La Eterna Vanidad

El libro del Eclesiastés se inicia narrando el comportamiento humano en hombres poco trabajados. Dice en ese libro, capítulo 1 versículos 1 al 3: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”; y continua una enumeración muy simple y de una sensatez abrumadora de los vanos desvelos humanos. Creo que es uno de las debilidades más extendidas entre los hombres.

Muy pocos logran desposeerse de la vanidad y alimentarse de un motor interior que lo vuelve humilde ante los demás. No estoy en ese grupo, aunque desde hace mucho tengo encuadrado ese pasaje bíblico para recordarme qué poco provecho tiene el hombre de su esfuerzo si no se lo vive con humildad y como servicio.

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Tan encastrada está la vanidad en nuestra condición que los dioses griegos –creaciones, objetivaciones por proyección de la inteligencia humana- han lidiado y claudicado ante ella. Hera, esposa de Zeus, fue una diosa vanidosa por demás; no fue la única, por supuesto, pero no perdía la ocasión de hacer valer su condición de cónyuge del padre de los dioses. La guerra de troya fue la consecuencia del rapto de Helena, pero su participación -la de Hera- a favor de los griegos en la guerra fue consecuencia de no haber sido la elegida por Paris como la más hermosa. Tampoco toleraba que Zeus eligiera y encumbrara a Ganímedes (hermano de Ilo –ancestro de Héctor y Paris- y de Capis –ancestro de Eneas), por quien se había visto deslumbrado, que pertenecía a la familia de los troyanos. En Hera la vanidad se convierte en violencia, en cólera y resentimiento. Nos cuenta Ovidio en Las Metamorfosis que una noche en la que el vino había desinhibido al matrimonio divino, discutieron acerca de quién gozaba más en el acto sexual, el hombre o la mujer (Ovidio es el autor latino, de los tres grandes, que narra con mucha picardía situaciones vinculadas a lo sexual, como hará más tarde Boccaccio en El Decamerón. Lo admiraba muchísimo, además). Para zanjar la cuestión llaman al sabio Tiresias que da su fallo a favor de la opinión de Zeus, que sostenía que el placer mayor correspondía a la mujer. Ante la derrota, Hera castiga al adivino Tiresias (el mismo de Edipo rey, de Sófocles) dejándolo ciego.

Pero para no calificar solo a la mujer como vanidosa, también en la mitología griega, Anquises, en una noche de copas con amigos habló de más. Anquises era un pastor y se vio prendado de una mujer que por ahí pasaba; palabra va y viene terminaron la noche juntos. La mujer no le había revelado su identidad, cosa que hizo por la mañana con la promesa de que nunca contara que se había acostado con la misma Afrodita. Esa noche fue concebido Eneas (padre de la latinidad). Pero el alcohol liberó la lengua del antiguo pastor y ante amigos narró lo sucedido. Zeus lo castigó enviando un rayo que Afrodita desvió, aunque alcanzó a lastimar a Anquises que quedó rengo de por vida. Aparecen muchos vasos y mosaicos antiguos en los que se ve a Eneas llevando en hombros a su padre al escapar de Troya. Por qué habló Anquises sino por vanidad. Cuando se tiene mucho poder la vanidad herida puede cerrar puertas, descalificar al prójimo, perder ocasiones de encuentro. La vanidad adquiere una forma singular de egoísmo. Hera se ofende con Paris por no haber sido la elegida en los tres casos que mencioné antes. Anquises quiso ser admirado por sus pares, ante quienes narró lo que consideró su hazaña. Quiso hacer la diferencia. Narciso no tenía ojos para otro que no fuera él mismo (hace algún tiempo escribí una columna en la que referí a la pareja de Eco y Narciso, dos que no pueden salirse de sí mismos. Una porque solo se escucha a sí misma y otro porque solo se mira a sí mismo). La vanidad se alimenta del reconocimiento del otro, de su admiración; y también del engaño de sí mismo.

El espejo nos devuelve la imagen de nosotros mismos que, según la autoestima, puede ser de aceptación, exaltación o resignación.  El vanidoso está orgulloso de su belleza, de su inteligencia, de su posición de poder, de su condición social, de riqueza, de lo que fuera; y quiere hacerlo valer. El vanidoso lo es siempre para otros, aunque comience por él mismo. Una limitante es que se alimenta de la devolución que los demás le hacen de lo que propone; y cuando esa devolución no llega la reclama buscando hacerse notar a los empujones; Ortega describe así al guarango argentino.

El jueves pasado escuché con enorme respeto y emoción las palabras que el renunciante senador Bullrich pronunció para despedirse. Y fuimos muchos los que nos emocionamos, a juzgar por la cantidad de senadores que se secaban los ojos. Luego lo honraron con un cerrado aplauso de pie, todos de pie…o casi todos. Hablando de vanidad, ella no soportó la lección de humildad, de aceptación, de refinamiento que manifiesta su familia, su mujer con solo estar, sin hablar, sin desarrollar ningún acting social. También la clase y la humildad se transmiten con el silencio. Y no creo que sea una cuestión ligada al origen social de alguien. Valga como ejemplo el de una mujer que despierta mi admiración por su refinamiento espiritual, Margarita Barrientos. Una mujer simple, de barrio, fina, delicada.

Pareciera que la oposición reacciona movida por la vanidad, parte de la oposición, los radicales concretamente. La alianza ha ganado las elecciones porque la gente está harta del modo con el que se maneja el poder, con la manera de administrar lo público. No me parece que haya sido por las ideas presentadas por la alianza Cambiemos. Es desilusionante las intrigas que tomaron estado público. No son las preocupaciones que tiene la gente común. Poco importa quién presida el bloque de los radicales en diputados. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que lo que quiere la gente que los votó es que sean una unidad inquebrantable ante las tropelías de un gobierno mentiroso y decadente.

Qué otra razón puede justificar la división, el quiebre del bloque radical en la alianza Cambiemos sino la lucha por espacios de poder, por vanidad, por posicionarse mejor frente al 2023, para el que falta dos años todavía de este desierto en el que estamos. Un 65% de chicos en el país son pobres; ese es el futuro de Argentina; los chicos que no podrán desarrollarse porque les faltarán posibilidades, oportunidades. Personalmente conozco a varios, no pocos, empresarios de distinta envergadura que no están dispuestos a poner un peso en el país hasta que no haya condiciones de previsibilidad razonable. Pero sí han invertido en Uruguay, Chile, Paraguay, España, Brasil, EEUU (tristemente es real, no simbólico). Uno de ellos, amigo de años, me contaba que el proyecto estaba pensado para desarrollarse aquí, pero no, lo llevó afuera; y avanza, avanza y da trabajo a gente de otros países porque le dan garantías, le dan previsibilidad. Cambiar eso es el desafío. Generar condiciones adecuadas para producir trabajo. Dicen (cálculo difícil de hacer) que los argentinos tienen entre 250 y 400 mil millones de dólares fuera del sistema. Crear condiciones para invertir aquí; esos son los desafíos, no quién presidirá el bloque, qué poder de fuego le queda si cede.

Volviendo a Bullrich, el jueves de su renuncia en la Cámara de Senadores y su discurso de conciliación, de tender puentes, de establecer acuerdos, de deponer personalismos, de trabajar aunados en favor de un país más amigable. Creo que el discurso del jueves quedará -o lo deseo- como un modelo de plan a seguir para los que tienen responsabilidades políticas y condiciones morales. No habló partidariamente; habló de las necesidades que tenemos y las posibilidades que nos perdemos si no se trabaja en la búsqueda de consensos. Termino con un pasaje de una conferencia del ya mencionado Ortega y Gasset: “¡Argentinos a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes del brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas y directamente sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales que son egregias, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal” (La Plata, 1939).

Está en nuestras manos.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará