Cuando Ho Van Lang volvió a la civilización, después de más de cuarenta años de aislamiento en la selva, no conocía la existencia de las mujeres. En el año 1972 una bomba había matado a su madre y a dos de sus hermanos. Su padre, corrido por el miedo, decidió aislarse en la selva vietnamita, dejando a su hijo menor, Tri, al cuidado de un tío. Esta información singular nos la cuenta el diario La Nación el 9 de junio último. Inmediatamente, al leerla, recordé una historia que nos narra Boccaccio (1313-1375) al comienzo de la cuarta jornada en “El Decamerón”; texto publicado en 1349, y de recomendada lectura.
Allí nos cuenta una historia que, a su vez, venía de una tradición previa, un episodio con características similares. Un tal Filippo Balducci al morir su esposa, decide tomar a su hijo único y partir a vivir en aislamiento total en una cueva en las cercanías de Florencia. Su reclusión fue el resultado del dolor por la pérdida irreparable de su esposa. Su hijo de tres años partió con él y creció en el ostracismo impuesto por el padre. Cuando el niño devino muchacho, a los 18 años, le propuso al padre acompañarlo en sus esporádicas visitas a Florencia con la misión de procurarse lo necesario para vivir. Los sensatos e inocentes argumentos presentados al padre por el muchacho, le parecieron razonables a éste y, finalmente, accedió a ser acompañado por el hijo. Durante la visita a la ciudad, el muchacho inquiría al padre por las diferentes cosas que se cruzaban en el camino: palacios, mercaderes, etc. Pero también cruzaron a un grupo de muchachas jóvenes y engalanadas que venían de una boda. Qué es esto, preguntó al padre. Y al no quererlas llamar por el nombre de mujeres, le dijo que bajara la vista porque se trataba de cosas malas, y que se llamaban gansas. El joven inmediatamente le reclamó al padre su voluntad de tener una de esas gansas; “porque si las cosas malas son así, las prefiero a los ángeles de los que siempre me has hablado”. Sintió el padre que la naturaleza tiene más fuerza que el ingenio.
Entre ambos casos narrados se da la coincidencia curiosa del desconocimiento de la mujer. Esto quiere decir, entre otras cosas, que desconocían la mitad de la realidad humana.
Ahora, el desconocer puede tener razones involuntarias o no. Además, si es voluntaria hay una decisión de ignorancia. No se quiere conocer tal cosa porque producirá dolor o por conveniencia de otro tipo; un ejemplo de esto es desligar responsabilidades u oportunismo de circunstancia. Pero en tanto decisión, está tomada: no se quiere saber.
A medida que crecen las responsabilidades sobre terceros aumenta el inexcusable compromiso de tener la información necesaria para brindar los cuidados y las obligaciones hacia esos terceros involucrados. De lo contrario no solo es tratar como niños a los que se debe una explicación sino, siguiendo la conclusión del análisis de Balducci, a la misma naturaleza. Y sabemos que se puede engañar algún tiempo a los hombres, solo algún tiempo, pero no a la naturaleza. Ésta se la cobra siempre (no tenemos más que mirar el desorden resultante del descuido del planeta).
Que un presidente –autoreferenciado, persistentemente, como un profesor universitario por treinta años, es decir: alguien acostumbrado a pensar- diga desconocer lo que pasa en Cuba, es tratar a quienes son gobernados por él como idiotas. Hay excusas más inteligentes. Aunque la única respuesta que cabe es decir la verdad que todos conocemos: no puede denunciar las tropelías hacia el pueblo cubano porque no está autorizado a hacerlo. Quien toma las decisiones, a esta altura quién lo duda, no es él, en estos temas al menos. Hace sesenta y dos años y medio que se sabe lo que pasa en Cuba, aunque no haya leído el informe de cancillería del día. Otro tanto en Venezuela. Quién duda que emigrar es costosísimo emocionalmente, socialmente, culturalmente, etc. La cantidad de emigrados de Venezuela por sí mismo es el argumento de la tragedia de ese país. Valga un testimonio personal: tuve a una chica venezolana viviendo en mi casa y un día la vi sacando una foto a una manzana sobre una bandeja; mi intriga me llevó a preguntarle qué hacía; le sacaba una foto para mandarle a su madre. Hacía mucho tiempo que no veía una manzana al alcance de su mano. Pero es más cómodo ignorarlo. En el año 2000 viajaron a la Argentina un grupo de cubanos por un encuentro religioso y se alojaban en casas de familias que los recibían. Una de ellas se hospedó en lo de unos amigos míos y me contó que un día al abrir la heladera, mirando lo que había adentro, dijo en voz alta: ¿qué hago de comer? La cubana a su lado le contestó: jamás en Cuba nos podemos hacer esa pregunta. Todos podemos encontrar ejemplos similares.
Este presidente explicaba en detalle el estado de expansión y consecuencias –en tiempo real- lo que sucedía en Suecia, Alemania, Chile, etc. hablando de la pandemia. Conocía y comparaba lo que pasaba en esos mismos momentos, con cuadros ilustrativos en las filminas tan mentadas, y ¿no sabe lo que pasa en un país cuya “revolución” y los Castro ya lo gobernaban cuando el nació? No. No puede desconocerlo. Puede desconocer, o confundir, las cabezas de ganado bovino existentes en el país, pero no lo que pasa en Cuba o Venezuela (“El problema de los derechos humanos en Venezuela fue desapareciendo”, dijo textualmente). Cabe decir que se está de acuerdo con tal o cual política de derechos humanos o lo que fuera, pero no se puede descalificar al otro tomándolo por tonto, pretendiendo hacer creer que sustenta sólidamente, o justifica argumentativamente, una visión teñida de conveniencia, obediencia o, en el mejor de los casos, ideología.
Desde 1983 la Argentina trazó un destino de respeto a los derechos humanos. El mundo entero reconoció su valor. Fue el gobierno de Alfonsín, y el pueblo que lo acompañó, los que decidieron el Nunca Más. Un activo que nos permite vivir con mayor conciencia de la dignidad de las personas y de los límites de los gobiernos. Lamentablemente parece un activo en retracción. No solo en Cuba, Venezuela, Nicaragua, ahora, sino en provincias nuestras se eternizan gobernadores, como Formosa, con los riesgos que la permanencia en el poder conlleva. Para ingresar a la provincia el gobierno de Insfrán cobra cinco mil pesos por tres hisopados preventivos. Qué poca distancia hay al autoritarismo, primo hermano de la discrecionalidad.
Un viejo axioma de la enseñanza moral sostiene que la verdad tiene tanta fuerza que finalmente se impone. Desplaza a la mentira por peso propio. Balducci lo dice de otro modo: “Sintió que la naturaleza tiene más fuerza que su ingenio; y se arrepintió de haberlo llevado (a su hijo) a Florencia”. Balducci no se arrepintió de haberle mentido, o de no haberle permitido seguir su camino; se arrepintió de la posibilidad que le dio de elegir según su voluntad y deseo. Eso es lo que está pasando en Cuba y en Venezuela. Elegir y construir, como adulto, cada uno, su propio futuro.
Sería demasiado cruel que nuestro destino se asemeje cada vez más al de “nuestros amigos”. El no querer reconocer los atropellos sobre el pueblo de quienes gobiernan esos estados nos pone en ese riesgoso camino.
Por Patricio Di Nucci – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)