una vez más, Amos Oz: “traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia. Es dura la elección entre convertirse en un fanático o convertirse en un traidor… La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral”.

La tergiversación es de tal magnitud que la derecha invisibiliza su antisemitismo y acusa de antisemita a quien no lo es. Es una operación discursiva compleja cuyos desenlaces serán dolorosos. La pregunta es: qué encubre y hacia dónde conduce que la derecha exagere su defensa de Israel y que acuse de antisemitas a muchísimos que no lo son. ¿En qué lugar instrumental, para uso y desecho, están colocando a los judíos?

Los libertarios denominan “zurdos” o “comunistas” a todo el que no piense idéntico a ellos y, entonces, recordamos que los judíos también fueron calificados de comunistas como forma de insultarlos. Si llaman zurdo a quien no lo es, ¿por qué deberíamos creer en que se autoperciban filosemitas?

En dos textos sobre el nazismo, Borges (2), con su singular estilo, describió el horror de esos años en Alemania. En el primero cita una frase de un libro para niños: “El alemán es un hombre altivo que sabe trabajar y pelear. Por lo mismo que es tan hermoso y tan emprendedor, lo aborrece el judío”. Si reemplazamos “alemán” por “argentino de bien” y “judío” por “kuka”, ¿no estamos ante la misma estructura que escuchamos en el discurso de los libertarios?

En el otro texto, Borges describe “la abolición de todos los procesos intelectuales” y a los “apologistas que el infatigable azar me depara, por calles y por casas de Buenos Aires”. Luego agrega: “Las interjecciones han usurpado la función de los razonamientos”. Y culmina: “pienso en los imitadores autóctonos, en los Ubermenschen (3) caseros, que el inexorable azar nos depararía”. Nada que agregar.

En su libro sobre la modernidad judía Traverso dice que luego del Holocausto el desprecio hacia los judíos fue sustituido por el sentimiento de culpa: “Los judíos suscitaban la simpatía de los países europeos, culpables de haber asistido impotentes a su exterminio por el nazismo, cuando no de haber colaborado activamente en este”. Aquel sentimiento de culpa se siente dudoso si se trata de imaginar el presunto fin del antisemitismo, si aquella simpatía es, apenas, una formación reactiva contra el profundo sentimiento de culpa.

A su vez, la insistencia en la hostilidad de grupos fundamentalistas hacia los judíos, ¿no opera como una proyección (y un fogoneo indirecto) del antiguo odio hacia los judíos? De hecho, Traverso agrega: “las elites occidentales decidieron, sin pensarlo dos veces, hacer pagar a los árabes el precio de los crímenes perpetrados en Europa contra los judíos por el nazismo”. Podemos imaginar un pensamiento que rezaría lo siguiente: “Ya que aun está relativamente cerca el recuerdo del Holocausto, ¿por qué no insistir y enfatizar que hay otros que los odian?” Todo ello nos recuerda lo que Freud denominaba fantasía deseo incumplida: asumir sacrificialmente una culpa es un intento de encubrir un deseo.

Para finalizar, hay algo que escuché decir a varios libertarios si se los acusa de nazis. En más o en menos, su argumento es el siguiente: “¿Cómo vamos a ser nacional-socialistas si nosotros combatimos el socialismo?” Más allá de que los nazis no tenían un ápice de izquierda, ¿no es notable que lo que les cuestionan sea, únicamente, el presunto socialismo? No muy diferente es escucharlos repetir que el liberalismo está “basado en el principio de no agresión”, pero no demoran un segundo en gritar que “a los zurdos de mierda lo mínimo que hay que hacer es insultarlos”. En síntesis, la mentira del actual filosemitismo no es más que el preámbulo de la violencia y la agonía.

Notas

(1) Carta a Einstein de septiembre de 1932.

(2) “Una pedagogía del odio” (1937) y “La guerra, ensayo de imparcialidad” (1939).

(3) Superhombres.

(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista.