Todas las fuerzas políticas tradicionales de nuestro país, e incluso las principales corrientes historiográficas, se desviven en elogios a la figura de Manuel Belgrano.
Belgrano es enaltecido por la derecha y el mitrismo, que lo ha encumbrado como el primer prócer de la historiografía liberal. Pero también enaltecen acríticamente la figura de Belgrano la tendencia revisionista y los historiadores más “aggiornados” vinculados al kirchnerismo.
La mismísima Cristina Fernández ha dicho en varias oportunidades que Belgrano es su prócer preferido y el presidente Alberto Fernández acaba de anunciar en Salta el retorno de Belgrano a los billetes argentinos. Es claro que, de parte de las fuerzas tradicionales de nuestro país, existe un ocultamiento deliberado del papel de Manuel Belgrano en el nacimiento de lo que luego pasará a llamarse Argentina.
Es incuestionable que la orientación política de Belgrano está marcada por sus dos viajes a Europa. En su primer viaje, de 1786 a 1793, Belgrano fue claramente influenciado por los ideales liberales de la Gran Revolución Francesa de 1789. Desde esa concepción, antes de la Revolución de Mayo, Belgrano polemizó contra el monopolio comercial español, rechazó subordinarse a las autoridades inglesas en la primera invasión y las enfrentó, como parte del regimiento de Patricios, durante la segunda invasión. Siendo integrante de la Primera Junta encumbrada por la Revolución de Mayo, Belgrano encabezó la expedición al Paraguay, con el objetivo de impulsar el movimiento revolucionario en todo el Virreinato. Más tarde, al mando del Ejército del Norte, comandó el éxodo jujeño y lideró importantes triunfos contra los ejércitos realistas en las batallas de 1812 en Tucumán y en 1813 en Salta.
Pero el segundo viaje de Belgrano a Europa, de 1814 a 1815, marcó su viraje conservador. Belgrano volvió buscando poner fin a la revolución y avanzar en la instauración del orden. Esta orientación chocaba con un nuevo alza revolucionario que se desarrollaba en las Provincias Unidas. De hecho, Alvear debía renunciar asediado por una rebelión en la propia Buenos Aires. En la Banda Oriental, liderada por Artigas, se había desarrollado una importante reforma agraria que había afectado los intereses de numerosos terratenientes porteños. Varias provincias, junto a la Banda Oriental, realizaban en 1815 el primer congreso de los Pueblos Libres, con un programa republicano y federal.
Contra estas tendencias se volcó Belgrano luego de su regreso de Europa. El Congreso de Tucumán de 1816, donde Belgrano fue el encargado de brindar el informe político, emitió en agosto un manifiesto titulado “Fin de la revolución, principio al orden”. No solo eso, Belgrano fue participe de la conspiración con la monarquía de Río de Janeiro para que invadan la Banda Oriental y acabar con el artiguismo. Incluso, desde fines de 1816, Belgrano se involucró directamente en la represión a los federales. La “clausura de la Revolución”, como señalan Christian Rath y Andrés Roldan en La Revolución Clausurada, sentó las bases del país semicolonial que es hoy la Argentina.
La reivindicación del “Día de la Bandera” que realizan todos y cada uno de los gobiernos, sean “nacionales y populares” o derechistas, se hace sin un balance crítico del papel de Manuel Belgrano y sin un verdadero ejercicio de la soberanía nacional, porque todos perpetúan el sometimiento semicolonial de la Argentina a las potencias imperialistas, como lo revela el ajuste que se lleva a cabo por cuenta y orden del FMI.
Por Pablo Giachello, dirigente del Partido Obrero en el FIT-U