La historia de la independencia se escribe a diario

Para quienes hemos tenido el privilegio de conocer la Casa Histórica de la Independencia en San Miguel de Tucumán, es imposible haber transitado sus pasillos o sus salones sin que no se nos muevan las fibras más íntimas de nuestro ser nacional.

Un día como hoy, pero hace 204 años no se trataba sólo de la culminación de un proceso que había comenzado seis años antes el 25 de mayo de 1810, sino todo lo contrario.

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Tampoco era el resultado de uno de sus antecedentes más inmediatos como lo fue la Asamblea del año XIII, momento en el cuál se declaró la soberanía del pueblo de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Entonces, ese 9 de julio de 1806, lejos de ser el principio del fin, no era más que el fin del principio.

Con la Declaración de la Independencia, finalmente lográbamos quitarnos el yugo de la que había sido la potencia económica y militar más grande que había conocido la historia y el imperio en el que en alguna época nunca se ponía el sol.

En definitiva, éramos libres y soberanos.

Pero como dije, eso no se terminaba allí. Luego vendría la gesta libertadora del General José de San Martín, para afianzar a fuerza de acero, caballo, pólvora y sangre lo que los representantes de las provincias unidas habían valientemente proclamado en Tucumán.

Qué difícil ponerse hoy en día, en tiempos de redes sociales y la posibilidad de dar una vuelta completa al mundo en apenas horas, en el lugar de esos diputados que en carro, mula o caballo habían llegado desde los lugares más recónditos del territorio nacional.

Qué difícil resulta entender el sentimiento de libertad que albergaban dentro de su ser y la fuerza movilizadora interior para arriesgar su propia vida tan lejos de sus hogares y familias.

Pero la historia argentina y sobre todo la historia de la consagración de las libertades individuales y el reconocimiento de derechos, nunca fue en nuestra historia un mero trámite administrativo.

La historia de la independencia se continuó escribiendo día a día, año a año.

Luego de la epopeya de Tucumán y la gesta libertadora vinieron las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina de Juan Bautista Alberdi, quien muy probablemente con apenas seis años haya sido testigo directo de la firma del Acta de la Independencia en su San Miguel de Tucumán natal.

Las Bases, como muchos de los que transitamos las aulas de la Facultad de Derecho nos recuerdan al antecedente inmediato del proceso constitucionalista de 1853 y que se perfecciona en 1860 con el afianzamiento de la unión nacional.

El constitucionalista, muy sabiamente atribuyó y consagró libertades a los individuos y obligaciones y límites al Estado.

Es imposible escribir estas palabras sin recordar la cantidad de veces que vi grabada y leí sobre mármol un fragmento del Acta de la Independencia en el Salón de los Pasos Perdidos de mi facultad, flanqueado por dos imponentes esculturas que representan a la justicia y la libertad justamente, valga la redundancia.

Con posterioridad a la organización administrativa de la República, podríamos citar la consagración del voto universal, la conquista de los derechos colectivos en la década del ’50 y el regreso a la democracia de 1983. Sangre, sudor y lágrimas.

En definitiva, el largo camino de la conquista de las libertades recién gateaba en 1816 y nunca detuvo su marcha hasta nuestros días.

A decir verdad, nunca detendrá su marcha. Ni debería.

La historia se escribe día a día. La historia es lo que nuestros próceres hicieron, pero también es lo que dejaron de hacer o ante lo que no claudicaron.

Nuestros nietos y los nietos de ellos analizarán la historia con lo que nosotros hagamos, lo que no permitamos que se haga y, sobre todo, ante lo que no claudiquemos para hacer.

El gran desafío es mantener la pelea por las libertades. El reconocimiento de la libertad lleva intrínseca el respeto al otro, el reconocer al otro como un par, como un semejante.

Reconocer en otro sus propias libertades nos hace más humildes, más humanos, pero por sobre todas las cosas, menos autoritario y arrogante.

La libertad es la capacidad de obrar bajo el designio de nuestra propia voluntad. Es establecer nuestro propio plan de vida.

Para Albert Camus, la única manera de lidiar con un mundo sin libertad es llegar a ser tan absolutamente libre que nuestra misma existencia sea un acto de rebelión.

La historia de la independencia y de las libertades la escribimos todos, todos los días.

En palabras del Padre de la Patria, Libertador de Argentina, Chile y Perú, “seamos libres y lo demás no importa nada”.

Por Juan Maria Furnari – Abogado y Concejal juntos por el Cambio Tigre