La duda

Esta semana concurrieron reiteradamente en mi pensamiento, casi reiterativamente, la incertidumbre como sistema. No acumular experiencias que permiten la previsión y la estabilidad emocional y colectiva.

Como la duda que nos ocasiona entrar en una habitación y no saber dónde está la llave de luz. O el timbre en la casa de un amigo, tan escondido está que cada vez que alguien va tiene que explicar el lugar en el que se ubica. La incertidumbre es la ignorancia por lo que sigue. Como si cada día una persona tuviera que buscar qué hacer con su vida porque nada está preparado. La certeza es lo que nos permite relajarnos, estar orientados y saber cómo seguirá nuestra vida sin necesidad de resolver lo básico a cada instante. Entonces recordé la novela  Bouvard y Pécuchet.

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Fue la última novela escrita por Flaubert, genial narrador del siglo XIX. Se publicó, inconclusa, al año siguiente de su muerte. Es una novela que le llevó muchos años escribirla, y no por la obsesión con el uso de la palabra exacta, que la tenía, sino por el material que buscaba para su escritura. Flaubert fue un exquisito del lenguaje; alguna vez leí que no era extraño que estuviera un día entero probando el adjetivo que requería el hecho narrativo. De manera que leerlo en su lengua es más difícil que hacerlo con la mayoría de los autores del mismo siglo.

Es, por otro lado, como dato paralelo, la historia de dos personas que cultivan y se confunden en una amistad ingenua, intensa y duradera. No es la única conmovedora referencia de amistades que nos trae la literatura. La de Patroclo y Aquiles y, en nuestro terruño, la de Cruz y Fierro (intensos relatos nos cuentan el dolor de Aquiles y de Fierro a la muerte de sus amigos entrañables). La amistad, como gesto de entrega gratuita y libre, es confianza, es certeza en el afecto, es previsibilidad en los vínculos.  En lenguaje corriente es saber dónde estoy parado.

Bouvard y Pécuchet tienen como rasgo perdurable su amistad; en el resto son eternos principiantes. La crítica atribuye a la novela un sarcástico análisis de la sociedad de su tiempo y la pretensión de dar cuenta de todo. Estos dos amigos incursionan en las más diversas disciplinas de la ciencia, la filosofía, la religión, oficios diversos. Permanentemente están comenzando algo nuevo creyendo encontrar la piedra basal y el sentido último de sus existencias. Al tiempo, por una razón u otra tuercen el camino y marchan tras otro destino con el mismo compromiso, dedicación y entusiasmo que la propuesta anterior ya desechada.

Podríamos decir que viven, que la herencia recibida por uno de ellos les permite continuar con sus vidas, pero solo eso; nada más. No innovan, no cambian su entorno y nunca son expertos en nada de los muchos intentos que hicieron buscando respuestas. Como en un comportamiento circular, siempre están volviendo al comienzo.

¿Cuándo comenzó la discontinuidad argentina? ¿Cuándo dejamos de ser un gran país para convertirnos en un caso desahuciado? ¿Habrá sido el primer golpe del 30? ¿Habrá sido el peronismo que estimuló un populismo innecesario? Hasta 1943, con sus más y sus menos, el país era atractivo. Que fuera un país de aristocracias ganaderas no impedía que miles de inmigrantes progresaran hasta alcanzar un desarrollo económico y social que los reubicaba como una nueva clase, prometedora y progresista. Lentamente comenzó su decadencia.  En el juego político argentino pareciera que cada gobierno está llamado a ser fundacional. Desde 1983 a la fecha, los gobiernos de los diferentes signos, no han creado condiciones sólidas para el desarrollo sostenido. Cada gobierno justifica su fracaso por la herencia recibida. Se supone que si pretenden el cargo saben con qué se encuentran y cómo resolver los problemas que existen. Pero no; la incapacidad se justifica por los impedimentos heredados.

En 1868 Sarmiento asume la presidencia de un país invertebrado, como describe a España Ortega y Gasset; no había escuelas, ni maestros, ni organismos básicos para la administración del Estado y, además, la peste. Sí, también se encontró con una peste: la fiebre amarilla, que diezmó familias y movilizó a las clases acomodadas del sur al norte de la ciudad. El cuadro de Blanes muestra a Manuel Argerich y Roque Pérez ante la muerte provocada por la epidemia (ambos morirían poco después de ese día que inmortaliza el cuadro, víctimas también de la misma enfermedad). Pero Sarmiento es recordado como uno de los presidentes notables, de los pocos presidentes que tuvieron un proyecto de país. Sabía adónde quería llevar el país.

La característica que mejor sintetiza al gobierno actual es la improvisación, el comenzar todo el tiempo, a lo Bouvard y Pécuchet. Se dice una cosa y enseguida otro miembro del mismo gobierno puede decir lo contrario. O tomar una decisión y cambiarla por los efectos inesperados que produce. Recuerdo al presidente Fernández justificar su cambio respecto a la expropiación de la cerealera Vicentín, al decir que esperó que la gente se pusiera contenta, que lo había sorprendido su reacción. Se supone que las decisiones se toman porque son las mejores y no porque son las esperadas. O la contradicción en la que incurrió en la misma oración: “No estoy de acuerdo con las expropiaciones, pero Grabois tiene razón (respecto a la expropiación, justamente, para hacer unidades productivas)”. Todos los días se contradice; no tiene ninguna credibilidad. Se puede sostener una posición e inmediatamente la contraria, sin razones ni justificación que medie. Es así. Simplemente es así. No vale la pena hacer hincapié en la hipocresía que acompañó la vida en la Quinta de Olivos durante la pandemia. Hasta hace muy poco tiempo decía no creer en los planes económicos, ahora habla de un plan plurianual, que abarcará hasta 2030. De no creer en los planes a trazar uno que comprometerá lo que resta de su gobierno, todo el que comience en 2023 y el 75 por ciento del que siga a ese.

Los políticos viven su mundo, pareciera que de candidez, si no urgiera tomar decisiones que cambien el rumbo en el que estamos, por la salud de las instituciones del país, el trabajo de la gente, la paz social, el proyecto al que iremos como comunidad política.

Necesitamos que hablen; simplemente que hablen entre sí, que se pongan de acuerdo en cuestiones básicas. En cambio, están peleados el presidente con la vicepresidente; se recelan entre todos, se desconfían; ahora están peleándose los radicales entre ellos; Juntos está disputando quién liderará el bloque, quién se perfila para el 2023. En el medio la gente que muere absurdamente por homicidios resultantes de la inseguridad; gente que no tiene trabajo, o inestabilidad laboral, o gana insuficientemente (aunque trabaje).

Estos días está retirándose Angela Merkel del gobierno alemán después de dieciséis años. Tal vez la única estadista con la que cuenta el mundo. Siempre prudente, siempre clara, siempre democrática, siempre sensata. No pretendo para mi país tanto; ojalá la tuviéramos, pero a esta altura de mi vida me conformaría con líderes que priorizaran lo mejor entre las opciones posibles; que sean veraces, que respeten las instituciones, que vivan el poder como servicio, que no roben (qué hombre honesto fue Elpidio González, vice de Alvear. Después de dejar su puesto político volvió a vivir de la venta de anilinas Colibrí por las calles de Buenos Aires. Y pertenecía a la misma especie que A. Boudou). Que no sean hipócritas. Que al dejar el gobierno puedan caminar libremente por la calle porque se ganaron el respeto de la gente. Solo eso pido, no es poco, pero impostergable.

Por Patricio Di Nucci  – Licenciado en Teología (UCA) – Licenciado en Letras (UBA)
Publicado originalmente en El Pucará