La creatividad maligna de Milei

Por Sebastián Plut (*)

I. Desde Freud en adelante sabemos que la convivencia social, trazada por la política, encuentra en la ideología solo uno de sus factores determinantes. Por ello sostenemos que lo personal es político y por eso avanzamos en la comprensión de la subjetividad como una variable compleja y heterogénea. En efecto, cuando tratamos de entender el conflicto social únicamente desde la perspectiva ideológica nos enfrentamos a dos riesgos: extender el concepto hasta volverlo sumamente difuso, impreciso, o bien reducir y simplificar en extremo lo que podemos dilucidar.

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De hecho, hace tiempo advertí que los estudios sobre la subjetividad popular van a la zaga respecto del análisis de la subjetividad neoliberal y, posiblemente, esa parcial omisión explique parte de nuestro actual desconcierto.

Algo similar nos ocurrirá si nos limitamos a la crítica del modelo económico que hoy se pronuncia desde el discurso de Javier Milei. Esto es, no resultará suficiente expresar nuestro desacuerdo, ya sea para razonar sobre los niveles de adhesión que todavía concita, ya sea para debatir con quienes lo apoyan simultáneamente a verse perjudicados por su programa económico.

II. El efecto disruptivo que produjo Milei, primero como panelista televisivo, luego como diputado y ahora como presidente, nos exige ir más allá, entonces, de su ideología libertaria, pero también de su bizarría. Más aun, Milei no impresiona como un sujeto inteligente e, incluso, cuando lo escuchamos hablar de economía no despierta la sensación de que sea un profundo conocedor de dicha ciencia. Sin embargo, ambas percepciones, sumadas a las conjeturas sobre su personalidad y a las fuertes críticas ideológicas que podamos hacer, nos siguen dejando inermes en el presente.

El viernes pasado Javier Milei dio el discurso de apertura de las sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación e intuyo que tampoco alcanza con hacer el inventario de agresiones, acusaciones, mentiras y amenazas, o de los componentes de la escena montada aquella noche (su posición en el atril, a quiénes enfocaban las cámaras, etc.) para comprender sus efectos en quienes adhieren y en quiénes se oponen.

Por caso, mientras lo escuchaba me sorprendí pensando que había algo creativo en él, en su discurso y, desde luego, me perturbaba esa idea ya que, al mismo tiempo, mi desacuerdo con todos sus dichos se acompañaba de enojo y angustia.

Su facilidad para producir eslóganes que impregnan en la ciudadanía, su apuesta constante a ir por más, la eficacia que tienen incluso sus fragilidades personales y el hecho de obtener aplausos cada vez que anuncia una medida destructiva, insisto, se fundan en un tipo de creatividad que podemos denominar creatividad maligna.

III. Hace unos tres años, en un artículo en este mismo diario (1) propuse abandonar la idea de la batalla cultural ya que, pensaba entonces y aun lo sostengo, la derecha batalla contra la cultura. Esto es, no sirve de mucho pensar en términos de desacuerdo, de argumentos que se oponen entre sí, cuando enfrente solo reina la destructividad.

Pongamos como ejemplo el cierre del INADI, aunque es lo mismo si consideramos lo que pueda ocurrir con la agencia Télam o el intenso desprecio que los libertarios tienen por las universidades públicas, el INCAA, el CONICET, etc.

¿Cuáles son los argumentos, para ellos, que justifican cerrar todos esos organismos? Esencialmente, sostienen que el Estado no debe intervenir (esa es su máxima fundamental) pues cuando lo hace se generan “kioscos” para engrosar bolsillos personales y porque, además, constituyen usinas de pensamiento marxista (colectivista, etc.) para lavar los cerebros de sus miembros.

La discusión podrá llenar muchas páginas, pero hay una pregunta básica: ¿por qué no buscan erradicar la supuesta corrupción y, a su vez, difundir en esos organismos el pensamiento liberal? La conclusión se desprende casi naturalmente: los libertarios rechazan todo agrupamiento público porque sus ideas, evidentemente, no se sostienen cuando hay un trabajo colectivo.

Por ello entronizan el individualismo a través de mentiras, acusaciones y amenazas, para lo cual, día a día, sofistican la mencionada creatividad maligna. Esta última consiste en desarrollar recursos para convencer a los otros respecto de una realidad falsa al servicio del beneficio monetario de unos pocos y el empobrecimiento de las mayorías.

IV. Previamente me referí a los efectos del discurso de Milei en quienes lo apoyan y en quienes se oponen. Sin duda, no solo hay diferencias entre unos y otros, sino que al interior de cada sector también encontraremos una diversidad. No obstante, el objetivo que persigue la creatividad maligna no distingue variedades ideológicas, posicionamientos políticos, ni singularidades subjetivas. Más allá de los aplausos de unos y de las críticas de otros, el propósito que busca el discurso de Milei a través de la creatividad maligna es la desvitalización de todos y todas, su desánimo.

Los seres humanos somos portadores de una diversidad de deseos, proyectos y argumentos, y por eso antes nos referimos a la heterogeneidad. Sin embargo, el discurso libertario posee una estrategia definida: enfatizar un único deseo o argumento en los propios (por ejemplo, el deseo individualista) y atribuir un único propósito a los opositores (por ejemplo, el deseo de robar).

En los primeros, entonces, ocurre un empobrecimiento pulsional, ya que, al acentuarse un único deseo, entre la diversidad que seguramente poseen, van perdiendo crecientemente los matices aportados por otros motivos y argumentos posibles, lo cual conduce a una pérdida de la plasticidad anímica.

En los opositores, en cambio, al exigirles constantemente que respondan a las acusaciones y mentiras, el riesgo es el agotamiento pulsional, ya que deben recurrir a un tipo de argumento que no coincide con sus deseos y objetivos prevalentes.

V. En suma, la meta de la creatividad maligna es la exclusión del otro, su lema es la indiferencia y su goce anida en la crueldad. Por ello, una parte central de la tarea política e institucional actual es sostener la oposición a las medidas que el actual gobierno emprende con fuerza, cuyos efectos son devastadores. Sin embargo, no menos importante resulta encontrar la clave para deshacer los efectos de la creatividad maligna, entendiendo la gravedad del empobrecimiento subjetivo que sufren unos y el agotamiento que, penosamente, podemos padecer los otros.

(1) https://www.pagina12.com.ar/321562-la-batalla-contra-la-cultura.

* Sebastían Plut – Doctor en Psicología. Psicoanalista.